miércoles, 12 de octubre de 2011

LOS INTELECTUALES MEXICANOS Y EL CAPITALISMO

Durante mucho tiempo que se estuvo hablando, a nivel nacional, de una reforma política definitiva que hasta la fecha no se tradujo en tal, y todo indica que quedó en una reforma electoral de carácter limitado, no porque no satisfaga a los partidos responsables de su implementación, sino porque no existe la decisión de modificar la legislación de la materia, y se consideró que el avance hacia la democracia consistía sólo en satisfacer los intereses políticos de los partidos participantes, restringiendo o deformando el contenido que al régimen democrático da la propia Constitución nacional en su artículo tercero.

También se habló de fortalecer el régimen de partidos, pero siempre ocultando que se trata de fortalecer a los partidos que no cuestionan de fondo el sistema económico-social en que se desenvuelve nuestra patria; es decir, de fortalecer a los partidos procapitalistas que sólo quieren o buscan cambios de forma pero no de fondo. Y en ese sentido se consiguió, en parte, el objetivo.

Por su parte un grupo de intelectuales no quitó el dedo del renglón, y siguió insistiendo en que vivíamos un período de transición hacia la democracia, pero también concibiendo su esquema político dentro del capitalismo. Ni Lorenzo Meyer, ni Carlos Fuentes, ni Federico Reyes Heróles o Jorge G. Castañeda, y mucho menos Octavio Paz o Enrique Krauze cuestionaron al capitalismo. Todos, sin excepción, en diferente tono y con distintos argumentos jamás pusieron ni ponen en duda el sistema capitalista que ha dado al traste con la nación mexicana y la tiene postrada ante sus enemigos históricos. Quieren al capitalismo, al que muchos de ellos admiran, pero con alternancia entre los mismos.

También fue la posición de personas como Manuel Camacho Solís y otros resentidos con el PRI. Las recriminaciones y reclamos se reducen simple y llanamente al cambio del partido gobernante o de personas en el poder, pero dejando intacto el régimen capitalista, al que consideran sagrado y, por lo tanto, intocado e intocable.

Muchos intelectuales de ese tipo se presentaban y se presentan como los salvadores de la nación; se consideran una élite, un estrato social sin ligas ni compromisos de clase, o más bien, se consideran por encima de las clases y otras bajezas terrenales, que nada tienen que ver con el espíritu elevado del que dicen portadores. Condenan a diestra y siniestra, en el tono más severo, a quienes invoquen otra posibilidad que no sea el camino capitalista. Ante ellos hay que ponerse de rodillas, bajar humildemente la cabeza y aceptar su grandeza, pues otra cosa es barbarie.

Muchos de esos intelectuales y quienes los siguen sostienen: hay que cambiar el sistema presidencial; hay que lograr la auténtica división de poderes; hay que establecer un auténtico federalismo y el fortalecimiento de los municipios; hay que garantizar imparcialidad y equidad en las justas electorales, pero todo ello dentro del sistema capitalista, porque no hay, por el momento, ningún otro camino.

¿Y qué significaría para el pueblo mexicano más o menos presidencialismo si nos seguimos desangrando dentro del injusto sistema capitalista?, ¿Y qué ganaría nuestro pueblo, en bienestar y democracia, si se acotan, como acostumbran decir los enterados en la materia, las funciones del Presidente de la República, y todo sigue desarrollándose en el capitalismo? ¿Qué avance sustancial, a favor del pueblo, se alcanzaría, si PRI, PAN, PRD y PT se reparten equitativamente el pastel electoral y el dinero para comprarlo?

Lo que la realidad ha puesto frente a nosotros es que si México sigue la vía capitalista, lo que le espera es más pérdida de soberanía, más entrega de nuestros recursos naturales y humanos, más corrupción metida, hoy, hasta la médula del sistema; más desempleo, más pobreza. En suma, el agravamiento de los problemas sociales y ningún avance en la vida democrática de la nación.

El capitalismo, sea donde sea, está infestado de males incurables que le impiden atender las más elementales necesidades de los seres humanos. Y por eso resurge, con fuerza y vigor, la lucha que abarca todo el orbe, en busca de un desarrollo que tenga, como único centro de su preocupación y como única finalidad, al ser humano de carne y hueso, con sus seculares aspiraciones de vivir sin angustias y con seguridad en el porvenir. Y ese sistema, aunque no simpaticen con él nuestros preclaros intelectuales, es el socialismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario