La izquierda:una necesidad politica


El fin del siglo XX sorprendió a la humanidad entera en medio de cambios bruscos, inauditos y acelerados, que trastocaron y, en consecuencia, alteraron ideas y concepciones que integraban el escenario en que se desarrolló el mundo por varios decenios.

Por lo tanto, la primera obligación que se tiene, si el interés es participar en la actividad política, científica o cultural, es desentrañar la naturaleza de esas transformaciones, o cuando menos intentar un examen de lo que ocurrió en el movimiento revolucionario del mundo; adoptar los medios de lucha y las formas de organización que las condiciones requieren, y más si se trata de la lucha revolucionaria.

Hay que partir de la enorme y profunda confusión generada en las filas de las fuerzas partidarias de los cambios revolucionarios, por los acontecimientos que tomaron mayor fuerza a partir de 1989, cuando se inició la desintegración de la Unión Soviética y, por lo tanto, de los países socialistas de la Europa del Este.

Como lo han repetido, hasta el cansancio, la inmensa mayoría de los autores que analizan esos acontecimientos, desde una óptica avanzada, dichos sucesos, y particularmente el arribo de representantes anticomunistas al poder en varios países que construían el socialismo, propició que el capitalismo tomara la ofensiva ideológica, después de varios años de haber mantenido la ofensiva económica, a grado tal que un alto funcionario e ideólogo del imperialismo norteamericano, Francis Fukuyama, planteo abiertamente el fin de la historia, en un famoso artículo, que más que expresar la realidad que vivía el mundo, contenía los deseos de los capitalistas, para dar por terminada la lucha por la verdadera justicia social.

Frente a esos hechos, como señaló el escritor uruguayo Mario Benedetti, la izquierda enmudeció, y, lo que es peor, muchos mudaron de lugar y, desde luego, de ideas. Se dio una especie de reacomodo de claro corte oportunista para quedar bien con los nuevos amos del mundo, que emergieron, como potencias económicas, de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, y que se aferraron a su fuerza militar, a pesar de la crisis económica que le corroe las entrañas: Japón y Alemania, por una parte, y Estados Unidos, por la otra, y que se aceleró con la gran crisis de 2008.

La derecha se hizo llamar centro, el centro se colocó a la derecha, algunas izquierdas adoptaron la denominación de centro-izquierda o centro progresista, para lo cual no dudaron en cambiar de nombre, mudar de piel y hundirse en el fango del oportunismo. En esta danza de claudicaciones, dijo Mario Benedetti que algunos comunistas, ya no se llamaron así, sino socialistas, lo que mantiene cierta coherencia histórica; pero otros socialistas -dice el mismo autor- se autotitulan socialdemócratas, y a más de un socialdemócrata se le cae lo social. Sin olvidar algunos meteoritos que, casi sin dejar estela, se mudan de la ultraizquierda a la ultraderecha.

Este movimiento aún no termina, y quienes alguna vez militaron en partidos cuya base ideológica era el marxismo, reniegan y se avergüenzan de haber sido lo que fueron. Y para ponerse a tono con la posmodernidad, término chocante porque hace referencia al supuesto fin de la historia de Fukuyama, y a pretexto de ganar los votos de los sectores conservadores, los indecisos y los desclasados, hacen progresivos movimientos hacia la derecha; buscan cambiar de piel, de nombre, de tono y hasta de modo de andar, renunciando a los principios y resbalando por la pendiente del oportunismo.

Sin embargo no todo va hacia ese abismo, y en diferentes partes del mundo la izquierda sigue realizando una rigurosa y auténtica autocrítica del papel que desempeño, sobre todo, y esto es lo más importante, del papel que en adelante debe desempeñar, primero, para reorganizarse, superando el estado de desintegración y disgregación en que se encuentra, y segundo, para plantear un horizonte cierto a la humanidad y a los pueblos, a la clase trabajadora que, dondequiera que esté, sigue siendo el motor de los cambios históricos.

En México se necesita un partido que sea moderno y ágil, no una caricatura de partido de izquierda, concebido por las nuevas generaciones de mexicanos, que quieran entregar su generosa contribución en bien del pueblo, de la nación y de toda la humanidad; que no renuncie a los principios de la ciencia marxista y reafirme, con su actividad revolucionaria, la filosofía que sustenta, a diferencia de los que hacen movimientos progresivos hacia la derecha; un partido que no se crea ni se sienta el portador de la verdad revolucionaria, ni trate de atribuirse el carácter de vanguardia, sino el de instrumento al servicio de las causas más elevadas del ser humano.