martes, 18 de noviembre de 2014

MÉXICO EN PIE DE LUCHA

Al pueblo mexicano: por sus luchas,
sus esperanzas, y porque siempre
ha sabido derrotar a sus enemigos


En México se está configurando una etapa prerrevolucionaria, resultado de 32 años de dictadura neoliberal, en la que el poder público (los tres poderes federales: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, los poderes de los Estados y la mayoría de los poderes municipales) se pusieron incondicionalmente al servicio de la oligarquía.

Esta dictadura neoliberal tiene, pues, una existencia temporal similar a la que tuvo, a fines del siglo XIX y los primeros 10 años del siglo XX, el Porfiriato que entregó la riqueza nacional a los extranjeros, anuló en la práctica la vigencia de la Constitución de 1857, suprimió las más elementales libertades de los mexicanos y sumió al pueblo mexicano en la esclavitud y semiesclavitud para garantizar las riquezas de los terratenientes y del capital extranjero, a los que se entregó, en bandeja de plata, el patrimonio nacional.

El Porfiriato, que en los primeros meses de 1910 recibía elogios desmesurados en el extranjero y que calificaban a Porfirio Díaz como un gran estadista, se derrumbó violentamente en sólo seis meses: del 20 de noviembre de 1910, fecha de inicio de la Revolución Mexicana al 25 de mayo de 1911, en que el dictador presentó su renuncia. Esta lección de la historia nacional debe tenerse muy en cuenta en estos momentos de rebelión popular.

¿Qué hicieron en 32 años los neoliberales facinerosos que asaltaron el poder en 1982?

Hay que recordarlo cuantas veces sea necesario:

 Despojaron al pueblo mexicano de su carácter soberano; convirtieron las elecciones de los gobernantes en un mecanismo formal para convalidar el gobierno al servicio de la oligarquía; hicieron de la democracia una caricatura. Todos los funcionarios, sin excepción, han sido electos por la mayoría de la minoría, incluyendo los escandalosos fraudes que marcan nuestra historia en las últimas tres décadas.

 La impunidad ha sido la marca del neoliberalismo que, usando y abusando del poder, dispuso a su antojo del patrimonio nacional, puesto a remate como si se tratara de una mercancía cualquiera, asumiendo conductas verdaderamente delictivas, sin que los responsables hayan sido castigados.

Hicieron de la corrupción, en todos los niveles de gobierno un modo de vida, frente al cual la corrupción del gobierno de Miguel Alemán parecería juego de niños, sin que esto justifique ese sexenio corrupto.

La Constitución de 1917 corrió la misma suerte que el Código Fundamental de 1857 bajo la dictadura porfirista. La Constitución nacional ha tenido una existencia formal, pero su vigencia ha sido cancelada mediante la abierta violación de sus disposiciones. Los funcionarios públicos, en todos los niveles violan constantemente el contenido de la Constitución nacional, sin que, tampoco, sean sancionados.

Lo he señalado infinidad de veces, y hoy lo vuelvo a repetir: las normas fundamentales de la Constitución mexicana han sido alteradas para garantizar los negocios más turbios y las ganancias más sucias de la oligarquía. A través de las leyes secundarias se han cancelado derechos constitucionales fundamentales de la nación y del pueblo: el despojo del petróleo y la industria eléctrica; el regreso multimillonario de dinero a los empresarios, que no sólo no contribuyen con sus impuestos, sino que se apoderan de los recursos públicos; el despojo de los derechos de los trabajadores mexicanos mediante la contrarreforma electoral del mal gobierno de Peña; el despojo a la nación y a los ejidatarios de la propiedad social.

En el actual sexenio, para garantizar la continuidad de la política depredadora del neoliberalismo, el gobierno maniobró para conformar un bloque de fuerzas de derecha, verdadera junta de notables en el sentido que esta expresión tiene en la Historia de México, integrada por el PRI, el PAN y el PRD, que nulifica en la práctica la función deliberativa y resolutiva de las Cámaras del Congreso de la Unión, que se convirtieron en simples oficinas de trámite. En la práctica el Congreso de la Unión dejó de existir.

El neoliberalismo ha socavado la soberanía nacional, ha dañado gravemente la independencia de México, ha empobrecido al pueblo y enriquecido criminalmente a una breve minoría, generando un grado de desigualdad social inadmisible. Esta brutal desigualdad, generada intencionalmente por las  políticas neoliberales, está en la base de los graves problemas sociales y económicos, que a su vez se convirtieron en una fuente inagotable de la inseguridad pública.

Desde el poder público se dio impulso y protección a los grupos criminales que se multiplicaron a lo largo y ancho del territorio nacional. Los malos gobernantes de México ajustaron sus actos y su política, en esta materia, a las exigencias de los gobiernos yanquis. Así, colombianizaron a México y lo colocaron en una situación similar a la de Afganistán y Paquistán. El imperialismo yanqui manejó a su antojo a los gobernantes de México.

Frente a esta situación ¿qué hacer?

Aplicar la táctica y la estrategia que el pueblo ha utilizado a través de su historia: la unidad más amplia de sus fuerzas populares, progresistas y democráticas. Sin esa amplia unidad no hubiera sido posible la Independencia, el triunfo en la Reforma ni la derrota del porfirismo. Tampoco hubiera sido posible la expropiación petrolera.

El objetivo en este momento debe ser expulsar del poder al grupo gobernante que representa los intereses de la oligarquía y no los del pueblo.

La indignación y la movilización de los mexicanos en las últimas semanas son legítimas y están plenamente justificadas. Es más, son necesarias, pero no deben quedar sólo en la indignación y la movilización.

Los hechos que las desataron: las ejecuciones de Tlatlaya, las muertes y desapariciones de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa; la corrupción de la “Casa Blanca de Peña”,  las agresiones contra la UNAM y la injerencia del gobierno, mediante infiltrados, en las manifestaciones públicas, deben ser un punto de partida para incrementar la lucha contra la dictadura bestial de los neoliberales.

Frente al neoliberalismo el pueblo debe ejercer el derecho a la revolución que le otorga la Constitución mexicana. Señala su artículo 39: “El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno”.

El pueblo va a decidir qué formas utilizará para cambiar a este gobierno. Hacerlo es un derecho irrenunciable frente a la violencia de los oligarcas y sus peones.

El repudio contra el gobierno de Peña Nieto (en este momento sin ninguna autoridad moral y política para mantenerse en la presidencia de la República) calificado como traidor a la patria por entregar la riqueza energética a los intereses privados, hasta la corrupción que representa la “casa blanca", que ha provocando un escándalo mundial, ya llegó a tal grado que millones de mexicanos exigen su renuncia (de la cual hablé el 5 de diciembre de 2013 en este blog).

En estos momentos no sólo de estallidos sociales sino de rebelión popular que vive México –y que crecerá con la irresponsable declaración de Peña de recurrir a la represión de las movilizaciones populares- lo que va a desatar la violencia es la permanencia de Peña y su gobierno en el poder, la existencia de un poder legislativo que ya no representa al pueblo y de un poder judicial ajeno, mejor dicho, enemigo del pueblo.

El baño de sangre que pretende Peña debe ser enérgicamente rechazado por el pueblo, mantener las movilizaciones, crecer en organización y profundizar la lucha por el rescate de la nación.


Creo que está llegando la hora del pueblo mexicano.

martes, 30 de septiembre de 2014

CONTRA EL NEOLIBERALISMO. POR LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA


Esta intervención parlamentaria, a raíz de la presencia del presidente de Costa Rica en turno en el Legislativo federal, tuvo lugar hace más de 23 años, cuando la ola neoliberal ya recorría América Latina, que se encontraba sumida bajo el dominio yanqui. La respuesta latinoamericana no se hizo esperar mucho y poco después se consolidarían los movimientos antineoliberales que hoy caracterizan a esta región del mundo, con excepciones como México que permanece, hasta nuestros días, bajo el yugo neoliberal.


Trabajo Parlamentario

 Poder Legislativo Federal. Diario de los Debates de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión de los Estados Unidos Mexicanos.

 Legislatura LIV. Período Comisión Permanente. Año III México, D.F., lunes 25 de febrero de 1991. Número de Diario 11.

El Presidente: - Tiene la palabra el diputado Alfredo Reyes Contreras, del grupo parlamentario del Partido Popular Socialista.

El diputado Alfredo Reyes Contreras: - Con la venia de la Presidencia; señor Presidente de la República de Costa Rica; señoras y señores legisladores:

 Su presencia en este recinto del pueblo mexicano, señor Presidente, es oportuna para reflexionar sobre nuestra patria grande, precisamente en el momento en que una ola neoliberal recorre a la América Latina, trastocando y alterado el desarrollo económico e independiente de nuestros pueblos, promoviendo cambios políticos que fortalecen la presencia de las fuerzas económicamente poderosas en los gobiernos latinoamericanos y sumiendo a toda la región en una de las crisis económicas y sociales más profundas y severas de su historia.

En la década de los ochentas, los intercambios comerciales de América Latina con el exterior decrecieron en un 2.5%; disminuyó el producto medio por habitante en un 8% respecto de aquél que tenía en 1980; la carestía de la vida, el desempleo y la disminución de la capacidad adquisitiva del salario acentuaron de manera dramática la crisis social de la inmensa mayoría de los latinoamericanos; la producción industrial dejó de crecer y disminuyeron las exportaciones latinoamericanas, y al mismo tiempo a Latinoamérica le saquearon inmensos recursos a través del mecanismo de la deuda externa, situación que obligó prácticamente a toda la región a declararse en moratoria ante el carácter impagable de esa onerosa carga impuesta por los intereses financieros imperialistas.

La ola neoliberal que ha ido creciendo y se está imponiendo en toda la región no es producto de las condiciones del desarrollo latinoamericano, ni responde a sus necesidades más apremiantes, al contrario, es toda una política impuesta desde el exterior que responde a los intereses y objetivos de aquellas fuerzas que han explotado históricamente nuestros recursos humanos y naturales, y ahora en las nuevas condiciones mundiales quieren seguir explotándolos.

La privatización de la economía, el abandono de las inversiones estatales, la apertura indiscriminada de los mercados latinoamericanos a las inversiones extranjeras, la derogación de la estructura jurídica que norma la actividad económica del Estado, el cambio de las relaciones obrero -patronales para elevar la productividad de las empresas mediante la mayor explotación de los trabajadores, constituyen los rasgos del neoliberalismo que ya han dejado una estela de pobreza, hambre, miseria y muerte en toda la región latinoamericana.

La Iniciativa de las Américas, señor Presidente, compañeros legisladores, simple y llenamente es un plan imperialista para someter y continuar explotando a los pueblos latinoamericanos.

Y el Acuerdo de Libre Comercio que propone el gobierno norteamericano, constituye el camino más seguro para que América Latina se transforme, de traspatio del imperialismo norteamericano, en colonia yanqui, sometida, sojuzgada y explotada por las empresas transnacionales, sin límite de ninguna naturaleza ni en el espacio ni en el tiempo.

El Tratado de Libre Comercio Centroamericano no debe convertirse en el mecanismo a través del cual América Latina se someta aún más a la economía norteamericana.

Por eso, los latinoamericanos no podemos ir atados de pies y manos a esa "nueva piedra de los sacrificios", que ha preparado el imperialismo. Tenemos la urgencia, por necesidad de sobrevivencia, de voltear los ojos hacia nuestros pueblos, hacia nuestra propia región, para defender los intereses latinoamericanos. Lo que requerimos como necesidad vital y frente a los nuevos tiempos, es integrarnos nosotros, integrar a nuestra América Latina, para defender los intereses económicos, políticos, sociales y culturales de nuestro pueblo. Sin chauvinismo, sino con la más elevada responsabilidad latinoamericana.

Se requieren medidas concretas que respondan a una verdadera estrategia de integración latinoamericana. Avanzar en la liberalización del comercio regional. Acrecentar la transferencia tecnológica de procesos industriales, de infraestructura industrial, de comunicaciones y servicios en toda la región latinoamericana.

Preservar en cada país las empresas estratégicas bajo el control del Estado. Crear las empresas necesarias para el desarrollo económico nacional; nacionalizar aquéllas que tienen carácter estratégico, que están en manos de las transnacionales. Crear grandes empresas industriales o de servicios, con capital multinacional latinoamericano, estatal o mixto. Desarrollar una amplia y sólida colaboración científica y cultural en toda la región.

Esta estrategia económica y no la del imperialismo, nos conducirá a fortalecer nuestra independencia, a la instauración de verdaderos regímenes democráticos y a impulsar el progreso social: sueño y aspiración de todos los pueblos latinoamericanos. Muchas gracias. (Aplausos.) Versión estenográfica.


martes, 9 de septiembre de 2014

LA LUCHA POR LA EMANCIPACIÓN DE MÉXICO

Desde 1982 los gobernantes neoliberales aislaron paulatinamente a México de Latinoamérica y con descarada desvergüenza lo convirtieron en el patio trasero de los yanquis. Si hoy algún gobierno de América Latina no participa de los afanes libertarios y de justicia social que animan a la mayoría de los gobernantes latinoamericanos, ese es el gobierno mexicano.

Como peones de las transnacionales y de la oligarquía nativa, desde hace más de tres décadas, los gobernantes neoliberales participaron febrilmente en la transferencia desenfrenada del patrimonio nacional a los intereses privados, es decir, la riqueza pública se transfirió a la riqueza privada y, en consecuencia, condujeron la economía nacional al desastre y a la quiebra de la soberanía nacional.

Con la privatización de los recursos energéticos, el neoliberalismo en México, ha tocado fondo, porque ya nada más quedarían los edificios públicos por privatizar como se dice entre el pueblo.

Durante el proceso de privatizaciones se fue privatizando, también, el gobierno. Al tiempo que se despojó al pueblo de su patrimonio recuperado de manos coloniales, con las tres grandes revoluciones que marcan la vida de México en las últimas dos centurias (Independencia, Reforma y Revolución), se destruyeron sus instituciones políticas. Hoy ninguno de los tres poderes de la Unión representa los intereses de la nación y del pueblo.

Más que en el pasado los gobernantes están dedicados febrilmente a realizar turbios negocios con el patrimonio nacional y los recursos públicos propiedad de los mexicanos. Al mismo tiempo, invocando una falsa modernidad, protegen a los buitres de los negocios que ya han penetrado al gobierno. Existe una relación de mafias entre los gobernantes y los potentados. El resultado ha sido el saqueo descarado de la riqueza del país.

Todos los neoliberales, sin excepción, se han conducido como vulgares demagogos y han caído en el cinismo político más abierto. Falsean la realidad, engañan al pueblo y le mienten permanentemente. El establecimiento de sueldos vitalicios para funcionarios públicos agrede la esencia misma de la República y restablece en los hechos el régimen monárquico.

De manera burda han despojado al pueblo de su carácter soberano y se oponen, por todos los medios a su alcance, a que el pueblo sea el que decida.

El impulso a la educación privada en décadas le ha dado resultado a la oligarquía que, ahora, ha colocado en el poder a los cuadros profesionales formados en sus escuelas y con su filosofía. La práctica ha demostrado que la educación privada ha creado verdaderos estafadores y delincuentes cuando asumen funciones públicas.

En el curso de las últimas tres décadas la distancia política entre el Partido Revolucionario Institucional y el Partido Acción Nacional se redujo a cero. Además ambas organizaciones políticas están penetradas hasta los huesos por la corrupción, base y sustento de las privatizaciones y otras acciones criminales perpetradas desde el poder. Los neoliberales son corruptos por naturaleza, son corrompidos y corruptores. Con ellos en el poder México no tiene porvenir.

El PAN de cogobernante pasó a ser gobernante en contubernio con el PRI, y éste, que en estricto sentido no es un partido político porque en su interior se da la lucha de clases, recorrió un rápido camino: del nacionalismo revolucionario a una pretendida (y falsa) posición centrista; de ahí se desplazó rápidamente a la derecha. Hoy, bajo, la dirección de Peña Nieto, es una organización colocada en la ultraderecha, y quien lo dude puede ver los constantes reclamos de amasiato y maridaje que le hacen frecuentemente los panistas.

El reaccionario y fascista Bravo Mena, cuadro destacado de la contrarrevolución, lo dijo para que todo mundo lo entienda. Textual: “Peña Nieto concretó el programa histórico del PAN”. Así o más claro.

Por lo tanto, uno de los hechos políticos más relevante de las últimas tres décadas fue  el ascenso de la contrarrevolución al poder.

Precisamente este hecho pone en riesgo el porvenir inmediato de México como país independiente y soberano, sin hablar ya de un país justo que desde hace años fue cancelado por los neoliberales.

El pueblo mexicano iniciará, más temprano que tarde, un vigoroso movimiento de emancipación soberana, económica, política, social y cultural para cumplir los grandes objetivos de su historia. Ese movimiento de emancipación requiere la reagrupación de las fuerzas progresistas y democráticas con un programa mínimo que contemple la recuperación del contenido avanzado de la Constitución mexicana, que la depure de los parches pegados por el neoliberalismo y que la enriquezca con disposiciones que protejan a la nación y al pueblo, y castiguen la felonía de los funcionarios. Los siguientes puntos conducirían a este gran objetivo nacional:

1.- Nacionalizar al gobierno para ponerlo al servicio del pueblo.

2.- Rescatar la soberanía popular, fortaleciendo los mecanismos para que sea el pueblo el que dirija su gobierno.

3.- Restablecer (haciendo efectivo el mandato constitucional) la propiedad originaria de la nación sobre el suelo y el subsuelo, medida que permitirá rescatar los recursos energéticos, los recursos minerales y todos los recursos naturales que se han entregado y se están entregando a la oligarquía.

4.- Nacionalizar, con el sustento anterior, la riqueza petrolera, la producción y comercialización de la energía eléctrica, y rescatar, bajo el mismo criterio, la riqueza minera, la banca y el crédito.

5.- Restablecer los derechos laborales que han desaparecido de la ley o aquellos que, a pretexto de la modernidad, los neoliberales han conculcado a los trabajadores.

6.- Fortalecer la educación pública restableciendo la vigencia plena del artículo tercero constitucional y derogando las contrarreformas que impulsaron la educación privada.

7.- Elevar a rango constitucional la prohibición expresa para la privatización del patrimonio nacional.

8.- Suprimir los sueldos vitalicios que se han establecido por ley y que constituyen una agresión contra los intereses populares.

9.- Establecer como delitos graves con sanciones severas la privatización del patrimonio de la nación o partes de él, así como la disposición de los recursos públicos por los funcionarios de gobierno.

10.- Incorporar a la Constitución Mexicana expresamente el principio de que los delitos cometidos por los funcionarios contra la nación y contra el pueblo no prescriben nunca y que, por tanto, son exigibles en cualquier momento. Incorporar dicho principio en relación con la conducta del presidente de la República, los senadores, los diputados federales, los integrantes de la Suprema Corte de la Nación, los gobernadores, los diputados locales, los miembros de los Tribunales Superiores a nivel estatal e integrantes de los ayuntamientos.

11.- Derogar el fuero que tienen los funcionarios públicos y establecer el mandato de que puedan ser enjuiciados en cualquier momento de su encargo o después de concluido.

12.- Elevar a rango constitucional, a nivel federal,  estatal y municipal las figuras del plebiscito, del referéndum, la consulta popular y la revocación del mandato, mediante procedimientos sencillos para su realización, a fin de que el pueblo recupere su soberanía.


13.- Abrogar y derogar todas las leyes aprobadas en los últimos 32 años que se opongan a las medidas anteriores o que las hagan nugatorias, mediante una legislación pronta que restablezca los intereses del pueblo mexicano. Y de manera inmediata echar abajo las contrarrevolucionarias reformas estructurales impuestas por el gobierno traidor de Peña Nieto.

lunes, 7 de julio de 2014

EL DESPOJO DE LA NACIÓN MEXICANA

“La protesta del derecho contra el hecho persiste siempre;
el robo de un pueblo no prescribe, porque estas grandes
estafas no tienen porvenir y no se borra la marca de una
Nación como la de un pañuelo”*

Hace más de tres décadas  que se inició, en México, el robo descarado del patrimonio nacional por un grupo compacto contrarrevolucionario integrado por políticos y empresarios insaciables y corruptos. Desde 1982 las instituciones políticas se pusieron, abiertamente, al servicio del poder económico.

Toda la política del gobierno federal – la del ejecutivo, del legislativo y del judicial- se concibió y se aplicó para despojar al pueblo mexicano de su patrimonio y de sus derechos.

Cientos de empresas de propiedad estatal fueron virtual y realmente rematadas a los intereses privados del país y del extranjero. Existen infinidad de estudios que muestran con absoluta claridad que el violento proceso de privatización del patrimonio nacional, anunciado en la toma de posesión de Miguel de la Madrid y aplicado inmediatamente, fue un despojo descarado del patrimonio de los mexicanos.

Los problemas que “prometieron” ser resueltos no sólo se mantienen, sino que se han agudizado: la pobreza ha crecido, la inseguridad también. México perdió su autosuficiencia alimentaria, se destruyó la educación pública para privilegiar a la privada, y las condiciones de salud no mejoran. Los derechos de los trabajadores se han limitado y en muchos casos desaparecido mediante sucesivas reformas de tendencia patronal.  El  índice de criminalidad se ha disparado, el desempleo crece de manera incontenible, y al pretender destruir a Pemex quebraron uno de los pilares fundamentales del desarrollo económico independiente.

Aislaron a México de América Latina para dejarlo a merced del imperialismo yanqui.

En la práctica los neoliberales han cancelado la propiedad originaria de la nación sobre el suelo y el subsuelo, y los han entregado impunemente a los negociantes extranjeros y domésticos.

Se aprecia con facilidad que esa política aplicada en poco más de tres décadas se ha traducido, desde el punto de vista social, en la profundización de las desigualdades. Se ha dicho y repetido que México es hoy una de las naciones del mundo que sufre la mayor desigualdad social: en un polo se acumularon enormes fortunas logradas con el remate de los bienes nacionales, y en el otro el crecimiento permanente e inaudito del número de pobres.

Hoy ya nadie duda que las grandes fortunas, los nuevos millonarios y multimillonarios surgieron, en las últimas tres décadas, a costa del patrimonio nacional, a costa de la pobreza y de la miseria de millones de mexicanos y a costa de una pérdida peligrosa de la soberanía nacional.

Los responsables de este despojo tienen nombres y apellidos: son los dirigentes y miembros de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional que han mantenido una alianza íntima, entre sí y con  los empresarios y la alta jerarquía de la iglesia católica desde 1982 hasta la fecha (2014), alianza a la que se agregó en el actual sexenio la dirección nacional y muchos militantes del PRD.

 En 32 años han gobernado desde posiciones de derecha y ultraderecha, y en algunos casos con máscara de centro político o de “izquierda”, y otros francamente desde posiciones fascistoides.

Los neoliberales han hecho de la mentira una conducta  permanente. Todos mienten, desde el titular del ejecutivo hasta el último de los funcionarios, en el afán de entregar el patrimonio nacional a intereses privados nacionales y extranjeros. Eso explica el apoyo desde el exterior a las políticas depredadoras de los neoliberales del país. En la práctica han conformado una estrecha alianza con el capital extranjero para saquear a la nación mexicana.

Pero también han sido más de tres décadas de mentiras para hacer negocios con la riqueza de los mexicanos, porque ahora como nunca los altos funcionarios de los gobiernos federal, estatales y municipales, utilizan los bienes de la nación para hacer turbios negocios.

Hoy el pleito y las diferencias entre los neoliberales se expresan para ver quién entrega más del patrimonio nacional y quién hace más negocios con el mismo.

En este proceso contrarrevolucionario los legisladores reaccionarios abdicaron como representantes de la nación para defender abiertamente los intereses de la minoría privilegiada, en tanto que el titular del ejecutivo se desprestigió a tal grado que hoy es repudiado por la inmensa mayoría de los mexicanos que lo califican en términos severos. Quien tenga dudas que se asome a las redes sociales en cualquier nota, por intrascendente que sea, sobre Peña Nieto, donde los mexicanos pueden expresarse con libertad, sin el temor de ser reprimidos.

Hoy ninguno de los presidentes neoliberales puede presentarse ante el pueblo sin ser repudiado.

Tampoco pueden hacerlo los integrantes de la Suprema Corte de Justicia que, como órgano de última instancia encargado de impartir justicia, resuelve muchos de los casos que se someten a su conocimiento con un sentido de clase de los potentados.

En esta situación, y para asegurar la continuidad en el poder, los contrarrevolucionarios neoliberales concertaron un pacto de impunidad para dejar sin castigo el robo descarado del patrimonio nacional. Con cinismo programaron la alternancia en el poder, realizaron burdos fraudes electorales para burlar la voluntad popular cancelando, de hecho y de derecho, la construcción de un régimen democrático que, ahora, requiere ser construido desde la base.

Al pueblo mexicano le va quedando más claro, cada día, que tiene que organizarse para rescatar a la nación, y que esta tarea patriótica va estrechamente unida a la lucha por la emancipación social.

Por ello las fuerzas políticas y sociales, los intelectuales y demás personas que en lo individual entienden que esa es la lucha de nuestros días y que se encuentran dispersas, tienen que unirse, creando un frente amplio, un gran frente nacional para rescatar a México y construir un país libre, soberano, justo y generoso que responda a los intereses del pueblo y de la nación y no a los de sus enemigos.



*Víctor Hugo,  “Los miserables” RBA Editores S.A., Barcelona 1994. Pág. 613

miércoles, 30 de abril de 2014

LA LUCHA ANTICAPITALISTA, PRIORIDAD EN EL SIGLO XXI

“Quiero que el mundo sea socialista,
 y creo que tarde o temprano lo será”*
Gabriel García Márquez

La llamada mundialización o globalización capitalista es un proceso impuesto por las grandes potencias para recolonizar a los pueblos que, a través de la historia reciente, han luchado en condiciones desventajosas para lograr su independencia, y ya obtenida, preservarla.

No se trata de movilizar grandes ejércitos para destruir poblaciones y ocupar territorios, aunque esto no queda descartado. Lo esencial de la globalización es la destrucción de las barreras que impidan la libre circulación de los capitales y, por lo tanto, asegurar el dominio  absoluto a nivel mundial en el plano económico, y también en el social, en el político y en el cultural.

La “Extraña dictadura” de que habla Viviane Forrester es la dictadura del capital en vastas regiones del globo terrestre, que incluye la población de países desarrollados, en un brutal proceso de colonización interna, donde se presentan los mismos resultados devastadores que sufren miles de millones de personas en otras partes del mundo.

Con este proceso neo colonizador, y su expresión criminal, el neoliberalismo o ultraliberalismo, el régimen capitalista agudiza las contradicciones y los antagonismos que lo acompañan desde su nacimiento.

El capitalismo no ha cambiado de naturaleza, lo que ocurre es que ha llevado el proceso de explotación de los trabajadores y de los pueblos a niveles jamás conocidos, desembocando en la más aguda concentración y acumulación del capital en manos de unos cuantos.

Marx precisó, en El Capital, que “la acumulación de la riqueza en uno de los polos determina en el polo contrario, en el polo de la clase que produce su propio producto como capital, una acumulación igual de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de ignorancia, de embrutecimiento  y de degradación moral”.

A nivel mundial el 1% de la población concentra más de la mitad de la riqueza. Podemos decir, gráficamente, que en el segundo decenio del siglo XXI, existe un profundo e intenso antagonismo,  entre el 1% y el 99% de la población mundial. La desigualdad social es ahora mayor que en otros tiempos y continúa creciendo como lo muestra la realidad reflejada en  los datos que todos los días se dan a conocer.

La fase imperialista del capitalismo, descrita magistralmente por Lenin, se encuentra, evidentemente, en un nuevo nivel de desarrollo en que las contradicciones se han acentuado, alcanzando un alto grado de explotación de los trabajadores y de pueblos enteros.

 La lucha contra la globalización capitalista -régimen que ha tenido resultados desastrosos para la humanidad, y que abarca todas las latitudes del mundo- tiene que precisar objetivamente esa situación, y clarificar sus propósitos anticapitalistas. La necesidad de abolir el régimen capitalista de producción, como lo han planteado los marxistas en los siglos XIX y XX y en lo que va del XXI, se ha convertido en una condición necesaria para que la humanidad prosiga su desarrollo ascendente.

En este cuadro complejo, la llamada competitividad –o sea la competencia desenfrenada- ha sido elevada por el capitalismo a rango de ley para sustentar el dominio de las grandes potencias económicas y de sus oligopolios sobre extensas regiones del planeta. En realidad la competitividad es fuente de anarquía en la producción y, por tanto, fuente de anarquía social;  provoca el crecimiento elevado del desempleo y la agudización de las contradicciones entre el capital y el trabajo. La competitividad se encuentra en la base de las crisis capitalistas recurrentes.

La competitividad es el pretexto para despojar a los trabajadores y acrecentar las ganancias del capital, reduciendo criminalmente los salarios y derogando las conquistas laborales ganadas, en cruentas luchas, por la clase trabajadora.

La lucha contra el modelo neoliberal que se da en países como México y el resto de América Latina, y en otras partes del mundo, no puede quedar en la superficie, o en la simple demanda de reformar el capitalismo, llamando a la oligarquía y a sus servidores en el poder para que moderen sus desmedidas ambiciones. Se tiene que ir a la raíz, a la fuente que le da vida al neoliberalismo, es decir, al régimen capitalista de producción.

Ni tercera vía -necesariamente capitalista como lo plantean los autores de este engañoso camino- ni capitalismo más humano (sic), ni capitalismo reformado. El régimen de producción capitalista ha sido, es y será un obstáculo para el bienestar de los pueblos y de las naciones. Es también la mayor amenaza que pende sobre la humanidad y que pone en peligro la continuidad del ser humano sobre la Tierra.

La lucha anticapitalista, entonces, se ha convertido en nuestros días en una batalla por la sobrevivencia de la propia humanidad.

Hoy América Latina es un escenario destacado, a nivel mundial, en la lucha por la independencia de los pueblos y por abatir las brutales expresiones de desigualdad generadas por el capitalismo, pero el reto en el futuro inmediato será transformar la lucha antineoliberal por la lucha anticapitalista, es decir, por la construcción del sistema socialista, como se tiene planteado en Venezuela, sobre cuyo gobierno se vuelcan rabiosamente las fuerzas económicas más poderosas del capitalismo. En Latinoamérica se están definiendo intereses vitales de toda la humanidad.

La lucha en los años que vienen de este siglo será para lograr el reino de la libertad, dejando atrás el reino de la necesidad. Una aspiración genuinamente humana.



*El olor de la guayaba. Gabriel García Márquez. Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza. Editorial Diana. México 1996. Pág. 76.

lunes, 28 de abril de 2014

CUENTO CORTO: TÍO ÁNGEL

Más que una persona parecía un fantasma, lleno de furia desde que aparecía en la punta de la loma hasta que llegaba a la casa, injuriando a todo ser que se moviese o no, sin faltarle el respeto a nadie, pues a pesar de los rayos y centellas que le brotaban hasta por los poros, todo el mundo le merecía un gran respeto.

Junto con las palabras altisonantes, llegaba desde lejos el olor a tabaco consumido, más penetrante que el humo de una “arcina” después de haberse consumido, o de los ocotes medio verdes que se resistían a prender  bajo el comal de las tortillas. Hasta las piedras se atemorizaban a su paso y los pájaros levantaban el vuelo, en estampida, pues temían ser alcanzados por los improperios de Tío Ángel. Con su arribo, su figura se sentía imponente y lo abarcaba todo: sus ojos fulminaban lo que encontraban a su alrededor, y de sus espuelas se desprendían grandes chispas, capaces de incendiar el infértil suelo de la región, sobre todo en el invierno.

Cuando los niños percibían su inminente llegada agrandaban los ojos desmesuradamente y sentían que un terremoto se aproximaba, similar al que había provocado la erupción de El Paricutín, cuyas cenizas cubrieron el valle, que lució más gris y más inmenso que nunca.

En ocasiones los zopilotes lo escoltaban en su camino y lo abandonaban al llegar a la casa de la huerta, seguros de que estaría, al menos por algunos minutos, bajo el resguardo familiar y el temor creciente de los muchachos.

Su sombrero era, más que una aprenda para protegerse del sol, del agua y de las inclemencias del tiempo, un objeto formado por tierra y sudor, de color impreciso, a prueba de las lluvias torrenciales de siempre. Igual era el resto de su vestimenta: la camisa, con el tiempo, se había convertido en chamarra, cubierta con tierra roja del monte y agua que hacían una mezcla sólida, y el pantalón -grueso también, parecía ser de cuero a pesar del uso rudo que le había dado- se encontraba amoldado al cuerpo y pegado a su piel morena, sucia, olorosa a cigarro o a barbacoa.

El sobrero de “pronunciado” y su figura delgada le daban cierto aire al Quijote de Cervantes. Su caballo, compañero inseparable y fiel, no le pedía nada a Rocinante. El Tío tenía sus molinos de viento a los que no arremetía con espada en mano, sino con una lengua viperina que profería injurias permanentes y golpeaba el viento con una fuerza inusual.

El bajar del caballo su cuerpo se mantenía como si estuviera montado: abiertas las piernas como un arco tenso, casi un circulo, sólo distorsionado por sus zapatos de una pieza tan viejos y raídos como el resto de su ropa, con agujeros en la suela y en el cuero para que sus pies pudieran respirar un poco de aire.

Su madre, una viejecita tierna de ciento cinco años, que lucía su cabello totalmente negro y a la que le estaban saliendo los dientes otra vez, con esa voz ronca que se les forma a las personas de mucha edad, le decía con frecuencia: Ángel, “la pobreza no está reñida con la limpieza. Te voy a llevar arrastrando a la poza para quitarte tanta mugre que cargas por todas partes”. Y él, muy campante y quitado de la pena, le contestaba: “no madrecita, aquí en el pueblo se dice que la cascara guarda al palo, y eso es verdad, ya ves que nunca me enfermo. Quiero seguir siendo sano”.

Para Tío Ángel su guarida era el monte donde había procreado con Francisca a Melchor, quien no hablaba de otra cosa que no fuera de la lumbre y de los hombres que nos quemarían en un rato más. Nunca se le vio dirigir la palabra a su hijo que, se murmuraba, había recibido, en la cabeza, tantos golpes de su madre, junto al fogón, que le hicieron perder la razón, y que viviría a partir de entonces con el fuego en la mente como el resto de los mortales vive con el aire en los pulmones.

Querido por la gente y temido por los infantes, a los que no causaba el menor daño, Tío Ángel había asumido la defensa de las causas perdidas de los pobladores, a los que representaba en gestiones interminables ante las autoridades municipales o judiciales sobre tierras comunales, ejidales y pequeña propiedad, todas de origen tan remoto que dificultaba saber quién o quienes eran, ahora, los dueños.

Los trámites que realizaba estaban condenados al fracaso. Su interés por resolver los casos que la gente le encargaba reñía con su desconocimiento de las formas y modos amañados dominados a la perfección por la pequeña burocracia oficial que, por años, todo lo enredaba para quitarles hasta el último centavo a sus miserables gobernados.

Aún sabiendo que eso ocurriría se trasladaba a las oficinas, ahora transformado en una persona irreconocible.  Sus zapatos experimentaban un gran cambio, pues hubiera sido el extremo de la locura subirse al camión con las espuelas bien puestas en los botines.

Extrovertido y dicharachero, enteraba a todo mundo de sus gestiones y de su enojo al que acumulaba un lenguaje fuerte para ganar el pleito de palabra y perderlo, de hecho, ante las autoridades. Su voz retumbaba por todas partes, lo que le permitía ganar la simpatía de sus escuchas para las causas justas que representaba, que eran la tenencia de la tierra y la felicidad de sus semejantes. A su modo y a su forma el grito de “justicia, tierra y libertad” de Emiliano Zapata estaba envuelto en las resonantes palabras que profería al por mayor, sin detenerse a considerar quién o quienes estaban cerca.

Su hambre lo saciaba con quesos enteros, que devoraba como si hubieran transcurrido años sin haber probado bocado. Y cuando comía eran momentos de silencio hacia adentro y hacia afuera, pues aunque le hablaran o le llamaran no contestaba jamás, ni tomaba en cuenta a quienes se encontraban cerca o lejos. Sabía estar solo en medio de verdaderas muchedumbres.

La fuente del agua cristalina localizada cerca de su casa, no sólo era el lugar donde saciaba la sed que le atormentaba en tiempos de calor y le purificaba el espíritu, sino el sitio que visitaba con frecuencia para observar el magnifico espectáculo que representa el brote permanente y majestuoso del líquido que explica el origen de la vida y sustento de todo ser viviente. Ahí, frente al “ojo de agua”, retaba al sol que lo envolvía totalmente, y con gran alegría formaba un cuenco con sus manos para beber y beber el agua más pura que jamás se había conocido, con ese sabor a sol, a tierra, a frescura, a humedad, “verdadera maravilla de la madre naturaleza”, repetía.

Sin grandes conocimientos en la historia patria, afirmaba convencido que los dioses Huitzilopochtli y Tláloc debieron ser los constructores de ese pozo maravilloso del que brotaba la vida todos los días.

Para saber en qué hora del día se encontraba, dirigía la mirada a los cerros que circundaban el valle, ya fuera por la mañana, al mediodía o en la tarde. Las luces y las sombras le permitían saber casi con exactitud la hora en que vivía, práctica y costumbre de la que se sentía ufano porque, decía, “nos vienen de nuestros más lejanos antepasados que habitaron estas sagradas tierras, de esos sabios que cada vez conocemos menos”, aunque, a decir verdad, en tiempos nublados no sólo se le alteraba la hora, sino hasta el ritmo de la vida y lo mismo le pasaba a su caballo que, desorientado, no acertaba a tomar el camino hacia su morada.

Fascinaba siempre con su relato del coyote, cada vez más amplio y completo. Nunca fue la misma historia, pero al final ese relato recorrió el monte e inundo el valle para regocijo de propios y extraños que la escuchaban con atención y llenos de admiración, pues en ese tiempo era común atribuirle a dicho animal poderes capaces de hipnotizar a cualquier ser humano que encontrara en su camino.

En un día de juerga y algunos tragos, Tío Ángel regresaba a su casa en medio de una luna llena esplendorosa, balanceándose sobre el caballo, que resistió firmemente los movimientos huracanados del jinete sin control. De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo, se le enchinó la piel y se le erizaron los cabellos. Desde hacía rato alguien o algo lo seguía de cerca, pero al menor descuido ya iba junto a él, y no le quitaba la vista de encima. Esa mirada lo electrizó y lo dominó, a pesar de su carácter valiente y bravío, sin que pudiera articular una sola palabra que lo defendiera del inminente peligro.

El coyote le mordió el estribo y el caballo dócilmente se detuvo. A partir de ese momento estaba viviendo algo parecido a un sueño, y recobró la conciencia hasta que se encontraba tendido en el suelo sobre las hojas caídas de los arboles, sin su inseparable sobrero y con la mirada fija y penetrante del animal, que no pestañeaba ni se movía.

De pronto el coyote mordió el sobrero y lo arrastro hacía la cabeza del Tío, como si intentará ponérselo, pero con asombro, abriendo los ojos lo más que pudo, vio como el inteligente animal lo colocó con la copa hacía arriba, lo tomo con sus extremidades delanteras, se lo llevo a la parte baja de sus extremidades traseras, orino y defeco en su prenda inseparable, después lo regresó tan cerca de la cabeza que Tío Ángel, sin poder emitir una palabra, pudo percibir el olor de su contenido.

Dueño absoluto de la situación, el coyote lucía gigante ante los ojos del hombre indefenso, tendido cuan largo era, que no acertaba a decir nada ni a mirar con claridad. Sentía que se mantenía en un sueño profundo y los párpados le pesaban como una loza. Escuchaba pero no miraba, era algo parecido o más que una pesadilla de la que no podía despertar.

Y así pasó el tiempo sin que él supiera, a ciencia cierta, cuantos minutos habían transcurrido, y sin que el coyote se despegara para nada, como si tomara venganza de algún agravio recibido anteriormente, pues se sabía que frecuentemente, en el atardecer de los días, les disparaba a esos animales con una vieja  y destartalada escopeta de municiones, siempre mal preparada y siempre pegando con toda fuerza con la culata en su hombro derecho.

A lo lejos se escucharon voces que tampoco el Tío pudo percibir, pero que el coyote captó con claridad. Fue entonces que se retiró no sin antes pasar, una y otra vez, sobre el cuerpo inerme de quien ahora había recobrado la lucidez, pero que se resistía a levantarse para no provocar la furia del animal, que se alejó con la humildad de un perro agradecido, después de haber recibido de su amo una gran dotación de comida y sentir plenamente satisfecho su hambre.

Cuando las voces estuvieron muy cerca, “a tiro de piedra”, como decía el narrador de este fabuloso cuento, alcanzó a balbucear tal cúmulo de improperios, que su caballo, negro y brioso, perdió la tranquilidad que había mostrado durante todo el tiempo que el coyote los dominó.

Se encabritó y partió a gran velocidad para la casa, a la que llegó relinchando tan fuerte, que Francisca, alarmada, despertó a Melchor para que viera lo que pasaba.

Mientras tanto el hombre que había sido víctima del coyote atinó a dar con el sombrero sucio, y lleno de furia lo aventó con fuerza a la orilla del camino. Emprendió el paso con la sensación de haber soñado, pero el brillo de la luz de la luna llena y el intenso frío lo volvieron a la realidad, estrujó sus ropas heladas y prendió un cigarro que le supo a gloria, no por el sabor cotidiano que siempre le proporcionaba, sino por haber alejado de su nariz el olor al coyote y a lo que éste le dejó en el sombrero.

Como alma errante caminó con la mirada perdida hasta que sintió el jalón fuerte de Melchor, a quien confundió, entre las sombras de los arboles, con el coyote, figura que lo perseguiría para siempre en sus noches de retorno a la casa, con la confianza de que nada le volvería a suceder, porque  ahora soltaba la reata a todo lo largo detrás del caballo, que también se sentía seguro viendo al coyote que los seguía de cerca, pero sin darles jamás  alcance, porque el temor a la reata revivía sus atavismos, pues el coyote sabía que con ese objeto muchos de sus antepasados fueron ahorcados, dejando la vida en sus mejores años.

Tío Ángel se encontraba todavía lejos de la casa, en compañía de Melchor, y para darse valor, cantó y repitió durante todo el trayecto la canción que era su himno: “Solamente una vez”, que entonaba completa cuando estaba en su juicio, pero ahora la interpretaba entrecortada y con voz temblorosa, temiendo la aparición repentina del coyote y la repetición de la escena que lo alteraba y llenaba de terror.

Otras veces contaba que por un momento creyó tener al mismísimo Lucifer encima tratando de llevárselo al infierno, y que él no le pudo reclamar con su acostumbrado lenguaje porque sus ojos brillaban sin dejar ver nada y la cola de Satanás le tapaba la boca. “Me sentía sofocado, con dificultad para respirar, sin aliento para levantarme, sin ánimo de enfrentar a la encarnación del mismo diablo”, decía, con los ojos desorbitados, casi siempre al terminar el relato.


Y cada vez, el cuento se alargaba o se acortaba según el ánimo y la audiencia. Escenas anteriores desaparecían de repente y nuevas le iban dando novedad y frescura. Siempre igual, pero siempre diferente.