lunes, 17 de febrero de 2014

OBAMA GO HOME

En México sabemos con toda claridad qué intereses representan Obama y Harper y a qué vienen con el pretexto de la mal llamada Cumbre de Líderes de América del Norte.

Obama, representante afroamericano del imperialismo yanqui, ha sido el presidente estadunidense que más mexicanos ha deportado de territorio norteamericano, a pesar del aporte invaluable que los compatriotas hacen a la economía de aquel país. Con Obama, México ha sido invadido por los organismos yanquis de espionaje y desestabilización y, bajo su gobierno, nuestro país fue inundado descaradamente con armas gringas de alto poder para que se cometieran miles de crímenes en nuestro territorio.

En fechas recientes se dio a conocer el espionaje descarado que el gobierno de Obama implementó, no contra el gobierno o funcionarios desleales al país que acá están bien identificados y que consintieron el espionaje, sino contra el pueblo de México, poniendo en grave riesgo la seguridad de la nación y la soberanía mexicana.

Sabemos que Harper y Obama vienen en actitud neocolonialista, aprovechando que en México existe un gobierno indigno, integrado por personas con mentalidad desnacionalizada, dispuestos a entregarles las riquezas de la nación, como han hecho con los recursos mineros a las compañías canadienses y ahora la pretensión de entregar los recursos energéticos a las empresas petroleras que representa Obama.

El gobierno de Obama, como representante de las empresas transnacionales, viene a cerrar la pinza para asegurar el saqueo del petróleo, la minería y todo lo que se pueda, con el consentimiento cínico y desvergonzado de quienes presiden el gobierno nacional.

La presencia de esos dos personajes, pero sobre todo la de Obama se inscribe no en las relaciones bilaterales o multilaterales entre iguales, sino entre quienes, como el gobierno yanqui, se sigue conduciendo con la actitud de gran potencia, por un lado y los lacayos por el otro, a los que presentan como grandes estadistas porque representan fielmente los intereses de los dominadores y no del pueblo que dicen gobernar.

Obama es representante de la potencia militar más poderosa de la Tierra, pero en franca decadencia económica.

Y a pesar de que Estados Unidos de Norteamérica es el país más endeudado del mundo y está siendo superado como la primera potencia económica mundial, el mal gobierno mexicano está dispuesto a colocarnos como vagón final de un tren que históricamente va rumbo al descarrilamiento, y en lugar de diversificar las relaciones económicas, sujeta cada día más la economía mexicana  a un modelo de desarrollo en franca agonía histórica.

Tradicionalmente ningún presidente yanqui ha sido bien recibido por el pueblo mexicano. Todos ellos, sin excepción, han sido y son repudiados. Las razones históricas y actuales son abundantes y más que suficientes para justificar plenamente el repudio de nuestro pueblo.

La injerencia abierta del gobierno de Obama, a través del espionaje cibernético, la justificación cínica de esa conducta delictiva en la vida interna de México, que sólo incumbe a los mexicanos, los intereses que representa y a los que defiende, explican, entre otras cosas el amplio repudio que se merece, y que se ha expresado en diferentes formas, desde declararlo persona non grata, la quema de la bandera yanqui en territorio mexicano y las marchas de amplios sectores contra su presencia.


Todo ello bien se puede resumir mediante la demanda expresada brevemente: Obama go home.

viernes, 7 de febrero de 2014

EL ESTADO MEXICANO EN DESCOMPOSICIÓN

“El Estado moderno
 no es más que la junta
que administra los negocios
 comunes de toda la clase burguesa”
Marx y Engels.

Los neoliberales han transitado durante tres décadas por la vía de la destrucción del Estado surgido de la Revolución Mexicana, orientado, éste, a superar los enormes rezagos heredados de los trescientos años de coloniaje español y de cien más de inestabilidad que culminaron con la dictadura porfirista.

La Revolución de 1910, mediante una amplia alianza de fuerzas, se propuso como objetivos fundamentales destruir las relaciones feudales y semifeudales imperantes en el campo mexicano, iniciar la construcción de un régimen democrático, rescatar el patrimonio nacional en manos de corporaciones transnacionales y elevar, permanentemente, las condiciones de vida de los mexicanos.

El cuerpo jurídico en el que se expresaron esas aspiraciones fue la Constitución de 1917, fundamentalmente sus artículos 3º. 24, 27, 123 y 130  que contenían los derechos esenciales de los mexicanos, es decir, las garantías sociales que colocaron a la Carta Magna como una de las más avanzadas del mundo desde su promulgación y buena parte de su vigencia.

La destrucción de la hacienda porfiriana y la consecuente entrega de la tierra a los campesinos liberados mediante la reforma agraria, única en América Latina en el siglo XX; la precisión y aplicación de los derechos laborales mediante las leyes reglamentarias de las disposiciones constitucionales; la aplicación consecuente del mandato constitucional de la propiedad originaria de la nación del suelo y subsuelo, sustento y base de la nacionalización del petróleo y la electricidad, y el impulso a la educación en manos del Estado, entre otras medidas, encaminaron a la nación mexicana en la ruta para lograr los objetivos del primer movimiento social del siglo pasado.

No fue la Revolución mexicana un movimiento lineal, pues tuvo que enfrentar poderosos intereses reaccionarios, como siempre, alimentados desde el exterior, sobre todo por las presiones del imperialismo yanqui que emergió poderoso de las cenizas de la primera conflagración mundial y se consolidó sobre millones de muertos y lisiados, y la inaudita destrucción material de la Segunda Guerra Mundial.

Con altas y bajas, con avances y retrocesos, se mantuvo nuestro país bajo el rumbo general marcado por la Revolución Mexicana, y México se transformó, en sesenta años, de país agrario atrasado de 1910, en un país agrario-industrial y de ahí en un país industrial, con la aparición de una fuerte burguesía que tuvo tradicionalmente en la cúspide del poder judicial a un aliado seguro.

La Revolución de 1910 no fue una revolución anticapitalista y, por lo tanto, no fue una revolución socialista. Sus objetivos se mantuvieron, siempre, dentro del sistema capitalista de producción, con una fuerte y fundamental intervención del Estado en la economía, factor que explica las transformaciones económicas, sociales y políticas que se alcanzaron  en seis décadas, desde 1917, fecha de expedición de la Constitución producto de la revolución, hasta 1982, año en que los neoliberales asaltaron el poder y empezaron el desmantelamiento del Estado mexicano surgido de ese movimiento social.

Desde la invocación del Estado obeso de Miguel de la Madrid a la desnacionalización energética de Peña Nieto, los neoliberales han transitado como verdaderos energúmenos por la vía de la cancelación de las legítimas aspiraciones de soberanía, independencia, libertad, democracia y justicia social del pueblo mexicano contenidas, repito, en la Constitución Mexicana.

Los neoliberales no sólo han desnacionalizado renglones fundamentales de la vida económica nacional, entregándolos a la voracidad del capital privado, doméstico y extranjero; no sólo han lesionado gravemente la soberanía nacional, convirtiendo a México en un país más dependiente, sino que han cancelado la vía democrática que, aún con dificultades, abrió el movimiento revolucionario de 1910, y han amamantado y procreado una oligarquía insaciable –en cuyo nombre e intereses gobiernan- y que considera llegado el momento de fortalecer sus lazos con el poder transnacional para seguir saqueando y empobreciendo a nuestro pueblo.

Los resultados del modelo contrarrevolucionario aplicado por los neoliberales, descritos y repetidos en los materiales de este blog, se expresan con toda claridad en muchos hechos, y sólo con el propósito de recordarlos, señalo los siguientes:

Remate del patrimonio nacional para fortalecer a la oligarquía y a los intereses transnacionales, mediante el proceso privatizador y desnacionalizador; destrucción de las cadenas de producción que tenían su base en la empresas estatales, lo que explica el estancamiento de la economía y el nulo crecimiento en más de tres décadas; el incremento de la corrupción y el saqueo de las riquezas nacionales a niveles sólo alcanzados en el periodo colonial; abandono intencional del campo y una actitud enfermiza con la pretensión de destruir la producción agropecuaria, sobre todo la que proviene del ejido mexicano.

Concentración criminal de la riqueza del país en unos cuantos potentados que cada día acumulan más, frente a la pobreza de más de la mitad de la población y la miseria en que se debaten millones de compatriotas.  Las cifras en materia de distribución injusta de la riqueza son verdaderamente escandalosas.

Impulso desde el poder público a la delincuencia que azota, hoy, a todo el territorio nacional y afecta la seguridad de los mexicanos; destrucción permanente de las conquistas sociales de la Revolución mexicana.

Ataque sistemático a las garantías individuales de los mexicanos y prácticamente la cancelación de los derechos políticos derivados del movimiento revolucionario de 1910.

Militarización de amplias regiones del país a pretexto de combatir a las bandas de criminales, sin que la ocupación militar o policiaca haya disminuido la inseguridad, porque el verdadero propósito de los neoliberales es generar miedo en los sectores sociales del pueblo, criminalizar la protesta social, pero no combatir la delincuencia que ellos propiciaron. El movimiento paramilitar creado por el gobierno recientemente se inscribe en este objetivo gubernamental.

Los neoliberales han tenido siempre una actitud de lacayos frente a los intereses yanquis a los que se someten sin chistar. Y ahora ante  las graves agresiones a la soberanía nacional, como el espionaje descarado del gobierno de Obama, Peña Nieto se conduce como si México fuera un protectorado yanqui.

Todo lo anterior y mucho más se completa con una vulgar demagogia de los gobernantes en todos los órdenes.

Así las cosas, resulta claro que a la luz de nuestra Revolución de Independencia de 1810, de la Revolución de Reforma de mediados del siglo XIX y de la Revolución Mexicana de 1910, y a la luz de las aspiraciones legítimas del pueblo mexicano, México ha vivido un proceso contrarrevolucionario que dura un poco más de tres décadas.

Hoy, en el siglo XXI, el Estado mexicano, de manera abierta, “no es más que la junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.

Las fuerzas democráticas de México deben tener claro el carácter y la naturaleza del Estado mexicano para elaborar correctamente la táctica y la estrategia que conduzca a la transformación revolucionaria de nuestro país.


Todo indica que se encaminan correctamente las acciones recientes de distintas organizaciones sociales para combatir, no sólo la contrarreforma energética sino el criminal modelo neoliberal que tiene postrada a la nación mexicana, tema que se abordará en otra ocasión.