Causa verdadera indignación
el manoseo que los neoliberales han hecho del tema laboral y la enorme cantidad
de mentiras que han vertido para justificar la rápida aprobación de su
contrarreforma laboral.
La actitud sumisa de los
neoliberales a los mandatos del exterior es motivo de vergüenza ajena, y en la
prisa por ser gratos a sus amos y presentarse como los campeones de la
modernidad, fingen olvidar que con esa contrarreforma están ubicando las relaciones
obrero patronales en el siglo XIX para justificar, de esa manera, una
sobrexplotación de la clase trabajadora.
Desde quienes presentaron o
dieron su consentimiento para que se presentara la iniciativa que
contrarreforma la legislación laboral mexicana que, hay que repetirlo, cancela
derechos fundamentales de la clase trabajadora, hasta quienes fingieron
demencia, todos cargan con la responsabilidad histórica de impulsar la más
rabiosa agresión contra los trabajadores, sólo comparable con su situación en
el Porfiriato.
Y como se trata de cumplir
compromisos con fuerzas y organismos manejados por el imperialismo yanqui, los irredentos
neoliberales ni siquiera se toman la molestia de mirar a los países de Europa
que ya aplicaron esas medidas draconianas contra el trabajo y obtuvieron
resultados económicos y sociales desastrosos.
Tampoco quieren voltear hacia
América Latina, región en la que varios pueblos han elegido gobiernos que se
apartan de los mandatos imperialistas, y están aplicando medidas sociales
fundamentales, retomando con dignidad su desarrollo independiente y soberano.
Los neoliberales mexicanos,
hechos a imagen y semejanza de los neoliberales de otras latitudes del mundo,
se ufanan de ser originales, de concebir políticas para cada país o región, de
buscar la modernización de todo cuanto existe, pero de manera desvergonzada se
someten a los dictados del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización para la Cooperación y
el Desarrollo Económico, etc. que operan como vulgares
instrumentos para aplicar la política diseñada por el llamado Consenso de
Washington.
Dichos organismos son los
verdaderos patrones de los gobiernos. Los neoliberales “modernizadores” asumen
el gobierno como simples intermediarios entre los intereses transnacionales y
el pueblo, con el compromiso de defender a costa de lo que sea a sus amos.
En México este fenómeno se
inició cuando terminaron los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana. A excepción del gobierno de Miguel Alemán, caracterizado entre otras cosas por
una tremenda corrupción, los demás en general adoptaron medidas con sentido
nacional y social.
Pero a partir de Miguel de la
Madrid, los neoliberales condujeron aceleradamente al pueblo mexicano a la
enorme desigualdad social que sufre. Hoy nos encontramos con niveles de desigualdad
social similares a los del Porfiriato.
La contrarreforma laboral,
concebida y diseñada desde el exterior, impuesta a los neoliberales del país,
parte de una consideración perversa e inmoral: que los derechos sociales de la
clase trabajadora son un estorbo y la principal causa del desempleo.
Con absoluta razón Viviane
Forrester se pregunta: ¿Cómo es posible que se insista en que las escasas
conquistas sociales conservadas, las débiles reticencias al ultraliberalismo,
sean la causa del desempleo…”
El FMI, el BM, la OCDE y
demás “recomiendan” limitar y gradualmente desaparecer los derechos sociales de
los trabajadores, hasta colocarlos, ni más ni menos, en una situación de
indefensión frente a los empresarios, que así cuentan con todas las condiciones
y derechos para lograr la sobreexplotación de los trabajadores.
La contrarreforma laboral, en
México, como en otras partes del mundo, está concebida como una legislación a
favor de los empresarios y en contra, abiertamente, de los trabajadores. Está
orientada a favorecer las ganancias de la minoría privilegiada a costa del
desempleo, la pobreza y la miseria de grandes masas.
Muestran un cinismo
desmesurado quienes afirman que con las propuestas neoliberales se crearán más
empleos. Ni ese es el propósito, ni ese ha sido el resultado donde ya se
aplican. Hay que voltear hacia varios países de Europa, donde los indignados se
han levantado vigorosamente contra los indignos, para utilizar la
expresión de Eduardo Galeano.
La legislación
constitucional, vigente en México, en materia laboral es una de las más
avanzadas del mundo en ese nivel. El artículo 123 de la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos contiene los derechos fundamentales de la clase
trabajadora, y esa norma básica se proyecta a la legislación secundaria en la
materia.
Las “modernas” reformas de
los neoliberales, sus propuestas “modernizadoras” también están clara y
abiertamente contra los derechos que nuestra Constitución otorga a los
trabajadores. Violenta los derechos individuales de los trabajadores, así como
sus derechos colectivos.
Y como lo han dicho juristas
especializados, la contrarreforma laboral, al mismo tiempo, “viola al menos 28
tratados internacionales ratificados por el Senado en materia de libertad
sindical, negociación colectiva, igualdad de oportunidades, seguridad, salud y
estabilidad en el trabajo”.
Los neoliberales quieren, con
esa contrarreforma, institucionalizar el hambre y la miseria; institucionalizar
el desempleo, los salarios de hambre y la inseguridad laboral; poner barreras
infranqueables para la organización sindical de los trabajadores y limitar
hasta desparecer los derechos sociales.
Tratan de confiscar a los
trabajadores el derecho a la jubilación, despojarlos de cualquier protección,
restablecer la ley de la selva en las relaciones obrero patronales, e impedir
que los trabajadores se organicen solidariamente con sentido de clase.
Y ya desbocados, los
neoliberales mexicanos se fueron hasta la cocina. Concibieron, hace pocos
meses, una manera burda de apagar cualquier manifestación de protesta social,
otorgando al Ejecutivo Federal la llamada Iniciativa Preferente, o sea una
facultad presidencial para que se aprueben leyes sin discusión, en un plazo
perentorio.
Se institucionaliza, de esa
manera, el presidencialismo desbocado, y el legislativo juega el deshonroso
papel de una simple oficina de trámite de la voluntad presidencial. ¡Otro signo
de la modernidad! dirán los neoliberales, cuando en realidad se trata del
regreso a las formas más vulgares de la dictadura porfiriana.
Rechazar la contrarreforma
laboral, repudiar y combatir al neoliberalismo es, por hoy, una necesidad
histórica y condición necesaria para mantenernos como una nación independiente
y soberana, que en el futuro otorgue satisfacción a las necesidades del pueblo
y permita el cabal desarrollo de las potencialidades de los mexicanos.