domingo, 16 de octubre de 2011

EL ESTADO MEXICANO

Históricamente el tema del Estado se ha colocado en el centro del debate ideológico y político. Las clases dominantes han oscurecido, intencionalmente, su verdadera naturaleza; han justificado su existencia y sus funciones invocando la dirección de los más capaces sobre el resto de la población, como lo hizo Aristóteles bajo el esclavismo, o bien le atribuyen origen divino como en la monarquía, o lo presentan como el gobierno de todo el pueblo en el Estado representativo moderno.

Tuvieron que pasar muchos siglos, hasta que la humanidad alcanzó cierto grado de desarrollo general, para descubrir la verdadera esencia del Estado, definido a la luz de la ciencia más avanzada, como el instrumento en manos de una minoría acaudalada, para garantizar sus intereses, dominar y sujetar a la mayoría. Dicen Marx y Engels: “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.

A pesar de todo, sobre el Estado se mantiene un velo denso que impide a las masas populares la comprensión de lo que es y los intereses que representa.

México no se ha desarrollado, aún con sus características propias, al margen del camino que ha transitado la humanidad, no porque aquí se hayan repetido todas las etapas del avance humano tal y como se dieron en Europa o en otras latitudes del planeta. Por ejemplo no conocimos el esclavismo como sistema, pero sí hubo esclavos; el régimen monárquico no tuvo las características clásicas, porque sufrimos 300 años de coloniaje español, y el Estado surgido de la Revolución Mexicana nació como un Estado antifeudal y antimperialista, al lado del primer Estado Socialista y en medio de la profunda crisis económica, política y social que significó la primera guerra mundial.

La clase social que triunfó militar y políticamente en la Revolución de 1910, y que ha dirigido al Estado mexicano desde entonces, se vio obligada a reconocer reclamos populares e incorporarlos en el más alto nivel de la estructura jurídica, como es la Constitución, pero no por razones morales, sino por intereses de clase. Bastaría citar la urgencia de liberar a los peones acasillados, que era la mayoría de la población mexicana de ese tiempo, para comprender que la burguesía rural, en camino de transformarse en burguesía industrial, necesitaba compradores, requería consumidores que tuvieran dinero en el bolsillo y que, por lo tanto, fueran liberados de la férrea estructura feudal de la hacienda.

La película “El Principio”, que en mucho es la biografía de Madero, resulta muy ilustrativa al respecto.

En fin, el Estado emanado de la Revolución Mexicana, para romper las trabas feudales del campo, para industrializar al país y, en general, para desarrollar las fuerzas productivas, tuvo que establecer disposiciones orientadas a fortalecer el mercado interno. Requería para eso medidas protectoras de obreros y campesinos principalmente, sin las cuales no lograría su propia fortaleza y el crecimiento de la burguesía.

El Estado mexicano, como lo conocemos ahora, no se puede atribuir a la buena o mala fe, a las buenas o malas intenciones o a un cúmulo de errores de los gobernantes, sino a la vigencia del sistema capitalista y a las consecuencias que acarrea este sistema.

La burguesía mexicana que se ha desarrollado y creció como en otras partes del mundo, a costa de los trabajadores, encontró en el sector estatal de la economía un punto de apoyo para fortalecerse; se pegó a ese sector como los animales que chupan la sangre y se hinchó de dinero, pero una vez que ya no le satisfizo empezó a deshacerse de él para caminar por su propio pie.

Desde el punto de vista político fue una clase social beneficiaria del Estado protector, que además de proteger a obreros y campesinos, protegió a industriales, y todo ese cúmulo de protecciones le reportó enormes ganancias.

Hoy que le estorba el Estado protector, le denomina despectivamente Estado obeso o estado populista y exige, en nombre de la libertad económica, acabar con las normas que le impiden acentuar la explotación más despiadada del trabajo.

Prácticamente la burguesía ejerce el poder en México. Salinas de Gortari acordaba la política del país, en los Pinos, con 300 empresarios, amos y señores de vidas y haciendas, cúpula que se ha reducido para formar la oligarquía, como lo señalé en mi anterior colaboración.

En el Congreso de la Unión, los partidos representados han incorporado 62 legisladores conocidos y reconocidos como empresarios, situación que cambia cualitativamente la naturaleza del legislativo federal, que está dejando de ser el poder popular por excelencia para convertirse, cada vez más, en un poder de la clase económicamente pudiente.

Me parece que hay un material muy amplio e importante para reflexionar y debatir como un deber ineludible de las fuerzas avanzadas del país, pero sobre todo de la izquierda, algunos de cuyos dirigentes están empeñados en estériles persecuciones internas y en un terco empeño por abandonar las posiciones de clase, invocando como justificación la “interacción” con la burguesía, que no es ya lo que era apenas hace 20 años.

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