El sistema capitalista se
encuentra en una profunda crisis que abarca la economía, la política, la
cultura, las relaciones sociales, la ideología, es decir, toda la estructura y
la superestructura de la sociedad. El Estado-nación resulta incompatible con la
globalización, a grado tal que ha entrado en una aguda crisis, y no se
vislumbra, a corto plazo, ni su desaparición, ni su fortalecimiento.
La concentración de la
riqueza y la extensión de la pobreza no tienen igual en los 500 años anteriores
a nuestra época. Si el 1% de la población mundial tiene un volumen de riqueza
igual al que posee el 99%, estamos ante una realidad no sólo injusta, sino
insostenible. Esta inaudita desigualdad atenta contra el más elemental sentido de justicia y dignidad del ser
humano. En un sentido real, va contra la existencia misma de la humanidad
porque cancela cualquier tipo de desarrollo.
También atenta contra la
existencia de la humanidad el cambio climático provocado por el irracional
sistema capitalista.
El afán de ganancia y acumulación ya no se
logra solamente a través del despojo directo de los trabajadores, en el proceso
de producción, sino por la frenética,
incontrolable e insaciable especulación financiera.
Es tal la profundidad de
la crisis capitalista y de su actual expresión, la globalización, que en los
últimos dos años asistimos a un proceso que tiene mucho de desglobalización.
Tal ocurre con el Brexit; lo que también podríamos llamar el Euexit de Trump;
la serie de medidas proteccionistas en diversas regiones del mundo impuestas
por los países desarrollados, más lo que se acumule en los próximos días.
En lo que hoy es todavía territorio
norteamericano se habla de la posible independencia de California. La crisis
del capitalismo pone en bandeja de plata al Calexit.
Y por cierto, el Calexit
abre la vía para que los mexicanos -que cargamos durante 170 años con la
afrenta del despojo territorial yanqui en 1847- profundicemos la lucha legítima
para recuperar el territorio robado a México por los yanquis.
El proceso desglobalizador -auténtica
convulsión capitalista- genera las condiciones para lograr esa recuperación
histórica del territorio nuestro.
Es evidente que el
neoliberalismo (contrarrevolución social de magnitudes catastróficas), como instrumento
para afianzar la globalización, transformó al Estado-nación, lo despojó de su
naturaleza y lo convirtió en instrumento esencial para acelerar la acumulación
de las riquezas; acumulación que ha llegado a niveles nunca conocidos.
Las reformas impulsadas por el neoliberalismo,
tanto las de la primera generación como las de la segunda, significaron en los
hechos un abierto despojo del patrimonio de pueblos enteros y de derechos
sociales básicos.
Hubo una transferencia
incalculable de recursos públicos a las empresas capitalistas.
Lo que explica la
intensidad de la violencia pública y privada, por una parte es que el Estado se
puso incondicionalmente al servicio de los intereses económicos, es decir un
alto grado de violencia institucional que se mantiene y busca prolongarse
indefinidamente y, por la otra, el neoliberalismo desató fuerzas sociales,
muchas de ellas promovidas y protegidas desde las altas esferas del poder, que
se dedicaron al crimen y a la delincuencia, cuyas ganancias fluyen de manera
natural en el sistema financiero capitalista.
En este escenario turbulento los intereses
transnacionales impulsaron en Pakistán, Afganistán, Colombia, México y otros
países un modelo para enfrentar el llamado crimen organizado que provocó una
enorme mortandad y la pérdida de la paz social que, hasta hoy, no se ha
restablecido.
Que el neoliberalismo
provocó una hecatombe social, a nivel mundial, ya nadie lo discute. Pero los
neoliberales siguen como disco rayado, repitiendo y repitiendo su programa, que
ya demostró hasta la saciedad que causó severos daños.
Hoy el neoliberalismo está
total y absolutamente desprestigiado y su programa está agotado: ya han
privatizado todo lo privatizable. Sólo faltan algunos rubros que José Saramago,
con profunda ironía, señalaba en la parte final de su libro, "Cuadernos de
Lanzarote".
A pretexto de la
globalización, el neoliberalismo despojó a las naciones de su patrimonio, a la
clase trabajadora de sus derechos laborales fundamentales, a la cultura de su
diversidad y riqueza, a la educación de su carácter científico y democrático.
Ha cancelado a la Tierra
su futuro limpio, o para utilizar el término acuñado a principios de los 90 del
siglo xx, en la Cumbre de Río, su desarrollo sustentable.
Ha despojado a hombres y mujeres de sus
legítimas esperanzas de construir una vida libre y digna.
En estas condiciones la
globalización constituye el mayor obstáculo para preservar el desarrollo
progresivo de la humanidad y el principal elemento de la desintegración social,
de la sobreexplotación del ser humano, del robo, del saqueo y la criminalidad.
En una palabra: su existencia conduce al suicidio de la humanidad.
El neocolonialismo
capitalista está llegando a su fin en un periodo relativamente breve. En
consecuencia, la supervivencia humana establece, como condición necesaria, la
construcción de un sistema de la vida social, no solo diferente sino opuesto al
capitalismo depredador.