domingo, 16 de octubre de 2011

EN AMERICA LATINA CALDERÓN REPRESENTA EL PASADO

Ajeno a los cambios radicales que se están dando en América Latina, Felipe Calderón ha querido revivir un debate que en muchos países de Latinoamérica en mucho ya se superó, pues desde el poder, gobiernos democráticos, electos legítimamente por sus pueblos inician la reconstrucción nacional, después de los desastres provocados por el neoliberalismo, sobre todo por el crecimiento nunca visto de la pobreza, desde que el conjunto de los países de la región obtuvieron su independencia, expulsando a las potencias colonizadoras que los empobrecieron, los saquearon y los asesinaron.

No es cierto que el debate central en esta parte del continente americano sea entre el pasado y el presente, en los términos falsos en que lo concibe Felipe Calderón y los asesores que le escriben sus discursos. Es una falsedad absoluta que el debate latinoamericano se dé entre los partidarios de la democracia (sic) y los que se inclinan por dictaduras vitalicias (sic). Esto lo plantea –a sabiendas de que es falso- para congraciarse con sus amos del norte, para quedar bien con quienes lo están utilizando para frenar o intentar detener los urgentes cambios que, afortunadamente, todos los días están transformando a la América Latina.

Quien quiera ver lo que hoy sucede en América Latina, asumiendo la defensa de nuestros pueblos, sabe muy bien que el enfrentamiento central, la lucha frontal se da entre el neoliberalismo promovido por el imperialismo norteamericano y los opositores a ese modelo de desarrollo, que ya demostró hasta la saciedad que solo sirve y favorece a los grandes intereses económicos y que ha conducido a los pueblos latinoamericanos al subdesarrollo, al atraso, a la miseria y, consecuentemente, a la inestabilidad política.

Haciendo suyo hasta el lenguaje de los amos yanquis, Felipe Calderón se manifiesta contra el populismo, calificando como tal las medidas que se están aplicando para recuperar los recursos naturales que siguen en manos de compañías extranjeras insaciables. Están haciendo lo que los mexicanos hicimos en 1938 y en 1961, con la industria petrolera y la industria eléctrica respectivamente, bajo el prestigiado liderazgo del General Lázaro Cárdenas y de Adolfo López Mateos.

Ambos, los que ordenan desde el imperio y los que obedecen aquí, utilizan un lenguaje común para combatir las medidas que en diversos países latinoamericanos tratan de responder a las exigencias populares, y en ese intento infunden temor para detenerlas. No hay ninguna diferencia entre el procónsul yanqui y ex embajador en México John Dimitri Negroponte y Felipe Calderón. Basta leer lo que el funcionario norteamericano acaba de declarar y lo que fue a decir Calderón a España.

Por lo pronto Calderón perdió el primer debate frente al moderado Lula da Silva quien invocó argumentos elementales para vapulear al “cachorrito” del imperio. Es más, Calderón hizo el ridículo al presentarse como defensor oficioso de un proyecto fracasado como el Tratado de Libre Comercio, impulsado desde los EEUU, tal como se lo hizo ver el chileno Miguel Insulza, Secretario General de la OEA, y de paso volvió a recorrer el trillado camino que le enseño su maestro Fox, metiendo las narices donde no debe, en una actitud intervencionista que le está ganando a su gobierno el repudio de grandes sectores populares latinoamericanos. Es decir, otra vez y contando con la indiferencia del senado de la República Mexicana, que ha abandonado su papel de vigilante de la política exterior del ejecutivo, Calderón viola el principio constitucional de no intervención que tiene la obligación de aplicar en las relaciones con otros países.

Pero no todo ha quedado en ese cúmulo de falsedades y desaciertos. Al hacer alusiones personales, como las hizo contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, contra el presidente de Bolivia Evo Morales y contra el propio Fidel Castro, aun cuando Calderón fingió demencia al no mencionarlos, ocasionó que el mundo se le viniera encima y que desde diversas partes de América Latina le respondieran con dureza y lo volvieron a vapulear.

Y ya encarrilado en el camino del entreguismo y de la indignidad, Calderón se ofreció, también oficiosamente, para recibir, con los brazos abiertos, en México a “cualquier inversionista que tenga miedo de las políticas que expropian o nacionalizan o que ahuyentan la inversión…” según sus palabras textuales, lo cual equivale, se quiera o no, como ya lo señalé en una colaboración anterior, a ofrecerse como esquirol para dar protección a las compañías que explotan sin consideración los recursos naturales de América Latina.

En conclusión: Calderón representa al pasado en el debate latinoamericano; expresa su disposición para hacerle el trabajo sucio al imperialismo norteamericano del que aparece como un peón fiel. Al violar los principios constitucionales que rigen la política exterior de México, sobre todo el que se refiere al de no intervención, enfrenta innecesariamente a nuestro país con otros países y pueblos de Latinoamérica y, finalmente se presta a jugar un papel indecoroso frente a la decisión de esos pueblos hermanos de recuperar sus recursos naturales, su independencia y el ejercicio pleno de su soberanía.

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