sábado, 26 de noviembre de 2016

HASTA SIEMPRE FIDEL


Con el titulo “Fidel Castro” publiqué en este blog,
hace seis años, el articulo que hoy vuelvo a publicar, en
el que expreso, brevemente, lo que para mi y millones de mexicanos es
y representa Fidel Castro.


Resulta muy difícil intentar escribir sobre una personalidad tan grande como lo es Fidel Castro, y más difícil es hacerlo en un espacio pequeño. Muchos que han descrito la vida y la obra de este héroe latinoamericano, lo han hecho a través de obras voluminosas y han quedado vacíos tremendos.

Pero para manifestar el profundo respeto y la admiración que se siente por un ser humano como Fidel Castro no se necesita de grandes volúmenes, y quizá el mejor ejemplo de eso lo encontremos en el brevísimo artículo de Gabriel García Márquez, bajo el título de “El Fidel que yo conozco”. Nadie con cierta sensibilidad social, podría no emocionarse al leer los pocos renglones que escribe el Gabo sobre Fidel, de los que emerge el ser humano deslumbrante, el experimentado dirigente, el lector voraz, el incansable conversador, el orador que seduce, por horas, el educador, el hombre que ha soñado durante toda su vida con una humanidad feliz, que ha luchado para que hombres y mujeres encuentren su plena realización como seres humanos en el socialismo, que es hasta hoy –se quiera o no- el sistema de la vida social más elevado que el ser humano ha concebido en su larga y difícil lucha por vivir en mejores condiciones.

A través de la lucha revolucionaria, Fidel Castro rescató para el pueblo cubano su dignidad. El cubano es un pueblo preparado, culto y digno, que siente un inmenso orgullo por su Revolución, que quiere y respeta a sus dirigentes políticos. Es el pueblo latinoamericano que elevó su moral a grado tal, que no sólo ha sabido resistir la agresión permanente de los gobernantes yanquis, sino que en la vida real los ha derrotado. Sin esa moral tan elevada –que no se califica o cuantifica en pesos y centavos- no habría sido posible convertir a Cuba en la potencia científica, deportiva y cultural que hoy es.

Nada de lo que ha edificado la Revolución cubana podría lograrse, en ninguna parte del mundo, ni en ningún tiempo, en medio del hambre que le endilgan sus detractores al movimiento social más avanzado políticamente no sólo de América Latina, sino del mundo.

Cuba es –dice García Márquez- “una isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal”, pero su grandeza como pueblo no está a discusión. Y esa grandeza es producto de la revolución encabezada por Fidel Castro, el brillante estratega, el hombre que escogió a México como su segunda patria, desde la que inició el movimiento que liberaría a Cuba de la opresión yanqui, el joven revolucionario que impulsó, desde el Estado de México, la organización de las fuerzas que derrotarían al sátrapa Fulgencio Batista, y haría de Cuba una nación auténticamente independiente, soberana y digna”.

Cuando Fidel dijo en Cancún, frente a José López Portillo que él no necesitaba besar la tierra mexicana porque la llevaba entrañablemente en su corazón, estaba manifestando su gran cariño y agradecimiento a esta tierra que lo vio crecer como libertador de su pueblo.

Si se medita en la trascendencia histórica de la vida y la obra de Fidel Castro, no puede uno dejar de pensar que a partir del descubrimiento de América por los europeos, la historia unió estrechamente los destinos de Cuba y México.

 A Cuba llegaron primero los feroces y sanguinarios conquistadores españoles; de territorio cubano partirían los tres intentos de colonizar a México.

En México nació y de ahí se extendió al resto de América Latina, y de manera directa a Cuba, la lucha por independizarse del coloniaje español. México y Cuba sufrieron, a partir de entonces, la agresión yanqui. Aquí nos invadieron y nos robaron más de la mitad más rica del territorio nacional, allá pretendieron perpetuar su dominio colonial mediante la Enmienda Plat.

 En México se preparó y de nuestro territorio partió el grupo de jóvenes intrépidos que liberó a Cuba. Por todo esto, no es exagerado afirmar que no hay en todo el Continente Americano dos pueblos tan cercanos y tan fraternos como el mexicano y el cubano, y no hay otro dirigente –que no sea mexicano- tan entrañable para nuestro pueblo como Fidel Castro.

Así como Benito Juárez, Pancho Villa o Lázaro Cárdenas son tan admirados, queridos y respetados por los cubanos, José Martí y Fidel Castro lo son para los mexicanos. Bien se puede decir que los pueblos se hermanan profundamente a través de sus héroes.

Hoy, 26 de noviembre de 2016, solamente agrego: el legado revolucionario de Fidel es inmenso y será un  faro que dará luz a los esfuerzos humanos de emancipación, paz y justicia.


¡Fidel vivirá por siempre!

martes, 13 de septiembre de 2016

LA IZQUIERDA EN MÉXICO EN EL SIGLO XXI


Los términos izquierda y derecha son una herencia directa de la gran Revolución Francesa. Como expresión de posiciones políticas nacieron, como lo recuerda  Jean Defrasne, el 11 de septiembre de 1789 cuando se discutía la Constitución. Los partidarios del poder absoluto del Rey estaban colocados a la derecha, en relación a la posición de presidente de la Asamblea nacional; en tanto que los partidarios del Parlamento, emanado de la soberanía popular, se encontraban ubicados a la izquierda del presidente.

A partir de esa fecha los términos izquierda y derecha se utilizan para identificar a dos posiciones enfrentadas, con principios, programas, estrategias y objetivos no sólo diferentes, sino antagónicos e irreconciliables.

Me ha parecido necesario recordar estos datos históricos, porque la influencia de la Revolución francesa, en lo relativo a la distinción de izquierda y derecha,  se proyectó, con mayor o menor intensidad, durante los siglos XIX y XX, y cubre lo que va del siglo XXI.

Toda lucha política democrática, avanzada, progresista, revolucionaria, partidaria de la soberanía popular, contra el orden establecido, defensora de la libertad, la igualdad, la justicia social, se identificó como una posición de izquierda, indisolublemente ligada a los intereses populares y de las clases trabajadoras.

El surgimiento del marxismo (si se quiere ubicar con la publicación de Manifiesto Comunista en 1848, considerado el documento político más importante y trascendente de los últimos 170 años) enriqueció a la izquierda al dotarla de una teoría y una práctica ricas (la concepción y la lucha de clases, entre lo más importante) para transformar al régimen capitalista, y señalarle el objetivo de luchar por el advenimiento de un régimen superior de la vida social: el socialismo. Fue, como se entiende, un enriquecimiento cualitativo.

A partir de entonces la izquierda fue identificada (no sólo con sus características, rasgos y objetivos iniciales) con las fuerzas sociales que se propusieron la instauración de socialismo. La lucha por el socialismo y, consecuentemente, la lucha anticapitalista y antimperialista fueron (y son) banderas de la izquierda; banderas que aun donde se encuentra con problemas de organización se mantienen en alto; que no se han abatido, porque el capitalismo alcanzó con la globalización y su terrible engendro, el neoliberalismo, niveles de explotación, saqueo, despojo, miseria y muerte que tienen postrados a pueblos enteros y a la misma humanidad que -hoy como nunca en su brillante trayecto- se acerca peligrosamente a la antesala de su desaparición si no logra en un tiempo histórico breve instaurar un régimen humano (que necesariamente implica la destrucción del capitalismo).

Hoy por hoy ser de izquierda, en México y el resto del mundo, es ser, consecuentemente anticapitalista, consecuentemente antineoliberal, consecuentemente antimperialista. Por lo tanto, ser de izquierda significa, en el siglo XXI, ser enemigo de la globalización capitalista, que es un producto del imperialismo capitalista, y que los imperialistas y sus voceros interesada falsamente ubican como producto natural del desarrollo de la humanidad.

Hoy en día la izquierda es inseparable de la lucha de los trabajadores por su emancipación como clase social, es inseparable de la lucha de los pueblos por su verdadera independencia, es inseparable de las luchas nacionales por la auténtica soberanía.

En México la izquierda  se nutre, por lo tanto, de las luchas por la emancipación del pueblo y por la emancipación de la nación. La izquierda consecuente destaca,  como fuente que explica su existencia y su combate, la extraordinaria riqueza de la historia de nuestro país, de las gestas heroicas de pasadas generaciones contra el coloniaje español; rinde homenaje permanente a los hombres y mujeres que, renunciando a la comodidad, a la familia y a la vida misma, lucharon por la independencia nacional y por la destrucción del régimen colonial; que enfrentaron, en condiciones desventajosas, la invasión yanqui en 1847 y el despojo del vasto territorio robado a México; que acompañaron a la brillante generación liberal encabezada por Benito Juárez para transformar la estructura económica y social heredada de 300 años de dominio español; que resistieron, combatieron y derrotaron la invasión francesa, la farsa del segundo imperio y la oprobiosa dictadura porfirista.

La izquierda, en México, se identifica con los postulados avanzados de la Constitución de 1917, expresión jurídica de los grandes objetivos de justicia, libertad, soberanía y emancipación del movimiento revolucionarios de 1910.

Y la izquierda contribuyó a los grandes logros económicos y sociales alcanzados en las seis décadas, que van de los años veinte a inicios de los ochenta. Su postura claramente antimperialista le ganó el reconocimiento de amplios sectores populares y de las corrientes nacionalistas que se identificaban con otras organizaciones políticas.

Un amplio sector democrático y progresista coincidió, en México, con la lucha y los objetivos de la izquierda.

En la práctica existió un Frente amplio, nacional, democrático y antimperialista que impulsó el desarrollo nacional. Ese frente amplio explica los alcances y logros de la Revolución mexicana y la transformación de México de un país agrario atrasado, en un país agrario industrial y, hacia la última cuarta parte del siglo XX, en un país industrial agrario, estructura existente cuando el grupo de mafiosos neoliberales asaltaron el poder en 1982.

Dos fuerzas políticas fundamentales que, con una táctica y estrategia propias, desempeñaron un papel relevante de la izquierda fueron, cronológicamente, el Partido Comunista Mexicano y el Partido Popular Socialista (ambos marxistas); y estos dos partidos fueron, consecuentemente,  los más firmes defensores de los intereses de la nación mexicana y de la clase trabajadora.

Y ambos partidos fueron liquidados, desde el interior, por intereses contrarios a la izquierda. Particularmente el PCM fue capturado por un sector de la pequeña burguesía que, finalmente, lo liquidó formalmente al surgir el PRD, integrado inicialmente (y en su gran mayoría) por la corriente nacionalista que se desprendió del PRI con Cuauhtémoc Cárdenas.

El Partido Popular Socialista, prácticamente aislado, fue el blanco de una campaña desde dentro y desde fuera hasta desintegrarlo a fines del siglo XX.

Con la desaparición de PCM y del PPS la izquierda perdió a sus más consecuentes luchadores, prevaleciendo en el país un vació que hasta la fecha existe, y que no pudo cubrir la corriente nacionalista que se integró, inicialmente, en el PRD.

Si nos atenemos a los hechos, tal como ocurrieron, el PRD no nació como un partido de izquierda. Otra cosa es que a su formación concurrieran y en él militaran personas identificadas con la izquierda.

En estricto sentido el PRD formó parte de la gran corriente progresista de México y así se mantuvo hasta que fue capturado por los neoliberales del PRI que lo sometieron y lo utilizaron para sus fines contrarios a los del pueblo y de la nación. Esto explica la separación de ese partido de varias de las personas que concurrieron a su formación y que mantienen una posición nacionalista frente a los excesos criminales de los neoliberales en el poder.

El gran mérito de López Obrador es haber rescatado a esa corriente nacionalista de las filas del PRD.

Las posiciones políticas, avanzadas, progresistas y nacionalistas de López Obrador y el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena, que él dirige y encabeza) son, actualmente, la fuerza más consistente contra la política facciosa, corrupta, antipopular, antinacional y entreguista de los gobiernos neoliberales.

Creo que esa es la razón de que muchas personas y analistas políticos consideren, de buena fe,  a MORENA y a su dirigente como de izquierda.

Y que otros de mala fe y ocultando sus verdadero carácter de voceros neoliberales hayan considerado y sigan considerando al PRD como un partido de izquierda, cuando los hechos demuestran y confirman, cada día, que es un partido de derecha, al servicio de los neoliberales del PRI y del PAN.