Con el titulo “Fidel Castro” publiqué en este blog,
hace seis años, el articulo que hoy vuelvo a publicar,
en
el que expreso, brevemente, lo que para mi y millones
de mexicanos es
y representa Fidel Castro.
Resulta muy difícil
intentar escribir sobre una personalidad tan grande como lo es Fidel Castro, y
más difícil es hacerlo en un espacio pequeño. Muchos que han descrito la vida y
la obra de este héroe latinoamericano, lo han hecho a través de obras
voluminosas y han quedado vacíos tremendos.
Pero para manifestar el
profundo respeto y la admiración que se siente por un ser humano como Fidel
Castro no se necesita de grandes volúmenes, y quizá el mejor ejemplo de eso lo
encontremos en el brevísimo artículo de Gabriel García Márquez, bajo el título
de “El Fidel que yo conozco”. Nadie con cierta sensibilidad social, podría no
emocionarse al leer los pocos renglones que escribe el Gabo sobre Fidel, de los
que emerge el ser humano deslumbrante, el experimentado dirigente, el lector
voraz, el incansable conversador, el orador que seduce, por horas, el educador,
el hombre que ha soñado durante toda su vida con una humanidad feliz, que ha
luchado para que hombres y mujeres encuentren su plena realización como seres
humanos en el socialismo, que es hasta hoy –se quiera o no- el sistema de la
vida social más elevado que el ser humano ha concebido en su larga y difícil
lucha por vivir en mejores condiciones.
A través de la lucha
revolucionaria, Fidel Castro rescató para el pueblo cubano su dignidad. El
cubano es un pueblo preparado, culto y digno, que siente un inmenso orgullo por
su Revolución, que quiere y respeta a sus dirigentes políticos. Es el pueblo
latinoamericano que elevó su moral a grado tal, que no sólo ha sabido resistir la
agresión permanente de los gobernantes yanquis, sino que en la vida real los ha
derrotado. Sin esa moral tan elevada –que no se califica o cuantifica en pesos
y centavos- no habría sido posible convertir a Cuba en la potencia científica,
deportiva y cultural que hoy es.
Nada de lo que ha
edificado la Revolución cubana podría lograrse, en ninguna parte del mundo, ni
en ningún tiempo, en medio del hambre que le endilgan sus detractores al
movimiento social más avanzado políticamente no sólo de América Latina, sino
del mundo.
Cuba es –dice García
Márquez- “una isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal”, pero su
grandeza como pueblo no está a discusión. Y esa grandeza es producto de la
revolución encabezada por Fidel Castro, el brillante estratega, el hombre que
escogió a México como su segunda patria, desde la que inició el movimiento que
liberaría a Cuba de la opresión yanqui, el joven revolucionario que impulsó,
desde el Estado de México, la organización de las fuerzas que derrotarían al
sátrapa Fulgencio Batista, y haría de Cuba una nación auténticamente
independiente, soberana y digna”.
Cuando Fidel dijo en
Cancún, frente a José López Portillo que él no necesitaba besar la tierra
mexicana porque la llevaba entrañablemente en su corazón, estaba manifestando
su gran cariño y agradecimiento a esta tierra que lo vio crecer como libertador
de su pueblo.
Si se medita en la
trascendencia histórica de la vida y la obra de Fidel Castro, no puede uno
dejar de pensar que a partir del descubrimiento de América por los europeos, la
historia unió estrechamente los destinos de Cuba y México.
A Cuba llegaron primero los feroces y
sanguinarios conquistadores españoles; de territorio cubano partirían los tres
intentos de colonizar a México.
En México nació y de ahí se
extendió al resto de América Latina, y de manera directa a Cuba, la lucha por
independizarse del coloniaje español. México y Cuba sufrieron, a partir de
entonces, la agresión yanqui. Aquí nos invadieron y nos robaron más de la mitad
más rica del territorio nacional, allá pretendieron perpetuar su dominio
colonial mediante la Enmienda Plat.
En México se preparó y de nuestro territorio
partió el grupo de jóvenes intrépidos que liberó a Cuba. Por todo esto, no es
exagerado afirmar que no hay en todo el Continente Americano dos pueblos tan
cercanos y tan fraternos como el mexicano y el cubano, y no hay otro dirigente
–que no sea mexicano- tan entrañable para nuestro pueblo como Fidel Castro.
Así como Benito Juárez,
Pancho Villa o Lázaro Cárdenas son tan admirados, queridos y respetados por los
cubanos, José Martí y Fidel Castro lo son para los mexicanos. Bien se puede
decir que los pueblos se hermanan profundamente a través de sus héroes.
Hoy, 26 de noviembre de
2016, solamente agrego: el legado revolucionario de Fidel es inmenso y será
un faro que dará luz a los esfuerzos humanos
de emancipación, paz y justicia.
¡Fidel vivirá por siempre!