Desmontar el neoliberalismo
será una tarea de tiempo, porque no sólo hay que lidiar con el poder económico
del interior del país que, por hoy, ocupa importantes espacios de la vida
nacional, sino los grandes intereses trasnacionales y las instituciones
financieras que los representan.
Una coyuntura favorable, a
nivel internacional, con repercusiones nacionales, es que el neoliberalismo
está en retirada, pero en las convulsiones de la muerte todavía puede ofrecer
resistencia.
Precisamente la quiebra
neoliberal (con todas las reservas que esta expresión tiene) a nivel mundial, y
los resultados desastrosos que tuvo en nuestro país en seis sexenios, es lo que
tiene a la derecha y ultraderecha del PRI y del PAN desorganizados, y con
dificultad para integrarse como oposición frente al actual gobierno.
La quiebra del neoliberalismo
ha dejado sin banderas a esos dos partidos que se unieron desde 1982. A partir
de entonces, ambas organizaciones políticas caminaron de la mano, cohabitaron,
o para decirlo como se dijo alguna ocasión en Argentina: mantuvieron estrechas
relaciones carnales (relaciones perversas, dirían otros). Mochos los panistas y
cínicos los priistas no aceptaban esa mención.
Del reclamo del cogobierno
que el PAN le hizo al PRI en los primeros meses del sexenio a Miguel de la
Madrid, a la algarabía panista, cuando creyeron que Peña Nieto había consumado
la desnacionalización del petróleo y que la desaparición de PEMEX estaba a la
vuelta de la esquina, ambos partidos vivieron en amasiato político intenso a
plena luz del día.
Casi en el paroxismo, un
panista ultra del Estado de México expresaba su veneración por Peña Nieto, al
decir que éste, con la mal llamada reforma energética, había consumado el
proyecto histórico del PAN.
PAN y PRI, y quienes se les
unieron para garantizar la continuidad de la dictadura neoliberal, fueron
arrasados en un proceso electoral que coloca a nuestro país –si el gobierno de
López Obrador se mantiene consecuentemente en el terreno antineoliberal- en la
antesala de cambios profundos.
Pero no todo depende del
gobierno. Es urgente que el pueblo asuma la defensa decidida de los cambios
positivos que se vayan dando. Y no puede quedar esa defensa exclusivamente en
el terreno declarativo. Hay que pasar a la organización popular para su
defensa, por pueblos, colonias, ejidos, barrios, manzanas, calles, escuelas,
centros de trabajo, etc.
De esa organización popular
depende que los cambios se den, y que esas transformaciones se consoliden a
favor del pueblo y de la nación, y que realmente se conviertan en irreversibles.
Hay que tener presente que
los neoliberales están al acecho, cuentan con poder económico, el respaldo de
fuera. y una cantidad grande de medios de información (electrónicos y escritos),
y comentaristas a sueldo, la mayoría de los cuales destilan rabia y odio contra
las medidas que ha tomado en tres meses el actual gobierno, que sin ser tan
profundas, mantienen las esperanzas de la enorme mayoría de los mexicanos de
que las cosas cambien para bien.
Hasta hoy, la desmadejada
oposición de los partidos neoliberales que mal gobernaron, durante 36 años, y
el enorme desprestigio bien ganado por sus cuadros dirigentes, los tiene
enfrentados al pueblo, y sin ningún grado de credibilidad. Lo mismo pasa con
los que se reclaman pensadores y pontifican, a diestra y siniestra, sobre las
supuestas bondades de la dictadura neoliberal de la que su ufanaron con
verdadero cinismo.
En juntas conspirativas, los notables de hoy (neoliberales irredentos)
repudian a sus representantes políticos de ayer. Todos o casi todos se dicen
apartidistas, y no le encuentran la cuadratura al triangulo.
Su oposición es, valga la
expresión, reactiva. Un no a todas las medidas del gobierno de
López Obrador ha sido su máximo planteamiento: no al rescate de Pemex; no
al rescate de la CFE; no a una
política exterior independiente, con base en los mandatos constitucionales; no a la austeridad en el manejo del
dinero público; no a la reducción de
los sueldos estratosféricos de los funcionarios públicos; no al combate a la corrupción; no
a la cancelación del aeropuerto del Lago de Texcoco; no al aeropuerto de Santa Lucía; no al tren Maya; no a la
lucha contra el robo de hidrocarburos; no
al control público en la compra de medicamentos; no
al aumento salarial; no al
fortalecimiento de la política social (porque es populismo puro, dicen); no a la lucha contra la corrupción en
todos los ámbitos de la vida pública; no
a la extinción del dominio por dinero mal habido; no a la Guardia Nacional; no
a los representantes del gobierno federal en las entidades federativas (que
antes estaba constituida por un ejército de burócratas); no a la revocación del mandato (planteada desde 1948 por Vicente Lombardo
Toledano); no a la supresión del
fuero; no
a la reducción del dinero público a los partidos; no a la inversión pública en infraestructura; no al rescate de la seguridad social; no a la reforma laboral que reponga los derechos conculcados a los
trabajadores; no a las conferencias
diarias del presidente; no al
contacto de los gobernantes con la gente del pueblo; no al rescate de los jóvenes mediante capacitación y becas, y
muchos más nos.
Y sobre todo no al cambio del modelo neoliberal
depredador y corrupto.
Insisto: todos los críticos del actual
gobierno federal parten de posiciones neoliberales, no desde posiciones
democráticas o progresistas. Se agarran a un clavo ardiendo a sabiendas de que
el modelo neoliberal ha sido la causa de los graves problemas que padecemos
como pueblo y como nación, y que ese modelo económico fue barrido en la
elección federal del año pasado, y que ahora debe ser desmontado para construir
un México justo, prospero, independiente y soberano.
Los conservadores del siglo
pasado, traidores y todo, tenían lo suyo. Los de hoy son una caricatura (mejor
dicho, una mala caricatura) de aquellos.
La esperanza de los
neoliberales, desplazados del poder y de la lucha ideológica (porque el
neoliberalismo está agotado en todo, con un programa que no tiene ni para donde
ir) es que los capitales extranjeros estrangulen la economía mexicana, y que
las calificadoras (de origen y propósitos neoliberales) descalifiquen
permanentemente las medidas de corte popular del gobierno federal.
No se descarta, que siguiendo
los pasos del traidor y antipatriota Guaidó que, hoy por hoy es su ejemplo a
seguir, esos neoliberales trasnochados, reclamen la intervención de alguna
potencia extranjera en las cuestiones internas de México, y que Fox, su esposa,
el cristero Calderón, Riquín o el insufrible Jorge Castañeda, se proclamen,
desde la tierra de Las Poquinchis, presidente en turno. ¡Si tienen extraviado
el rumbo, que no pierdan la razón¡
Ya en serio, y concluyo: Si
el PRI tiene tiempo y espacio de reestructurarse, tendría que regresar a sus
orígenes, y esos orígenes están en el nacionalismo revolucionario que abandonó
en 1982. Su cercanía ideológica y programática sería con el movimiento
dominante de López Obrador. Si mantiene la orientación neoliberal que abrazó
durante los últimos 36 años, no se levanta ni con maquinaria pesada. Habrá
cavado su tumba y acelerado su desaparición.
Si el PAN sigue con sus
posiciones reaccionarias que le dieron origen, al combatir todo lo positivo de
la Revolución Mexicana, no llega con vida al fin de este sexenio, que es lo más
seguro. Si se coloca en una posición de centro-derecha, le espera lo mismo. Y
si, en su desesperación, se corre hacia posiciones avanzadas, su desaparición
está asegurada.
A los partidos responsables
del desastre económico, social y político que vive el país, la realidad los ha
puesto ante la posibilidad de desaparecer. No tienen porvenir.