“La protesta del
derecho contra el hecho persiste siempre;
el robo de un
pueblo no prescribe, porque estas grandes
estafas no tienen
porvenir y no se borra la marca de una
Nación
como la de un pañuelo”*
Hace más de tres décadas que se inició, en México, el robo descarado
del patrimonio nacional por un grupo compacto contrarrevolucionario integrado
por políticos y empresarios insaciables y corruptos. Desde 1982 las
instituciones políticas se pusieron, abiertamente, al servicio del poder
económico.
Toda la política del
gobierno federal – la del ejecutivo, del legislativo y del judicial- se
concibió y se aplicó para despojar al pueblo mexicano de su patrimonio y de sus
derechos.
Cientos de empresas de propiedad
estatal fueron virtual y realmente rematadas a los intereses privados del país
y del extranjero. Existen infinidad de estudios que muestran con absoluta
claridad que el violento proceso de privatización del patrimonio nacional,
anunciado en la toma de posesión de Miguel de la Madrid y aplicado
inmediatamente, fue un despojo descarado del patrimonio de los mexicanos.
Los problemas que “prometieron”
ser resueltos no sólo se mantienen, sino que se han agudizado: la pobreza ha
crecido, la inseguridad también. México perdió su autosuficiencia alimentaria,
se destruyó la educación pública para privilegiar a la privada, y las
condiciones de salud no mejoran. Los derechos de los trabajadores se han
limitado y en muchos casos desaparecido mediante sucesivas reformas de
tendencia patronal. El índice de criminalidad se ha disparado, el
desempleo crece de manera incontenible, y al pretender destruir a Pemex
quebraron uno de los pilares fundamentales del desarrollo económico
independiente.
Aislaron a México de
América Latina para dejarlo a merced del imperialismo yanqui.
En la práctica los
neoliberales han cancelado la propiedad originaria de la nación sobre el suelo
y el subsuelo, y los han entregado impunemente a los negociantes extranjeros y
domésticos.
Se aprecia con facilidad
que esa política aplicada en poco más de tres décadas se ha traducido, desde el
punto de vista social, en la profundización de las desigualdades. Se ha dicho y
repetido que México es hoy una de las naciones del mundo que sufre la mayor
desigualdad social: en un polo se acumularon enormes fortunas logradas con el
remate de los bienes nacionales, y en el otro el crecimiento permanente e
inaudito del número de pobres.
Hoy ya nadie duda que las
grandes fortunas, los nuevos millonarios y multimillonarios surgieron, en las
últimas tres décadas, a costa del patrimonio nacional, a costa de la pobreza y
de la miseria de millones de mexicanos y a costa de una pérdida peligrosa de la
soberanía nacional.
Los responsables de este
despojo tienen nombres y apellidos: son los dirigentes y miembros de los partidos
Revolucionario Institucional y Acción Nacional que han mantenido una alianza
íntima, entre sí y con los empresarios y
la alta jerarquía de la iglesia católica desde 1982 hasta la fecha (2014),
alianza a la que se agregó en el actual sexenio la dirección nacional y muchos
militantes del PRD.
En 32 años han gobernado desde posiciones de
derecha y ultraderecha, y en algunos casos con máscara de centro político o de
“izquierda”, y otros francamente desde posiciones fascistoides.
Los neoliberales han hecho
de la mentira una conducta permanente. Todos
mienten, desde el titular del ejecutivo hasta el último de los funcionarios, en
el afán de entregar el patrimonio
nacional a intereses privados nacionales y extranjeros. Eso explica el apoyo
desde el exterior a las políticas depredadoras de los neoliberales del país. En
la práctica han conformado una estrecha alianza con el capital extranjero para
saquear a la nación mexicana.
Pero también han sido más
de tres décadas de mentiras para hacer negocios con la riqueza de los
mexicanos, porque ahora como nunca los altos funcionarios de los gobiernos
federal, estatales y municipales, utilizan los bienes de la nación para hacer turbios
negocios.
Hoy el pleito y las
diferencias entre los neoliberales se expresan para ver quién entrega más del
patrimonio nacional y quién hace más negocios con el mismo.
En este proceso
contrarrevolucionario los legisladores reaccionarios abdicaron como
representantes de la nación para defender abiertamente los intereses de la
minoría privilegiada, en tanto que el titular del ejecutivo se desprestigió a
tal grado que hoy es repudiado por la inmensa mayoría de los mexicanos que lo
califican en términos severos. Quien tenga dudas que se asome a las redes
sociales en cualquier nota, por intrascendente que sea, sobre Peña Nieto, donde
los mexicanos pueden expresarse con libertad, sin el temor de ser reprimidos.
Hoy ninguno de los
presidentes neoliberales puede presentarse ante el pueblo sin ser repudiado.
Tampoco pueden hacerlo los
integrantes de la Suprema Corte de Justicia que, como órgano de última
instancia encargado de impartir justicia, resuelve muchos de los casos que se
someten a su conocimiento con un sentido de clase de los potentados.
En esta situación, y para
asegurar la continuidad en el poder, los contrarrevolucionarios neoliberales concertaron
un pacto de impunidad para dejar sin castigo el robo descarado del patrimonio
nacional. Con cinismo programaron la alternancia en el poder, realizaron burdos
fraudes electorales para burlar la voluntad popular cancelando, de hecho y de
derecho, la construcción de un régimen democrático que, ahora, requiere ser
construido desde la base.
Al pueblo mexicano le va
quedando más claro, cada día, que tiene que organizarse para rescatar a la nación,
y que esta tarea patriótica va estrechamente unida a la lucha por la
emancipación social.
Por ello las fuerzas
políticas y sociales, los intelectuales y demás personas que en lo individual
entienden que esa es la lucha de nuestros días y que se encuentran dispersas,
tienen que unirse, creando un frente amplio, un gran frente nacional para
rescatar a México y construir un país libre, soberano, justo y generoso que
responda a los intereses del pueblo y de la nación y no a los de sus enemigos.
*Víctor
Hugo, “Los miserables” RBA Editores S.A., Barcelona 1994. Pág. 613