lunes, 7 de julio de 2014

EL DESPOJO DE LA NACIÓN MEXICANA

“La protesta del derecho contra el hecho persiste siempre;
el robo de un pueblo no prescribe, porque estas grandes
estafas no tienen porvenir y no se borra la marca de una
Nación como la de un pañuelo”*

Hace más de tres décadas  que se inició, en México, el robo descarado del patrimonio nacional por un grupo compacto contrarrevolucionario integrado por políticos y empresarios insaciables y corruptos. Desde 1982 las instituciones políticas se pusieron, abiertamente, al servicio del poder económico.

Toda la política del gobierno federal – la del ejecutivo, del legislativo y del judicial- se concibió y se aplicó para despojar al pueblo mexicano de su patrimonio y de sus derechos.

Cientos de empresas de propiedad estatal fueron virtual y realmente rematadas a los intereses privados del país y del extranjero. Existen infinidad de estudios que muestran con absoluta claridad que el violento proceso de privatización del patrimonio nacional, anunciado en la toma de posesión de Miguel de la Madrid y aplicado inmediatamente, fue un despojo descarado del patrimonio de los mexicanos.

Los problemas que “prometieron” ser resueltos no sólo se mantienen, sino que se han agudizado: la pobreza ha crecido, la inseguridad también. México perdió su autosuficiencia alimentaria, se destruyó la educación pública para privilegiar a la privada, y las condiciones de salud no mejoran. Los derechos de los trabajadores se han limitado y en muchos casos desaparecido mediante sucesivas reformas de tendencia patronal.  El  índice de criminalidad se ha disparado, el desempleo crece de manera incontenible, y al pretender destruir a Pemex quebraron uno de los pilares fundamentales del desarrollo económico independiente.

Aislaron a México de América Latina para dejarlo a merced del imperialismo yanqui.

En la práctica los neoliberales han cancelado la propiedad originaria de la nación sobre el suelo y el subsuelo, y los han entregado impunemente a los negociantes extranjeros y domésticos.

Se aprecia con facilidad que esa política aplicada en poco más de tres décadas se ha traducido, desde el punto de vista social, en la profundización de las desigualdades. Se ha dicho y repetido que México es hoy una de las naciones del mundo que sufre la mayor desigualdad social: en un polo se acumularon enormes fortunas logradas con el remate de los bienes nacionales, y en el otro el crecimiento permanente e inaudito del número de pobres.

Hoy ya nadie duda que las grandes fortunas, los nuevos millonarios y multimillonarios surgieron, en las últimas tres décadas, a costa del patrimonio nacional, a costa de la pobreza y de la miseria de millones de mexicanos y a costa de una pérdida peligrosa de la soberanía nacional.

Los responsables de este despojo tienen nombres y apellidos: son los dirigentes y miembros de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional que han mantenido una alianza íntima, entre sí y con  los empresarios y la alta jerarquía de la iglesia católica desde 1982 hasta la fecha (2014), alianza a la que se agregó en el actual sexenio la dirección nacional y muchos militantes del PRD.

 En 32 años han gobernado desde posiciones de derecha y ultraderecha, y en algunos casos con máscara de centro político o de “izquierda”, y otros francamente desde posiciones fascistoides.

Los neoliberales han hecho de la mentira una conducta  permanente. Todos mienten, desde el titular del ejecutivo hasta el último de los funcionarios, en el afán de entregar el patrimonio nacional a intereses privados nacionales y extranjeros. Eso explica el apoyo desde el exterior a las políticas depredadoras de los neoliberales del país. En la práctica han conformado una estrecha alianza con el capital extranjero para saquear a la nación mexicana.

Pero también han sido más de tres décadas de mentiras para hacer negocios con la riqueza de los mexicanos, porque ahora como nunca los altos funcionarios de los gobiernos federal, estatales y municipales, utilizan los bienes de la nación para hacer turbios negocios.

Hoy el pleito y las diferencias entre los neoliberales se expresan para ver quién entrega más del patrimonio nacional y quién hace más negocios con el mismo.

En este proceso contrarrevolucionario los legisladores reaccionarios abdicaron como representantes de la nación para defender abiertamente los intereses de la minoría privilegiada, en tanto que el titular del ejecutivo se desprestigió a tal grado que hoy es repudiado por la inmensa mayoría de los mexicanos que lo califican en términos severos. Quien tenga dudas que se asome a las redes sociales en cualquier nota, por intrascendente que sea, sobre Peña Nieto, donde los mexicanos pueden expresarse con libertad, sin el temor de ser reprimidos.

Hoy ninguno de los presidentes neoliberales puede presentarse ante el pueblo sin ser repudiado.

Tampoco pueden hacerlo los integrantes de la Suprema Corte de Justicia que, como órgano de última instancia encargado de impartir justicia, resuelve muchos de los casos que se someten a su conocimiento con un sentido de clase de los potentados.

En esta situación, y para asegurar la continuidad en el poder, los contrarrevolucionarios neoliberales concertaron un pacto de impunidad para dejar sin castigo el robo descarado del patrimonio nacional. Con cinismo programaron la alternancia en el poder, realizaron burdos fraudes electorales para burlar la voluntad popular cancelando, de hecho y de derecho, la construcción de un régimen democrático que, ahora, requiere ser construido desde la base.

Al pueblo mexicano le va quedando más claro, cada día, que tiene que organizarse para rescatar a la nación, y que esta tarea patriótica va estrechamente unida a la lucha por la emancipación social.

Por ello las fuerzas políticas y sociales, los intelectuales y demás personas que en lo individual entienden que esa es la lucha de nuestros días y que se encuentran dispersas, tienen que unirse, creando un frente amplio, un gran frente nacional para rescatar a México y construir un país libre, soberano, justo y generoso que responda a los intereses del pueblo y de la nación y no a los de sus enemigos.



*Víctor Hugo,  “Los miserables” RBA Editores S.A., Barcelona 1994. Pág. 613