domingo, 16 de octubre de 2011

DEMOCRATIZAR LA ONU

En las relaciones internacionales ha prevalecido, siempre, la ley del más fuerte. La humanidad ha sido testigo de innumerables guerras que las potencias han impuesto, en nombre de la civilización o invocando otras razones, para ocultar los verdaderos afanes de dominio y, muchas veces, de exterminio contra pueblos enteros.

El siglo XX conoció dos conflictos bélicos que, por las armas utilizadas, las tácticas de guerra y los resultados desastrosos para los países involucrados, no tienen semejanza con las miles de guerras de los siglos anteriores. Particularmente la Segunda Guerra Mundial rebasó, con mucho, el poder destructor de todos los anteriores enfrentamientos bélicos.

Solamente hay que recordar que la Unión Soviética tuvo más de 20 millones de muertos. Le fueron destruidos 710 pueblos, más de 70 mil poblaciones pequeñas y más de 5 millones de hogares, cantidades que no expresan el drama que vivieron los soviéticos.

Alemania perdió a 4 millones 500 mil de sus habitantes, 2 millones quedaron inválidos, diez millones de hogares destruidos y ciudades enteras quedaron en ruinas.

Japón sufrió la pérdida de más de dos millones de habitantes y daños en el 40% de las zonas urbanas del país.

Históricamente la humanidad, sin embargo, ha buscado afanosamente, a través de su historia, medios, mecanismos o formas para impedir la vigencia de la ley de la selva en la relaciones internacionales, sobre todo en este siglo y a partir de la primera guerra mundial, cuando se creó la Sociedad de las Naciones, antecedente directo e inmediato de la actual Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Frente a las ambiciones imperialistas de los alemanas que condujeron al mundo a la primera guerra mundial y ante la incapacidad de la Sociedad de las Naciones para impedir el rearme y la ofensiva de los nazis alemanes, de los fascistas italianos y de los militaristas japoneses, concluida la segunda guerra mundial, en 1945, se fundó la ONU con el propósito fundamental de mantener la paz en el mundo y promover la cooperación internacional.

La ONU en 65 años de vida no conoció otra conflagración mundial, pero fue incapaz de impedir los atropellos imperialistas norteamericanos, como su intromisión en Corea, la criminal guerra contra el pueblo de Vietnam, las invasiones a varios países de América latina y los bloqueos económicas, especie de guerra no declarada, contra pueblos como el cubano que ha tenido que sufrirlo, sin que haya poder humano capaz de convencer al gobierno yanqui para que lo levante.

Gran parte de la vida de la ONU transcurrieron en la fase de la posguerra, es decir, en el período que se conoce con el nombre de la “guerra fría” donde la bipolaridad fue la característica principal. Y ahora transcurre en el mundo unipolar (para algunos estudiosos multipolar), bajo el dominio militar norteamericano que ha impuesto sus intereses a la ONU, a través del Consejo de Seguridad, sin que el resto de los miembros de la propia Organización pueda hacer algo para impedirlo.

Tiene razón el comandante Fidel Castro cuando rechaza “el anacrónico privilegio del veto”, en el seno del Consejo de Seguridad y cuando denuncia el uso abusivo de ese Consejo por parte de los poderosos, que entronizan un nuevo colonialismo dentro de las propias Naciones Unidas, según sus palabras.

Y es que en este mundo unipolar, el Consejo de Seguridad tiende a ampliar sus atribuciones a costa de la misma Asamblea General de la ONU, en donde están representados 185 miembros de la comunidad internacional. Se ha incrementado el peso de los miembros permanentes del propio Consejo; pero, además, la ONU ha tomado resoluciones francamente intervencionistas como su presencia y “asesoramiento” en elecciones internas para “asegurar” la democracia; interviene en cuestiones que competen a la vida doméstica, tales como el mantenimiento de la paz y la seguridad, el medio ambiente, los derechos humanos y otros.

De continuar así, la ONU se convertirá en un instrumento de las potencias económicas y militares que dominan al mundo, en perjuicio de la inmensa mayoría de los pueblos de la tierra.

Por eso es propicio demandar que ese organismo haga realidad los propósitos para los que fue creado, pero además que ponga especial empeño en lograr una solución justa al tremendo endeudamiento de los países en desarrollo, el establecimiento de relaciones económicas en un plano de mutuo beneficio, el fortalecimiento industrial, científico y tecnológico de los países pobres y la superación de los gravísimos problemas sociales que sufren más de las dos terceras partes de la población mundial. Sólo así cumplirá su misión.

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