miércoles, 5 de octubre de 2011

DRAMÁTICA DESIGUALDAD SOCIAL EN MÉXICO

Los movimientos revolucionarios que han tenido lugar en nuestro país se han propuesto, invariablemente, mejorar las condiciones de vida de los mexicanos porque desde que se inició el dominio de los españoles nuestro pueblo ha sufrido la explotación de su fuerza de trabajo y de sus recursos naturales, y esto se ha traducido en una desigual e inequitativa distribución de la riqueza social.

A los personajes que nuestra historia recuerda con gratitud y a los que el pueblo ubica como héroes son, precisamente, aquellos que se han propuesto disminuir esa inequidad, y también el pueblo desprecia a los que han favorecido a los más acaudalados en perjuicio de la inmensa mayoría de la población.

La lucha por una mayor igualdad recobra vigencia en la medida en que las condiciones de existencia del pueblo se han deteriorado mucho. Al iniciar el siglo XXI la desigualdad ha crecido a niveles muy altos.

Algunas cifras sueltas nos indican que el fenómeno de la desigualdad social se sigue profundizando peligrosamente: más de la mitad de la población de México vive en la pobreza, es decir más de 50 millones de mexicanos no tienen las condiciones adecuadas en ingreso, alimentación, vivienda, educación y salud; y del total de la población mexicana, alrededor de 20 millones viven en lo que los tecnócratas denominan pobreza extrema, que en realidad son condiciones de miseria.

De los casi 30 millones de mexicanos que viven en el campo, más del 63 por ciento sobrevive con menos de mil pesos al mes, como consecuencia de la reducción drástica de los recursos destinados al desarrollo rural realizada por los gobiernos neoliberales, desde Miguel de la Madrid hasta la fecha. Por eso se ha dicho que la inequidad en el medio rural es, inclusive, peor que en 1995, a raíz de la crisis provocada por el “error de diciembre” de 1994.

Esta breve referencia no expresa en lo más mínimo el drama que viven diariamente millones de familias mexicanas que no cuentan con lo indispensable para poder vivir.

Al lado y frente a la pobreza y a la miseria que sufren muchos de sus hijos y que hiere a México como nación, se encuentra el polo de la riqueza, excesivamente concentrada en unos cuantos que, desde el punto de vista económico, se han convertido en herederos de aquellas 804 familias que en 1910 concentraban la inmensa mayoría del territorio nacional, sólo que ahora el número de ricos se reduce a una minoría todavía más breve, en cuya cúspide se encuentran solamente 10 personas, que concentran escandalosamente la riqueza.

Los datos recientes, que dio a conocer la revista Forbes, y que cada año presenta a los magnates más ricos del mundo, ubica al mexicano Carlos Slim como uno de los hombres más ricos del planeta, y en seguida menciona a otros nueve mexicanos que, en conjunto, tienen una fortuna mayor a los 80 mil millones de dólares, equivalente -según fuentes seguras- al 9 por ciento del Producto Interno Bruto de México.

Con datos de 2008, Slim tenía un patrimonio equivalente a un poco más del 6 por ciento del PIB nacional, y su desmesurada riqueza lo ponía muy cerca de Bill Gates a quien se sigue considerando el hombre más rico del mundo. La misma revista publicada por su director Steve Forbes señala que Carlos Slim, sólo en el año 2006, agregó a su patrimonio ¡19 mil millones de dólares!. Ese incremento en la fortuna de Slim representó un crecimiento en más de 200 mil millones de pesos mexicanos.

Si se comparan las cifras señaladas se aprecia el más tremendo contraste entre la riqueza de una sola persona y los escasos recursos de que disponen millones de ellas. Por supuesto que a nadie, en su sano juicio, se le ocurriría decir que vivimos en un régimen justo, frente a lacerantes hechos que se desprenden de la realidad y, por lo tanto nadie se atrevería a sostener, si se habla con verdad, que vivimos en un régimen democrático, pues esa abrumadora desigualdad social de ninguna manera puede calificarse como expresión de la democracia.

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