sábado, 3 de diciembre de 2011

CAMPAÑAS ELECTORALES EN MÉXICO AL ESTILO YANQUI

Hace mucho tiempo que el gobierno y los grandes intereses económicos norteamericanos han estado presionando para que, en México, se establezca un sistema bipartidista parecido al que ellos tienen, porque consideran que eso es democrático, civilizado y moderno.

Pero en realidad si algo caracteriza al sistema norteamericano, es su falta absoluta de democracia, pues el bipartidismo, del que tanto presumen, sólo permite el juego, a través del Partido Demócrata y del Republicano, de los intereses económicos poderosísimos que existen en ese país.

Allá, los debates que se realizan entre los candidatos de ambos partidos tienen poco que ver con la discusión programática, con la confrontación de tesis electorales, o con el propósito de informar a los electores sobre los objetivos de cada partido político. Eso no interesa.

A través de un sistema de votación indirecto, el pueblo no va a las urnas a elegir a los candidatos propuestos por los partidos, sino que elige a los llamados electores que, en reducido número, a su vez, designan a los ganadores.

En los Estados Unidos, quien realmente manda son las grandes corporaciones multinacionales, que quitan y ponen los gobernantes que quieren. Tienen el poder y la capacidad para destituir al propio presidente norteamericano, como le sucedió a Nixon, al pretender competir, desde San Francisco, con otros intereses económicos que no se lo permitieron y lo echaron de la presidencia.

En México, desde el régimen de López Portillo, como él lo reconoció públicamente, mediante una serie de reformas políticas, la mayoría de las cuales se limitaron a simples reformas electorales, se fue configurando un régimen de partidos políticos con orientación bipartidista, y todo parecía indicar que hacia allá se marchaba, pero el surgimiento del PRD, le impuso una pequeña variante: tres partidos, en lugar de dos.

El sistema electoral vigente que refuerza ese tripartismo exige caminar por la ruta de la democracia formal y que se olvide de la democracia social, en lo que todos los participantes del proceso electoral están, de una manera u otra, de acuerdo, con excepciones conocidas.

Pero no todo ha quedado ahí. Se están imponiendo las formas de hacer política al estilo norteamericano, como ya ocurrió con los debates televisados en los últimos 17 años.

Como se sabe, en los Estados Unidos, un debate entre los candidatos presidenciales define prácticamente una elección. Basta que uno de los contendientes no haya combinado bien el traje y la corbata para que pierda preferencia, o bien que el otro no se haya peinado a la moda para que lo descalifiquen y pierda la preferencia de la opinión pública.

Ese esquema, que es producto de la enorme influencia que ejercen los medios de difusión, pero principalmente la televisión, ha sido copiado en México, y de hecho ya se introdujo en las entidades federativas, con resultados nefastos, ya que hoy puede ser elevado a rango de gran personaje un sujeto mafioso, menudo moral o políticamente, como Fernández de Cevallos, como sucedió en 1994, o Ernesto Cordero al que no se le ve oficio ni beneficio por ningún lado.

Esos debates (sic), incluidos los de 2000 y 2006, ni mejoraron la percepción de los electores, ni variaron el rumbo antidemocrático que se afianza cada día más.

Lo que sí se pudo advertir, y bastó poco tiempo para percibirlo, es que empezamos a vivir -si es que no vivimos ya- bajo la dictadura de los medios electrónicos de difusión, que califican y descalifican, juzgan y deciden sobre lo que un candidato es o debe dejar de ser, según sus muy particulares intereses.

La Constitución Mexicana señala que la democracia no sólo es una estructura jurídica o un régimen político, sino un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.

Este concepto se les atraganta a los neoliberales de todos los colores, que prefieren correrse cínicamente al centro político para despistar a los electores, muchos de los cuales caen rendidos ante la demagógica difundida a través de los medios electrónicos. Ese peligro está latente en el proceso electoral del 2012.

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