sábado, 17 de diciembre de 2011

“FÓRMENSE, VAMOS A REPARTIR LOS BANCOS”, DIJO SALINAS

(Este artículo fue escrito a finales de julio de 1998, es decir cuando Salinas hacía tiempo que había dejado el poder. Da cuenta de algo revelador: los destrozos que cometieron los neoliberales en México y, de manera particular, ese personaje nefasto)

El título que tiene esta colaboración fue tomado textualmente de una amplia nota de EL FINANCIERO, redactada por Luis Soto el pasado 20 de julio, en su página 68, donde se da cuenta de las decisiones del entonces presidente Salinas para entregar a su gente la Banca previamente desnacionalizada.

Hay que recordar que cuando Salinas, como Secretario de Programación y Presupuesto, en el sexenio de Miguel de la Madrid, envió su iniciativa desnacionalizadora a la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, los diputados del PRI y del PAN aplaudieron y aprobaron la propuesta de Salinas. Los diputados del PRI aceptaron y aplaudieron cuando López Portillo propuso la nacionalización bancaria.

Contra la desnacionalización de la banca y el crédito se pronunció vigorosamente la Fracción Parlamentaria del Partido Popular Socialista, dentro de los cuales me encontraba. Todos los demás votaron a favor de la propuesta neoliebral, y unos cuantos hicieron observaciones secundarias, pero no se oponían a la desnacionalización.

Se sabía, entonces, cuál era el propósito verdadero del gobierno federal: entregar la Banca a un reducidísimo número de allegados al propio gobierno, que no pasaba de 50 personas, para “repararles el daño” que la medida tomada el primero de septiembre de 1982, cuando López Portillo decidió la nacionalización de la Banca, les “había ocasionado”.

En sí, tanto la nacionalización como la reprivatización bancaria, ya habían representado un jugoso negocio para los ex banqueros y para los nuevos banqueros, porque les pagaron a precio de oro y les “vendieron” a precio de ganga. Se trató de un negocio redondo para ellos y de grandes daños para el pueblo mexicano.

Pero no todo quedó ahí, ni se limitó al puro negocio bancario, sino que una vez que tuvieron a su disposición los Bancos, el gobierno de Salinas les permitió adquirir, también a precio de remate, muchas de las empresas públicas privatizadas, las que se privatizaban, decía cínicamente el gobierno, para democratizar su distribución. Y así, nunca antes en un brevísimo tiempo, se logró una fusión entre el capital bancario y el capital industrial, todo en manos de unos 300 “honorables” negociantes con derecho de picaporte en Los Pinos, con la suficiente capacidad para decidir la política económica que llevó a la quiebra y hundió a más de 90 millones de mexicanos.

No más de 300 personas fueron los que obtuvieron todos los beneficios económicos, estando muy cerca de Salinas, con el que decidían todo. Era el momento en que se anunciaba, con una enorme irresponsabilidad, que México y los mexicanos nos encontrábamos a las puertas del primer mundo, cuando fuera de esos 300 acaudalados, muchos de ellos delincuentes, la mayoría del pueblo se debatía en la pobreza y en la miseria, cuyas cifras llevaban pulcra, pero alteradamente, los otros juniors neoliberales en sus cuentas del INEGI.

Quizá la inmensa mayoría de los mexicanos no se haya dado cuenta, en su momento, de que se habían apoderado de los Bancos y de muchas empresas, gentes como Jorge Lankenau Rocha, Carlos Cabal Peniche, Ángel Isidoro Rodríguez y otros, cuyos nombres se asocian, ahora, con la nota roja, porque, además de todo, hicieron turbios negocios con los bancos, realizando operaciones de “papel”, creando empresas “fantasmas”, a las que otorgaron importantes financiamientos, haciendo inversiones ilícitas, otorgando créditos sin garantía a sus socios, clientes, familiares y amigos, como dice la nota de Luis Soto, en la parte final.

En realidad, esos banqueros robaron a la luz del día, con el conocimiento de la autoridad, que no era ajena a los manejos sucios que realizaban. Se hincharon de dinero, se burlaron del pueblo mexicano y se fueron del país. Los que han regresado, andan libres y sólo uno está en la cárcel viviendo a cuerpo de rey, porque los funcionarios o ex funcionarios saben que si dicen todo lo que saben, se los llevan entre las patas.

La nota a que hacemos referencia al inicio, termina así: “La nueva clase empresarial estuvo a punto de acabar con el país. “¡Nos faltó tiempo!”, podría decir Salinas”

Y es verdad, por poco arrasan con todo, gracias al aguante y la fortaleza del pueblo mexicano, que ha resistido hasta a la plaga neoliberal.

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