viernes, 20 de enero de 2012

UNA CATÁSTROFE ANUNCIADA

La crisis económica mundial está profundizando la crisis de la economía nacional, pero hay elementos estructurales que la han provocado desde hace varios años y no se localizan en el tsunami económico que detonó en los Estados Unidos.

Está dicho y repetido que el modelo neoliberal, impuesto por el llamado Consenso de Washington, y aplicado por los gobiernos de ese tipo, en México, a partir de 1982, provocaron la quiebra de la economía mexicana, el desempleo persistente, la desigualdad social a niveles antes no conocidos, el aumento inusitado del la pobreza, la aparición desastrosa de la delincuencia organizada, el incremento de la corrupción, el despojo del patrimonio nacional, bajo el señuelo de la democratización del capital, y la consecuente privatización de las empresas estatales o de participación estatal, el surgimiento de multimillonarios que empezaron a aparecer en la revista Forbes.

El dinero público se canalizó a financiar los grandes negocios privados que se dedicaron a especular y a quebrar las empresas obtenidas a precio de ganga, para ser rescatados nuevamente. El Fobaproa fue la expresión más cruda de esta política antipopular, que benefició a los grandes tiburones de los negocios y empobreció al pueblo. Con gran cinismo Zedillo presentó esa ominosa medida como la más cuantiosa en la historia mundial, muy por arriba del rescate que aplicó Obama en Norteamérica, y Calderón de mala fe, por ignorancia o por inconciente demandó que en el mundo se apliquen varios fobaproas en estos tiempos de crisis global.

Todos los problemas económicos se han acentuado bajo los gobiernos panistas, que se comprometieron a privatizar lo que quedaba del menguado patrimonio de los mexicanos, sobre todo el petróleo y la electricidad. Ante el repudio popular insisten, en medio de la crisis, en sus pretendidas reformas estructurales, es decir, en privatizar lo último que queda para entregarlo al capital extranjero.

La tesis central del neoliberalismo impuesto, es que el Estado era obeso, había que disminuirlo y dejar que las salvajes leyes del mercado condujeran, sin limitaciones de ningún tipo, toda la economía. Nosotros hemos experimentado sus efectos catastróficos en el ámbito económico, social y político, como los han sufrido el resto de los países sometidos a la economía de los países capitalistas dominantes.

Los graves problemas padecidos por los países pobres tuvieron que presentarse en la economía más poderosa de la Tierra, para que se entendiera que el modelo neoliberal se encontraba en quiebra. Y así, ante el asombro de los fundamentalistas del mercado, de los neoliberales irredentos, en pleno centro del capitalismo mundial, se anuncio la intervención del Estado, pero para rescatar a los delincuentes y no para cambiar el modelo.

La intervención del Estado en la economía vuelve a renacer con más fuerza porque fracasó el mercado para regular el crecimiento económico y evitar la especulación, a tal grado que Obama ha intentado señalar el límite máximo de ingresos de los dirigentes de las grandes empresas beneficiadas con recursos públicos. Y en Estados Unidos llegó un momento en que sectores sociales de ese país llegaron a pensar que la filosofía de la no intervención del Estado en la economía estaba muriendo.

Hay que insistir: quien invoque, en este momento, las sacrosantas leyes del mercado como condición para promover el desarrollo económico, después del estrepitoso fracaso a nivel nacional y mundial, quizá haya perdido el juicio. Nadie se atrevería a invocar el libre comercio, el libre flujo de los capitales frente a la dimensión jamás vista de la crisis capitalista. Sería un locura oponerse o negar la intervención del Estado, pero no para salvar a los que provocaron la crisis, que al mismo tiempo son los beneficiarios, sino para establecer un nuevo modelo de desarrollo económico.

Pretender, como lo hace Calderón, en las llamadas reformas estructurales, que contemplan la privatización del petróleo, de la electricidad, de los servicios sociales, de seguir poniendo los recursos públicos para que los especuladores sigan amasando fortunas, a costa de la desgracia popular, de acabar con las conquistas de la clase trabajadora significa una irresponsabilidad.

Aquí, en nuestro país, el gobierno panista pretende curarse en salud y justificar su inexperiencia, ineptitud e incapacidad para enfrentar dicho fenómeno, afirmando que la crisis se generó fuera, ocultando que el terreno estaba abonado por el propio modelo neoliberal para que se propagara como lo ha hecho, adquiriendo la dimensión que ya alcanzó y que tendrá en el futuro inmediato, como frecuentemente lo están repitiendo ahora en varias partes del mundo.

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