jueves, 9 de febrero de 2012

LA GLOBALIZACIÓN CAPITALISTA

Primera de cuatro partes

Para desarrollar un poco más el tema de la globalización he tomado algunos datos -en algunos casos párrafos íntegros- de otros materiales publicados antes en el blog, para darle unidad a un tema tan complejo y que abarca tantos aspectos de la vida humana.

Por la amplitud del tema desarrollado, lo he dividido en cuatro partes, que de ninguna manera agotan el fenómeno de la globalización que nos ha tocado vivir.

En la última parte del siglo XX el mundo experimentó cambios profundos. En sólo un decenio el orden mundial transitó de la bipolaridad y confrontación de la guerra fría a la unipolaridad, controlado por los Estados Unidos de América.

Se conformaron tres bloques económicos regionales: el de Asia-Pacífico, encabezado por Japón, el de la Europa Unida, o Europa de los 15 con Alemania al frente, y el que dirige Estados Unidos; bloques que no han permanecido estáticos o que han experimentado cambios ante la aparición de potencias económicas como China, la India y, en el Continente Americano, Brasil que en sólo una década rebasó a México, bajo el estancamiento económico inducido por el partido derechista del PAN.

En este contexto internacional se acentúa la globalización. No sólo se han globalizado las economías nacionales, sino las políticas económicas. Las crisis financieras recurrentes, muchas de ellas aparentemente imprevisibles, afectan sobre todo a países como el nuestro, pues nos trasladan los costos de la propia crisis y de los ajustes para superarlas, e incorporan al ámbito mundial un elemento de inseguridad e inestabilidad.

En la globalización, que dificulta el ejercicio de la soberanía por los Estados, es necesario adoptar las decisiones y encontrar los instrumentos que hagan viable el proyecto justo y democrático que exigen los pueblos de la Tierra. La soberanía no es un concepto anacrónico o abstracto; sigue y seguirá siendo la facultad esencial para autodeterminarse.

El mundo de nuestros días conoce las mayores desigualdades y contrastes económicos que jamás se hayan tenido, no obstante que en el pasado las diferencias sociales fueron extremadamente marcadas, pues la etapa esclavista, el feudalismo y la fase temprana del capitalismo son conocidos por los horrores en la explotación de los seres humanos, lo que generó, siempre, una lucha permanente de los oprimidos en la búsqueda de cambios en beneficio de la mayoría.

Cuando la humanidad ha alcanzado un elevado desarrollo tecnológico, producto de la aplicación inmediata de los descubrimientos científicos al proceso de producción, se están creando mayores desigualdades entre los seres humanos, y en el futuro es previsible que esas diferencias sean más profundas.

La nueva fase del capitalismo que vive el mundo, cuyo rasgo principal es el acelerado proceso de internacionalización del capital y la producción, ha significado para la mayor parte de los pueblos de la Tierra más dependencia económica, mayor explotación de sus riquezas humanas y naturales, más sujeción a las metrópolis poderosas, a las empresas transnacionales y, por lo tanto, manifestaciones agudas de pobreza que en varios lugares son alarmantes.

Lo anterior implica que las desigualdades a nivel internacional son muy marcadas, no obstante que el régimen colonial tocó a su fin, al menos formalmente porque en la realidad subsisten muchos de los rasgos de ese sistema oprobioso.

Sin colonias, o sin el sistema colonial, el dominio de los poderosos sigue siendo tan intenso que ahora todo se concentra en las principales potencias capitalistas que, de hecho, ejercen un gobierno supranacional. Los organismos internacionales concebidos para prevenir enfrentamientos mundiales y fomentar la cooperación internacional, en la teoría y en la práctica están a disposición de los intereses de los poderosos, y se han creado otros para garantizar mayor dominio y más saqueo.

En países como México la pobreza, a finales del siglo XX y principios del XXI comprendía a gran parte de la población. Según la Comisión Económica para América Latina, Cepal, existen, en nuestro país, 50 millones de pobres, y según datos domésticos se llega a hablar de 68 millones de pobres lo que indica que, por lo menos, uno de cada dos mexicanos es pobre. Es decir, de acuerdo con esos cálculos, más de la mitad de la población mexicana vive en la pobreza.

Este porcentaje puede extenderse a cualquier país de América Latina o de otras latitudes del mundo.

El gran reto de la humanidad, por tanto, es acabar con estas desigualdades.

De continuar las enormes injusticias que hoy lastiman a hombres y mujeres, calculados en cientos de millones, la anarquía y el caos se apoderarán del mundo entero.

Varios autores describen un cuadro complejo para los años futuros de la humanidad. Algunos datos mueven a la reflexión. Veamos:

Hace más de una década se desató una verdadera efervescencia, haciendo balances sobre el siglo que quedaba atrás y proyecciones sobre el siglo XXI. Así se dijo que la población mundial en el año 2025 será de, aproximadamente, 8.500 millones, y que aumentará a 10.000 millones en el 2050. La cantidad de habitantes que ahora viven en los países industrializados seguirá disminuyendo: del 23% en 1990 al 16% en el año 2050. Unos 7.100 millones de personas, vivirán en los llamados países en vías de desarrollo, pero en contraste, sólo 1.400 millones de habitantes vivirán en los países industrializados.

La población mayor de 65 años crecerá de un 12% en 1990 a un 19% en el 2025. La población urbana seguirá aumentando: del 17% en 1950 a más del 50% en las primeras décadas del siglo XXI. Habrá más ciudades grandes que superen los 15 millones de habitantes. La migración de áreas muy pobladas hacia las menos pobladas puede convertirse en una importante fuente de violencia y agudos problemas internacionales. Se dice también que los cambios en la distribución por edad podrían desestabilizar las economías, las sociedades y la política en Europa occidental y en Estados Unidos.

Se ha dicho por los politólogos que si unos sencillos productos químicos van a posibilitar que los padres elijan el sexo de sus hijos, se trastocará el equilibrio fundamental entre hombres y mujeres, lo que, o bien obligará a los gobiernos a intervenir en decisiones familiares íntimas, o bien dará lugar a estructuras familiares y sociales radicalmente diferentes, que alterarían por completo la naturaleza de la vida humana.

La ciencia y la tecnología, se dice, agregan tremendas incertidumbres al siglo XXI, porque desde el punto de vista lógico es imposible predecir la naturaleza y los contenidos del futuro conocimiento científico sobre la base de lo que sabemos ahora.

Y ya es común repetir que las tecnologías de la información están convirtiendo al mundo en una unidad integrada, en la cual es posible la comunicación instantánea en cualquier nivel. Como efecto combinado de las tecnologías de información, la ciencia y la tecnología en general, el concepto de “distancia” y las dimensiones del espacio social y humano están cambiando.

Se afirma que la inteligencia artificial es responsable de una revolución en los procesos de producción y sistemas de suministro de servicios, comparable al impacto del invento del vapor y de los motores eléctricos. El trabajo humano, incluido gran parte del intelectual, será progresivamente reemplazado por aparatos “inteligentes”, provocando consecuencias profundas en el mercado de trabajo: con menos personas se producirán más bienes y servicios.

La desventaja de la competitividad de mano de obra barata disminuirá, haciendo aún más grave el problema de proporcionar trabajo a sectores de población cada vez mayores en muchos países desarrollados.

Con mucha frecuencia nos encontramos con reflexiones o afirmaciones como la siguiente: “Los avances de la ciencia médica pueden conducir a un importante aumento de la esperanza del promedio de vida. Biofactorías podrían producir alimentos a bajo costo en ilimitadas cantidades. La ingeniería genética podría permitir el rediseño clónico y selectivo de seres vivos, incluyendo a los humanos”.

La ciencia y la tecnología son, por tanto, consideradas la principal fuerza, directa e indirecta del cambio que ha experimentado y experimentará el mundo y la humanidad.

A pesar de las transformaciones que han tenido lugar en los últimos años, y que se han traducido en una verdadera revolución en la ciencia y en la tecnología, no se ha beneficiado a los trabajadores ni aligerado las cargas laborales. Al contrario, la incorporación de esos avances científicos y tecnológicos han traído, para las masas trabajadoras, muchas angustias, entre ellas la del creciente desempleo y la inseguridad en quienes, por fortuna, cuentan con un puesto de trabajo.

Todos los días nos enteramos que “la automatización y robotización de la producción manufacturera y agrícola y en los servicios, lanza al desempleo a miles y millones de trabajadores, a pesar de que muchos de ellos cuentan con capacitación y calificación para su desempeño. Lo menos que puede ocurrirles es, en caso de conservar el empleo, la necesidad de volver a capacitarse para desarrollar otra actividad distinta, lo que significa un cambio laboral profundo que afecta a los trabajadores en esa situación”.

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