Esta es la crónica.
Los mexicanos presenciamos,
con cierto estupor, los acontecimientos posteriores a la votación el primero de
julio. Muchos nos quedamos con la sensación de que el siempre invocado y
siempre violado Estado de Derecho, pasaba una vez más a formar parte del
anecdotario político de este país.
Sin escrúpulos de ninguna
naturaleza, distintos actores se movieron coordinadamente para violentar una
vez más la legalidad electoral, pasando sobre las normas que, con gran
alharaca, todos dicen respetar.
Y en el frenético, pero eso
sí, bien coordinado movimiento, las encuestadoras llevaron mano: salieron
precipitadamente a presentar como resultados definitivos e irreversibles los
datos manipulados a favor del candidato presidencial del PRI, con una pequeña
variante de las cifras abultadísimas que manejaron en toda la campaña. Ya no
hablaron de 15 o 20 puntos de ventaja del priista, sino de una cómoda ventaja
de 10 a 12 puntos sobre el segundo lugar. Las encuestas de salida –obvia y
claramente manipuladas-marcaron la pauta de una “democrática victoria”.
Sobre esos porcentajes
alterados (ilegales, podría decirse) se montó una feroz campaña, al margen de
los resultados reales, que prendió, como el fuego, en los medios electrónicos, sobre
todo en la radio y la tv, para declarar anticipadamente vencedor a Peña Nieto y
perdedor a Andrés Manuel.
El juego de siempre de los
poderosos intereses económicos que convierten en víctimas a los televidentes y
radioescuchas.
Ya antes de las 8 de la noche
del domingo primero de julio, sin que el prep empezara a funcionar había, para ellos, un vencedor y un perdedor.
Su sentencia era definitiva, irreversible y, por lo tanto, inatacable.
Causarían envidia al Santo Oficio.
La maniobra caminaba. El PAN
y su descompuesta candidata volverían a jugar el sucio papel que desempeñaron
en 1988: se convirtieron en comparsas, en trabajadores eficientes -y siempre
bien retribuidos- de las cañerías y los albañales. Vázquez Mota no salió a
reconocer su derrota, sino a levantar la mano anticipadamente a Peña Nieto, en
una actitud como la de la muchacha solícita.
La panista salió a vender el
reconocimiento anticipado al candidato del PRI, cuando el prep apenas empezaba
a dar alguna información sobre el resultado electoral presidencial, adelantando
dos horas una conferencia que estaba anunciada para después de las 10:30 de la
noche. Ya después vendrán las componendas, como ocurrió en 88; ya después se
pondrán de acuerdo sobre las reformas estructurales que tanto interesan al PRI
y al PAN para acabar de desmantelar a la nación mexicana, ya después apoyarán
la privatización de Pemex y la CFE que está en las propuestas del priista.
Entre la aparición de
Josefina y las cifras del Conteo Rápido del IFE se generó un espacio que fue
cubierto por una verdadera jauría en los medios. Todos al unísono exigiendo que
López Obrador reconociera ¡ya! los resultados… de las encuestadoras.
La pinza la cerraron el
presidente del IFE –por cierto miembro
del PMT de Heberto Castillo- y Felipe Calderón. Zurita Valdez presentando
cifras distintas a las que aparecían en el prep, que daban una diferencia de 3%
entre el primero y segundo lugar.
Y sobre esas cifras Felipe
Calderón tejió un discurso pronunciado con cara de alegría, declarando a Peña
Nieto vencedor y próximo presidente de la República. Se constituyó así en
máxima autoridad electoral sustituyendo en sus funciones al Tribunal Federal
Electoral, cuya declaratoria, si es que todavía la hace, ya no tendrá ninguna
importancia, aunque haya quienes le atribuyan validez jurídica.
Sin embargo cuando las cosas
habían llegado a este nivel, se podría esperar una intervención de Peña Nieto,
dentro de la legalidad, mesurada, con absoluto respeto a las leyes que norman
los procesos electorales y a las instituciones encargadas de realizarlos.
Pero para sorpresa de muchos,
Enrique Peña culminó lo que algunos comentaristas consideran un golpe electoral
de Estado. El priista se autoproclamó presidente sin esperar “el largo proceso
que aún falta” (el entrecomillado es una expresión textual del presidente del
IFE en una entrevista con un canal de TV el lunes 2 de julio por la mañana), es
decir, los cómputos distritales del miércoles 4 de julio, y menos esperar la
declaratoria del Tribunal Federal
Electoral.
Quien tenga duda puede buscar
en la red el discurso que pronunció donde se asume ya como presidente de la
República, sin serlo.
Y los cómputos distritales
que lo declaran vencedor, ¿dónde están? Y la declaratoria del Tribunal Federal
Electoral, ¿dónde queda? Se cancela así la culminación del proceso electoral. Es
un acto de fuerza que violenta la Constitución y las leyes electorales.
Avasallar al adversario,
parece ser la consigna, así sea violando la normatividad legal. Dar, de hecho,
por concluido el proceso electoral e
impedir que se presenten y prosperen los recursos ante el cúmulo de
irregularidades que se denunciaron en la campaña, durante la elección y después
de ésta.
Más que un acto democrático,
lo que ocurrió en la tarde noche del domingo primero de julio, fue un acto de
provocación. ¿Y así quieren la reconciliación nacional?
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