Desconozco el
recurso de invalidez de la elección interpuesto por los partidos que
postularon, como su candidato presidencial, a López Obrador, y no se requiere formar
parte de alguno de ellos para entender, como patriota, la gravedad de la
situación provocada por los neoliberales y los grupos de poder que han cerrado
filas en torno al candidato del PRI, y que han resultado beneficiarios por los
sucesivos gobiernos federales, desde 1982.
Como ciudadanos
tenemos la obligación de levantar la voz, porque los atropellos cometidos
contra la voluntad popular adquieren una dimensión pocas veces vista en la
historia nacional. Se trata ni más ni menos de un agravio parecido al de 1988 y
al de 2006, pero ahora con nuevas y novedosas agravantes que lo hace más
repudiable.
Los neoliberales
han metido al país en un verdadero atolladero, en un escándalo de dimensiones
internacionales que nos afecta como pueblo, y que pone en peligro la incipiente
vida democrática de México, herida de muerte si se consuma la imposición.
El artículo 41 de
la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece, en el
párrafo segundo de su fracción I que el sufragio será universal, libre, secreto
y directo.
Son principios
constitucionales que deben observarse y, por lo tanto, deben prevalecer en todo
tipo de elección, tanto federales, como estatales y municipales. Esos
principios, repito son: la universalidad del voto, el voto libre, el voto
secreto y el voto directo.
Que el voto sea
libre significa, como se entiende, que no sea obtenido mediante presiones; que
el votante no sea sujeto de violencia física o moral; que la voluntad del que
sufraga no sea comprada por el dinero u otros medios.
Si se violan esos
principios –y de manera especial el voto libre- se diga lo que se diga, se
argumente lo que sea, no habrá elección que sea válida, o mejor dicho, los
votos obtenidos violando la libertad del
voto no serán validos.
Si durante el
proceso electoral se perfilaron dos bloques de fuerzas, los neoliberales y los
antineoliberales, desde hace dos semanas la sociedad mexicana se ha
polarizado entre los que dicen haber obtenido la victoria con procedimiento al
margen de la ley, y una enorme mayoría de mexicanos que no reconocen esa
supuesta victoria.
En sólo 15 días se ha
ampliado la percepción en el seno de la sociedad de que el PRI recurrió a la
compra de votos mediante distintos mecanismos, a pesar de que los medios de
información, en su inmensa mayoría, mantienen una brutal ofensiva contra López
Obrador.
También se ha clarificado
para millones de personas, que generalmente permanecen ajenos a los
acontecimientos de la vida política nacional, la percepción de que se trata de
una imposición de los sectores económicamente poderosos.
Ha quedado claro que el
madruguete del PAN, a través de Josefina Vázquez, levantando la mano a Peña
Nieto el domingo 1 de julio, la actitud irresponsable del IFE señalando datos
que no se sabe de donde salían, la perversión de medios de comunicación
declarando la victoria del priista, la apresurada e indebida intervención de Calderón, declarando (o legitimando, como
dijo la secretaria general del PRI) a Peña Nieto como ganador, intervención
que, se informa, fue grabada a las 4 de la tarde del 1° de julio sin conocer,
siquiera, los resultados de las encuestas de salida, y en seguida la
autoproclamación de Peña Nieto, aparte de colocarse al margen de la legalidad,
abonaron para que se hable, con absoluta razón, de imposición.
Hoy existe un amplio
movimiento que abarca a los partidos que postularon a López Obrador como su
candidato presidencial, organizaciones sociales de origen popular, la inmensa
mayoría de los integrantes del #YoSoy132, profesionistas, intelectuales, amas
de casa, obreros y gentes de otras actividades económicas, que desconocen a
Peña Nieto como ganador de la elección presidencial.
Nunca en la historia reciente
del país se habían presentado la cantidad de protestas contra un candidato,
como se presentaron contra Enrique Peña durante el proceso electoral y nunca,
tampoco, después de la elección se habían dado manifestaciones masivas como las
que se han presentado contra el candidato priista.
Hasta este momento los
partidos que postularon a López Obrador recurren el camino legal para pedir la
invalidez de la elección. Otra gran parte, la que ha realizado y mantienen la
movilización –que ya han rebasado a los que plantean la invalidez- desconocen
como ganador al candidato priista, y se empieza a general el movimiento que
está abiertamente en contra de Peña Nieto, anunciado su decisión de oponerse a
que llegue a la presidencia de la República, por el conjunto de anomalías
denunciadas.
En el momento en que el
movimiento, hoy disperso, acuerde una estrategia común cambiará
cualitativamente la correlación de fuerzas políticas en México, y para muchos ese
momento ya llegó, convocando a las fuerzas democráticas del país a unificarse para
impedir que se consume esa violenta agresión a la voluntad popular. Es cuestión
de tiempo.
En esta situación se abre otra vertiente
distinta a la que sostienen los partidos que plantean la invalidez de la
elección. Constitucionalmente es exigible la
anulación de la votación obtenida por las fuerzas políticas que recurrieron a
la compra de votos, como mecanismo para ganar la elección, porque no se puede
meter en el mismo costal a los que
compraron los votos y a los que no cometieron ese ilícito.
También, en las circunstancias
actuales, se ha confirma la complicidad del PAN frente a las violentas
agresiones a la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas. A pesar de
que cuenta con elementos para impugnar y demostrar esas violaciones ha reculado
poniéndose a las órdenes del PRI. El si, pero no panista vuelve a manifestar,
con absoluta claridad su carácter de alcahuete del neoliberalismo y peón de los
oligarcas.
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