Ha quedado claro, a los ojos
de todo mundo, que las privatizaciones fueron un robo descarado a los pueblos
que las sufrieron y que, quienes las realizaron eran integrantes de un cártel
bastante organizado, como ocurrió en México.
Hoy existe, al menos en
nuestro país, información abundante sobre los integrantes de ese cártel y sus
conductas delictivas desde el poder público, en contra de los intereses de la
nación y el pueblo. Muchos de esos delitos ya salieron a la luz pública, y
muchos más saldrán próximamente.
Al margen de las
investigaciones que hoy están abiertas sobre la corrupción delictiva de los
neoliberales que gobernaron de 1982 a 2018, debe iniciarse una investigación
profunda sobre las privatizaciones que se realizaron en ese periodo, porque
constituyen, sin duda, un delito de lesa patria.
Hay que investigar a todos
los funcionarios involucrados en ese proceso antipatriótico y antinacional y a
los empresarios beneficiados, pero particularmente investigar la
responsabilidad que, sin duda, tienen los que con una gran deshonra se desempeñaron
como presidentes de la República y, en su caso, que reparen el daño causado al
patrimonio nacional y sean sujetos de sanciones administrativas, civiles y
penales.
Una investigación de esa
naturaleza no está sujeta a la voluntad de una mayoría de ciudadanos, sino a la
aplicación estricta de las leyes vigentes en el momento en que se realizaron las
privatizaciones, y la legislación de ahora.
Las privatizaciones estuvieron
viciadas de origen, porque se trató de un remate y una ganga para beneficiar
intereses privados, domésticos y extranjeros, incluidos los de muchos que se
desempeñaron como funcionarios públicos, y que amasaron fortunas incalculables
en perjuicio del patrimonio de los mexicanos.
Una investigación profunda
demostraría que muchas violaciones a la legislación nacional (constitucional,
administrativa, financiera, penal, etc.) se dieron para poder llevar a cabo ese
proceso desnacionalizador.
Insisto: por la gravedad y el
enorme daño causado, con las privatizaciones al patrimonio de los mexicanos,
las autoridades actuales no se pueden conducir como si nada hubiera pasado. Su
responsabilidad es realizar esa investigación, no sólo para castigar (que sí debe
hacerse) sino, sobre todo, para reparar el enorme e incalculable daño provocado
al pueblo de México.
Y a quienes duden que las
privatizaciones se realizaron mediante la comisión de delitos, ahí está lo que
ocurrió con las llamadas reformas estructurales (neoliberales hasta la médula),
y sobre todo con la mal llamada reforma energética, una auténtica
desnacionalización del petróleo mexicano.
Desde que esa acción antipatriótica
se realizó, diversas noticias en los medios de información daban cuenta que
corrieron carretilladas de dinero (del erario público, desde luego) para
comprar la voluntad de legisladores de ambas cámaras a fin de reformar nuestra
Constitución y acentuar el proceso de desnacionalización que de hecho (en
violación a la legislación vigente en esos momentos) presidentes anteriores a
Peña Nieto, realizaron. Se llegó a hablar de las cantidades entregadas a diputados
y senadores.
Por cierto, algunos
columnistas lo han vuelto a recordar en estos días, ante la posibilidad de que
esas maniobras delictivas, para comprar la voluntad de legisladores, se pongan
en evidencia.
Y es que esas sucias
maniobras identifican plenamente la baja estatura moral del ex presidente Peña
Nieto y de su círculo cercano (por no decir de todos su gobierno), y es una
característica innata de los neoliberales.
Lo que pruebe la Fiscalía General de la República de
esas conductas delictivas del propio ex presidente Peña, no sólo puede quedar
en sanciones a los involucrados: quienes sobornaron y quienes fueron
sobornados, que por descontado debe hacerse, sino que lo principal, lo más
importante, lo trascendental, para los intereses de la nación mexicana es,
mediante la forma o el procedimiento legal que corresponda, declarar que la
llamada reforma energética y, consecuentemente, las reformas a los artículos de
la Constitución nacional que la consumaron, es
y son nulas de pleno derecho.
Se sentaría un gravísimo precedente
si se prueba (como lo aclaran ya los testimonios de muchos) que la llamada
reforma energética de los neoliberales se logró con sobornos delictivos, y que
esas contrarreformas a nuestra máxima Ley mantengan su vigencia.
El deber político, jurídico y
moral de todos los mexicanos es exigir que esa reforma, por estar viciada de origen, sea declarada nula de pleno derecho. Y la obligación del gobierno es realizar los trámites para decretar esa nulidad plena.
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