En el artículo anterior, al
final, dije que la lucha por un mundo
mejor es la tarea inaplazable de nuestro tiempo.
Este es el sentido en que
infinidad de filósofos, politólogos y otras personalidades de pensamiento
avanzado, progresista, de izquierda y revolucionario, con distintas
expresiones, han insistido en los últimos años, pero sobre todo en los últimos
meses.
El debate será intenso y
profundo para concebir ese mundo nuevo, y este debate será privilegio de
quienes han luchado, siguen luchando, o se han incorporado recientemente a la
lucha por ese mundo mejor.
Al margen quedarán los
ideólogos (defensores a ultranza) del sistema capitalista, que ha saltado por
los aires, hecho añicos. Nada tienen que ofrecer para que la humanidad siga su
camino ascendente. Al contrario, representan el mayor obstáculo, en las
actuales circunstancias, para lograr ese propósito superior.
Hay plena coincidencia en que
se ha llegado, en nuestros días, al fin de una época, y se abren horizontes
para un nuevo mundo.
Y no sólo hay plena
coincidencia, sino la afirmación contundente, basada en datos, cifras y hechos,
de que la pandemia del covid19 puso en evidencia la incapacidad del capitalismo
(y su producto: la globalización) para enfrentarla.
Como dice el filósofo inglés,
John Gray, “los problemas mundiales no siempre tienen soluciones mundiales”,
por lo que la tarea de superar dicho fenómeno natural y reactivar la economía
mundial pasa a los Estados nacionales.
Se acentuará, en los días por
venir, el proceso de desglobalización que se manifiesta en todas las latitudes
del globo terrestre. “Adiós globalización, empieza un nuevo mundo. La
hiperglobalización de las últimas décadas se acaba”, nos recuerda el citado
filósofo inglés.
El criminal experimento
neoliberal (esa política demencial como la califica Paolo Flores d´Arcais) al
igual que todo el sistema capitalista, ha saltado hecho pedazos, y para bien de
la humanidad está cerca de desaparecer.
Uno de los crímenes de lesa
humanidad del capitalismo (y de su engendro, el neoliberalismo) fue el
desmantelamiento de los sistemas de salud, para darle prioridad a la medicina
privada, sucio negocio incapaz de atender y entender al ser humano como tal.
En medio de la pandemia, ese
sentimiento de fragilidad y vulnerabilidad que el ser humano experimenta, a lo largo y ancho del mundo, servirá para
recordarnos, siempre, que somos parte de la naturaleza y que formamos parte de
ella.
Rodarán por los suelos, las
ideas que concibieron y siguen concibiendo erróneamente al ser humano apartado
de la naturaleza. Esas creencias de que somos seres de excepción (y que tanto
daño han causado a la evolución humana, a través de siglos) desaparecerán en el
mundo que está por venir.
La ciencia se convertirá, más
que nunca antes, en un instrumento certero de todos, para entender y explicarse
no sólo su propia vida y su propio mundo, sino para concebir y planear su
futuro.
Hoy la humanidad tiene ante
si, la urgencia de concebir y aplicar un sistema social netamente humano,
solidario, justo, racional que tenga en cuenta la satisfacción de las
necesidades del ser humano en todas sus dimensiones y que permita crear las
condiciones económicas, sociales, políticas y culturales para su pleno
desarrollo; que libere a la humanidad de las crisis cíclicas, verdaderas
pandemias económicas que han cobrado la vida de millones de seres humanos.
En la fase inmediata a la
pandemia, tendrá que prevalecer el Estado de Bienestar, con mayor capacidad y
más atribuciones a fin de establecer y operar las medidas económicas y sociales
inaplazables, que rescaten de la insalubridad y la pobreza a los millones de
seres humanos desechados por el capitalismo.
El concepto de crecimiento
económico, propio del capitalismo, tiene que ser sustituido por el concepto de
Progreso Social, en toda su dimensión y plenitud, para hacer posible una nueva
etapa en el bienestar pleno de los seres humanos y el ascenso indetenible de la
humanidad.
De manera especial, el Estado
de Bienestar establecerá como derecho de su población el de la salud universal,
totalmente gratuito, con elevados estándares científicos y tecnológicos, donde
se apliquen, en beneficio de todos, las formidables conquistas científicas
alcanzadas hasta nuestros días.
La autosuficiencia
alimentaria para el conjunto de seres humanos que habitan la Tierra, podrá
lograrse si cada Estado la logra en su
territorio y fomenta un intercambio con base en el beneficio mutuo y la más
amplia solidaridad y fraternidad. Así como hoy se hace, en varios casos,
(todavía muy reducidos) con los insumos que se requieren en los hospitales para
atender la pandemia.
Es evidente que la pandemia,
por su propia dinámica (acentuada por problemas internos de las potencias
económicas), no generará, un nuevo orden mundial, sino ciertos ajustes que
harán variar la posición entre dichas potencias, pero lo que la humanidad
requiere es un auténtico nuevo orden mundial, que contemple y respete la
igualdad jurídica de los Estados, la auténtica solución pacífica de las
controversias internacionales, y que establezca como norma (a la que todos los
Estados ajusten su conducta) la lucha por la paz, la cooperación internacional
para el progreso social y la seguridad internacional.
En el nuevo mundo, el egoísmo
despiadado del capitalismo y la explotación del hombre por el hombre, tendrá
que ser sustituido por la solidaridad y la fraternidad entre todos los seres
humanos.
“Ahora una revolución es el
mínimo indispensable” afirma convencido Paolo Flores.
Y por hoy, el sistema
socialista representa la mejor opción para lograr esa revolución, en beneficio
de los 7400 millones de seres humanos sobre la Tierra, para que todo patrimonio
de la humanidad sea privilegio de todos y no de unos cuantos.
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