sábado, 16 de marzo de 2019

LA OPOSICIÓN A LÓPEZ OBRADOR


Desmontar el neoliberalismo será una tarea de tiempo, porque no sólo hay que lidiar con el poder económico del interior del país que, por hoy, ocupa importantes espacios de la vida nacional, sino los grandes intereses trasnacionales y las instituciones financieras que los representan.

Una coyuntura favorable, a nivel internacional, con repercusiones nacionales, es que el neoliberalismo está en retirada, pero en las convulsiones de la muerte todavía puede ofrecer resistencia.

Precisamente la quiebra neoliberal (con todas las reservas que esta expresión tiene) a nivel mundial, y los resultados desastrosos que tuvo en nuestro país en seis sexenios, es lo que tiene a la derecha y ultraderecha del PRI y del PAN desorganizados, y con dificultad para integrarse como oposición frente al actual gobierno.

La quiebra del neoliberalismo ha dejado sin banderas a esos dos partidos que se unieron desde 1982. A partir de entonces, ambas organizaciones políticas caminaron de la mano, cohabitaron, o para decirlo como se dijo alguna ocasión en Argentina: mantuvieron estrechas relaciones carnales (relaciones perversas, dirían otros). Mochos los panistas y cínicos los priistas no aceptaban esa mención.

Del reclamo del cogobierno que el PAN le hizo al PRI en los primeros meses del sexenio a Miguel de la Madrid, a la algarabía panista, cuando creyeron que Peña Nieto había consumado la desnacionalización del petróleo y que la desaparición de PEMEX estaba a la vuelta de la esquina, ambos partidos vivieron en amasiato político intenso a plena luz del día.

Casi en el paroxismo, un panista ultra del Estado de México expresaba su veneración por Peña Nieto, al decir que éste, con la mal llamada reforma energética, había consumado el proyecto histórico del PAN.

PAN y PRI, y quienes se les unieron para garantizar la continuidad de la dictadura neoliberal, fueron arrasados en un proceso electoral que coloca a nuestro país –si el gobierno de López Obrador se mantiene consecuentemente en el terreno antineoliberal- en la antesala de cambios profundos.

Pero no todo depende del gobierno. Es urgente que el pueblo asuma la defensa decidida de los cambios positivos que se vayan dando. Y no puede quedar esa defensa exclusivamente en el terreno declarativo. Hay que pasar a la organización popular para su defensa, por pueblos, colonias, ejidos, barrios, manzanas, calles, escuelas, centros de trabajo, etc.

De esa organización popular depende que los cambios se den, y que esas transformaciones se consoliden a favor del pueblo y de la nación, y que realmente se conviertan en irreversibles.

Hay que tener presente que los neoliberales están al acecho, cuentan con poder económico, el respaldo de fuera. y una cantidad grande de medios de información (electrónicos y escritos), y comentaristas a sueldo, la mayoría de los cuales destilan rabia y odio contra las medidas que ha tomado en tres meses el actual gobierno, que sin ser tan profundas, mantienen las esperanzas de la enorme mayoría de los mexicanos de que las cosas cambien para bien.

Hasta hoy, la desmadejada oposición de los partidos neoliberales que mal gobernaron, durante 36 años, y el enorme desprestigio bien ganado por sus cuadros dirigentes, los tiene enfrentados al pueblo, y sin ningún grado de credibilidad. Lo mismo pasa con los que se reclaman pensadores y pontifican, a diestra y siniestra, sobre las supuestas bondades de la dictadura neoliberal de la que su ufanaron con verdadero cinismo.

En juntas conspirativas, los notables de hoy (neoliberales irredentos) repudian a sus representantes políticos de ayer. Todos o casi todos se dicen apartidistas, y no le encuentran la cuadratura al triangulo.

Su oposición es, valga la expresión, reactiva. Un no a todas las medidas del gobierno de López Obrador ha sido su máximo planteamiento: no al rescate de Pemex; no al rescate de la CFE; no a una política exterior independiente, con base en los mandatos constitucionales; no a la austeridad en el manejo del dinero público; no a la reducción de los sueldos estratosféricos de los funcionarios públicos; no al combate a la corrupción; no a la cancelación del aeropuerto del Lago de Texcoco; no al aeropuerto de Santa Lucía; no al tren Maya; no a la lucha contra el robo de hidrocarburos; no al control público en la compra de medicamentos;  no al aumento salarial; no al fortalecimiento de la política social (porque es populismo puro, dicen); no a la lucha contra la corrupción en todos los ámbitos de la vida pública; no a la extinción del dominio por dinero mal habido; no a la Guardia Nacional; no a los representantes del gobierno federal en las entidades federativas (que antes estaba constituida por un ejército de burócratas); no a la revocación del mandato (planteada desde 1948 por Vicente Lombardo Toledano); no a la supresión del fuero;   no a la reducción del dinero público a los partidos; no a la inversión pública en infraestructura; no al rescate de la seguridad social; no a la reforma laboral que reponga los derechos conculcados a los trabajadores; no a las conferencias diarias del presidente; no al contacto de los gobernantes con la gente del pueblo; no al rescate de los jóvenes mediante capacitación y becas, y muchos más nos.

Y sobre todo no al cambio del modelo neoliberal depredador y corrupto.

 Insisto: todos los críticos del actual gobierno federal parten de posiciones neoliberales, no desde posiciones democráticas o progresistas. Se agarran a un clavo ardiendo a sabiendas de que el modelo neoliberal ha sido la causa de los graves problemas que padecemos como pueblo y como nación, y que ese modelo económico fue barrido en la elección federal del año pasado, y que ahora debe ser desmontado para construir un México justo, prospero, independiente y soberano.

Los conservadores del siglo pasado, traidores y todo, tenían lo suyo. Los de hoy son una caricatura (mejor dicho, una mala caricatura) de aquellos.
La esperanza de los neoliberales, desplazados del poder y de la lucha ideológica (porque el neoliberalismo está agotado en todo, con un programa que no tiene ni para donde ir) es que los capitales extranjeros estrangulen la economía mexicana, y que las calificadoras (de origen y propósitos neoliberales) descalifiquen permanentemente las medidas de corte popular del gobierno federal.

No se descarta, que siguiendo los pasos del traidor y antipatriota Guaidó que, hoy por hoy es su ejemplo a seguir, esos neoliberales trasnochados, reclamen la intervención de alguna potencia extranjera en las cuestiones internas de México, y que Fox, su esposa, el cristero Calderón, Riquín o el insufrible Jorge Castañeda, se proclamen, desde la tierra de Las Poquinchis, presidente en turno. ¡Si tienen extraviado el rumbo, que no pierdan la razón¡

Ya en serio, y concluyo: Si el PRI tiene tiempo y espacio de reestructurarse, tendría que regresar a sus orígenes, y esos orígenes están en el nacionalismo revolucionario que abandonó en 1982. Su cercanía ideológica y programática sería con el movimiento dominante de López Obrador. Si mantiene la orientación neoliberal que abrazó durante los últimos 36 años, no se levanta ni con maquinaria pesada. Habrá cavado su tumba y acelerado su desaparición.

Si el PAN sigue con sus posiciones reaccionarias que le dieron origen, al combatir todo lo positivo de la Revolución Mexicana, no llega con vida al fin de este sexenio, que es lo más seguro. Si se coloca en una posición de centro-derecha, le espera lo mismo. Y si, en su desesperación, se corre hacia posiciones avanzadas, su desaparición está asegurada.

A los partidos responsables del desastre económico, social y político que vive el país, la realidad los ha puesto ante la posibilidad de desaparecer. No tienen porvenir.





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