La privatización es una política intencional para estafar a la nación de su patrimonio, en beneficio privado.
La religión neoliberal que
profesa la OCDE, el FMI, el Banco Mundial ha sido impuesta a grupos de desnacionalizados
en países como México que, con descaro, presentan esa política como nativa y la
aplican sin ninguna consideración.
La política neoliberal ha
quebrado a la nación, saqueado al país y empobrecido al pueblo. El
neoliberalismo es la madre y el padre de la inseguridad pública y de la elevada
criminalidad que ha golpeado a los mexicanos como nunca.
Ese modelo depredador es
descrito, con precisión, por Viviane Forrester en su extraordinario libro “Una
extraña dictadura”, publicado por el Fondo de Cultura Económica. De ella cito textual y ampliamente el siguiente párrafo:
“Adaptarse a la consigna. Adaptarse una vez más y siempre. Adaptarse
al hecho consumado, a las fatalidades económicas, a las consecuencias de esas
fatalidades, como si la coyuntura sí fuera fatídica, historia concluida, época
condenada a prolongarse para siempre. Adaptarse
a la economía de mercado, es decir, especulativa. A los efectos del desempleo y su explotación desvergonzada. A la globalización, es decir, a la
política ultraliberal que la rige. A la
competitividad, es decir, al sacrificio de todos en aras de la victoria de
un explotador sobre otro, participantes ambos del mismo juego. A la lucha contra el déficit de las cuentas
públicas, es decir, la destrucción progresiva de infraestructuras
esenciales y la supresión programada de las protecciones y conquistas sociales.
Adaptarse a la desregulación económica que
sustentan una revolución reaccionaria y agresiva, que se pueden calificar
incluso de insurreccionales, pero que se han instalado con toda tranquilidad,
oficialmente, aceptadas e incluso alentadas, aunque anulan cualquier ley que se
erigen en barrera de la voluntad especulativa, aunque violen impunemente las
leyes que garantizan poner cierto freno a la injusticia y sin las cuales
triunfa la tiranía. Adaptarse al cinismo
de las conductas mafiosas autorizadas, convertidas más que en familiares,
en tradicionales. Adaptarse al traslado
de empresas y a la fuga de capitales, los paraísos fiscales, las
desregulaciones anárquicas, las fusiones enormes, las especulaciones
criminales, aceptadas como si tal cosa, como producto de leyes naturales,
contra las cuales es inútil rebelarse. Adaptarse, ya de suyo, a la soberbia de
la incompetencia, a su soberanía de derecho divino. Adaptarse…se necesitarían
muchas páginas para completar la lista”.
Se hace esta cita para que se
compare lo que es el ultraliberalismo, como denomina Viviane Forrester al
neoliberalismo, y los pronunciamientos de quien asumirá el sexto gobierno
neoliberal, en México, el próximo 1° de diciembre.
No tenemos que esperar mucho
tiempo para comprobar que la contrarreforma laboral, presentada formalmente al
legislativo federal por Calderón, es la primera reforma neoliberal de Enrique
Peña Nieto, y si, además, con él se restablece el presidencialismo más
rampante, y la sujeción abyecta de los diputados y senadores del PRI a las políticas
diseñadas desde Los Pinos.
Si el Partido Revolucionario
Institucional la aprueba no habrá ninguna duda: será una contrarreforma,
presentada por los panistas, con el pleno acuerdo de la cúpula del PRI y su
candidato presidencial para agredir a los trabajadores de México, y si eso
ocurre, los priistas tendrán, por lo menos, que desaparecer de sus documentos
básicos cualquier declaración a favor de la clase trabajadora, pues no podrá
decirse que los defiende cuando en realidad los agrede.
En esencia, la contrarreforma
laboral trata de elevar a rango de ley la precariedad en el empleo, el tiempo
parcial, el despido fácil y rápido de los trabajadores, la limitación al
derecho de huelga y los bajos salarios para salvaguardar las ganancias
empresariales.
Es insensato, cruel y
criminal afirmar, como lo hacen los neoliberales, que la falta de crecimiento
se debe a la existencia de derechos sociales de los trabajadores y, por lo
tanto haya que limitarlos, primero y desaparecerlos, después.
Así los derechos políticos,
que tanto cacarean, se han convertido en una burla, porque pretenden cancelar
los derechos sociales.
En estas circunstancias el
papel contrarrevolucionario del PAN será como en 1988, con Salinas que, por
cierto, se convirtió en el ideólogo de los discípulos de Gómez Morín.
El “nuevo” PRI, es decir, la
nueva generación de priistas, alejado de los principios de justicia social que
proclaman sus documentos básicos, tiene más cercanía y plena identificación con
la política neoliberal, y tiene en común con los panistas que sus
representantes más conocidos son egresados de universidades privadas, con
estrechos lazos familiares entre sí.
Por ello no causa sorpresa
que la cúpula del PAN, aún con alguno que otro dinosaurio antediluviano,
muestre su mayor alegría al reunirse con Peña Nieto. Todas las fotografías
publicadas a raíz de esa reunión y las expresiones de alegría de los
reaccionarios panistas justifican las zancadillas que le dieron, oculta y
abiertamente, a su mala candidata presidencial.
El PAN ni en sueños será un
partido de oposición, como no lo fue en los gobiernos neoliberales de Miguel de
la Madrid, Salinas y Zedillo.
Con un proyecto neoliberal
que los identifica, la cúpula priista y los panistas están a partir un piñón.
Al mismo tiempo, las
anunciadas reformas en materia de petróleo y electricidad, la reforma a la
seguridad social, la reforma fiscal tienen el propósito de concluir la
privatización en esos sectores: desnacionalizar el petróleo mexicano y
entregarlo a los intereses de empresas extranjeras, privatizar la seguridad
social y fortalecer las cargas fiscales sobre el pueblo, sin tocar los
poderosos intereses económicos. El propósito anunciado de gravar mediante el
IVA a medicinas y alimentos, deja muy clara la política antipopular que
continuará.
Frente a esas contrarreformas
que definen la esencia de las políticas a seguir y, de manera especial, el
compromiso (sutilmente calificado de “Declaración de Intenciones”) que Peña
Nieto hizo ante la OCDE, organismo imperialista mejor conocido como “El Club de
los países ricos”, para privatizar lo que queda de PEMEX, la promesa de
legislar en materia de transparencia parece una burla a los mexicanos. “Impulsar
un plan de desarrollo energético estratégico”, basado en la apertura de la
inversión privada en Pemex, es un compromiso no una promesa.
No se diga que se gobierna
para el pueblo y para salvaguardar los intereses de la República cuando se
contraen esos compromisos, con un organismo claramente representante de los poderes
económicos a nivel mundial.
A esos últimos temas y a la
continuidad de una política exterior errática y ajena a la histórica política exterior mexicana, me
referiré en el siguiente artículo.
La tarea de las fuerzas
democrática de México está por ahora muy clara: hay que combatir el
neoliberalismo del “nuevo” PRI porque seguirá agravando las condiciones precarias
de la inmensa mayoría de los mexicanos, conducirá a un mayor número de
compatriotas a la pobreza, a la miseria y a la desesperanza; dañará aún más la
soberanía nacional y aumentará la injerencia yanqui en los asuntos que sólo
competen a los mexicanos.
El patriotismo no es cosa del
pasado como proclaman vergonzantemente los desnacionalizados. El patriotismo,
que abrevamos en la rica fuente de la historia nacional, es un deber para
rescatar a la nación de las garras neoliberales y proyectarla libre, soberana y
justa.
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