En México hemos llegado a tal grado de desigualdad
social y de simulación democrática que se requiere –como condición esencial
para seguir avanzando- abolir todos los privilegios que la oligarquía y los
gobernantes a su servicio se han dado en perjuicio del pueblo.
Llevamos más de treinta años de despotismo neoliberal,
que se pretende continuar a pesar de la irritación social presente en el
territorio nacional de diferentes formas.
Bajo el actual gobierno
asistimos al cambio de naturaleza de lo que fue el poder popular por excelencia:
el poder legislativo. Este poder se está transformando, a los ojos de todos, en
una asamblea de notables, despojado de su funciones deliberativas y
resolutivas, desempeñando el papel de una simple oficina de trámites de las
iniciativas del ejecutivo federal, impuestas y avaladas previamente por una
junta de notables, que simulan representar a partidos distintos, sólo
diferentes en nombre pero que comparten los mismos intereses.
El presidente de la República
en su empeño por atraer las inversiones extranjeras, a toda costa, casi pone a
remate el patrimonio nacional, ofreciendo en bandeja de plata al capital
foráneo lo que con muchos esfuerzos varias generaciones de mexicanos hemos
sabido rescatar y conservar para el patrimonio nacional, que debe ser declarado,
por ley, propiedad inalienable de la nación.
En ningún caso, y en ninguna
circunstancia puede el titular del ejecutivo federal actuar como gerente de
empresas o mandadero de los empresarios. La Constitución nacional le impone la
obligación de actuar como representante de la nación, como mandatario del
pueblo.
La Constitución nacional se
sigue violando sin que pase nada. Exactamente un día antes de que el gobierno
federal actual tomara posesión, el 30 de noviembre de 2012, se publicó en el Diario
Oficial de la Federación una adición al artículo 40 de la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos, señalando que la República mexicana es laica.
Y si los altos funcionarios no saben qué significa laica, que se remitan al
artículo 3º. constitucional.
Dice la fracción I del citado
artículo: “Garantizada por el
artículo 24 la libertad de creencias, dicha educación será laica y, por tanto,
se mantendrá por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.
No se trata del significado
etimológico o gramatical del término laica, sino de su acepción constitucional.
Y si el artículo 40 constitucional señala que somos una República laica, todos
los funcionarios, desde los integrantes de los gobiernos municipales, los
funcionarios estatales, los del Distrito Federal y los federales, encabezados
por el presidente de la República, tienen la obligación, como funcionarios
insisto, de respetar el carácter laico de la República mexicana. Su conducta
pública debe “mantenerse por completo ajena a cualquier doctrina religiosa”.
Cumplir con esta obligación
que les impone la Constitución nacional no les prohíbe tener una creencia
religiosa que, por lo demás, es un derecho que les concede, en forma clara, el
artículo 24 de la misma Constitución. Lo que tienen prohibido es violar el
carácter laico de la República mexicana.
Así es que empezando este
sexenio y, seguramente por ignorancia, varios funcionarios federales y del
Distrito Federal, encabezados por el Lic. Enrique Peña Nieto, violaron la
Constitución al asistir a la misa en que asumió el poder del Vaticano el Papa argentino,
que ahora encabeza la iglesia romana. Pero habrá que recordar que la ignorancia
de la ley no exime su cumplimiento, y menos de la Constitución.
Durante los primeros cuatro
meses de gobierno priista, los mexicanos hemos asistido al restablecimiento de
la política represiva en contra de las inconformidades sociales, económicas y
políticas. Lo que ocurrió el primero de diciembre de 2012 no puede atribuirse a
la casualidad, ni siquiera a la provocación. Montar una provocación e invocarla
como razón para la represión recuerda lo que ocurrió en 1968, cuando el
movimiento estudiantil fue brutalmente reprimido, con los graves saldos que se
mantienen en la memoria de millones de mexicanos y que marcaron la conciencia,
de manera particular, de quienes éramos estudiantes de la UNAM, y de todas las
escuelas públicas de México.
La represión contra los
maestros opuestos a la llamada reforma educativa (cuyo texto se agregó al artículo 3º. Constitucional
cuando era propio de la ley secundaria) indica que el gobierno no está
dispuesto a dialogar ni a escuchar.
En los cuatro meses
transcurridos de este sexenio, los mexicanos hemos sido víctimas de una
propaganda terca del gobierno federal, que invocando falsos motivos quiere
justificar la privatización de Pemex. Las cosas son claras: Pemex es una
empresa nacionalizada, y si se propone la participación de intereses privados,
mejor dicho de empresas petroleras extranjeras, para realizar las funciones que
le son propias a la empresa estatal, de manera exclusiva por mandato
constitucional, eso es privatización, aquí y en cualquier parte.
Nos quieren espantar con el
petate del muerto, diciendo que si no se permite que petroleras extranjeras
penetren a Pemex, no vamos a crecer. Y ese “argumento” lo extienden a sus
llamadas reformas estructurales. Nos dicen: si se aprueban crecemos, si no se
aprueban seguiremos estancados. Eso han dicho los neoliberales desde 1982 que,
además, remataron impunemente el patrimonio nacional. Ni crecimos, ni se
crearon empleos. Su mayor logro fue convertir a México en una fábrica de
pobres: hoy con más de 60 millones en esa situación, casi la mitad de la
población. Convirtieron a México, con sus famosos y anacrónicos cambios
estructurales, en uno de los países más desiguales de América Latina.
Y creyendo que todo mundo ignora lo que ocurre
en materia petrolera, el gobierno priista sostiene que el ejemplo a seguir en
México es el de Petrobras de Brasil. Y
no han tenido que esperar mucho por la respuesta.
Ya les dijeron que lo de
Petrobras es un mito; que Brasil perdió parte de su patrimonio y la misma
empresa se devaluó; que del 100% en manos de Brasil pasó a tener solamente el
10% de los impuestos en materia petrolera. Una auténtica y verdadera desnacionalización.
Hoy Brasil tiene el 48% de acciones de Petrobras, Estados Unidos el 31% y el
resto lo tienen bancos privados. Si esto es lo que quieren, que lo digan, pero
que no le mientan al pueblo.
¡Y todavía tienen el descaro
de afirmar que defender a Pemex y al petróleo nacionalizado es un tabú! Parece
un chiste de mal gusto de los neoliberales –si no estuviera de por medio la
soberanía nacional- afirmar que con la participación de empresas petroleras se
va a afianzar la mexicanidad de Pemex. Por favor.
Les han recordado y explicado
con detalle que “el petróleo aporta, en México, el 40% del presupuesto federal.
Eso quiere decir que gracias al llamado oro negro se mantienen buena parte de
las escuelas públicas, hospitales y demás servicios públicos” Y que “dejar las ganancias del petróleo en manos privadas, ya sean
nacionales o extranjeras, implicaría crear un hueco considerable en las
finanzas públicas”.
Pero no. Insisten tercamente
en desnacionalizar los recursos petroleros y destruir a Pemex, que fue una
conquista de la Revolución Mexicana, y que debe preservarse como tal.
En materia fiscal la
intención de aplicar el IVA a los alimentos y medicamentos es aberrante. El ex
rector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente afirmó, recientemente, que aplicar el
IVA a los medicamentos es establecer un impuesto a los enfermos, porque son los
enfermos los que compran medicamentos, no las personas sanas, (no sé si esto lo
puedan entender los funcionarios públicos partidarios de aplicar el IVA a las
medicinas) y, además, porque el gasto en la compra de medicamentos por las
instituciones de seguridad social se dispararía, gravando innecesariamente los
recursos públicos aportados por los mexicanos, no por hermanas de la caridad.
Alguien reflexionaba, con
acierto, que ni siquiera al chacal Huerta se le hubiera ocurrido establecer un
impuesto a las personas sólo por enfermarse, y que ese propósito del gobierno
actual queda muy pequeño al lado de los impuestos establecidos en tiempos de
Santa Ana a las gallinas y a las ventanas.
Y en el límite de lo
irracional y la locura, un priista afirmó que aplicar IVA a medicamentos y
alimentos era una cuestión de justicia social. ¡Qué barbaridad!
En Brasil, al contrario de lo
que el gobierno de Peña Nieto quiere hacer en México, la presidenta Dilma anunció la eliminación de
los impuestos federales que se cobraban a la canasta familiar, y señaló
textualmente: “la aplicación de esta medida supondrá un costo anual de
aproximadamente 3 mil 850 millones de dólares por concepto de impuestos, pero
los beneficios que vendrán para la vida de las personas y para nuestra economía
compensan ese corte en la recaudación”. Está claro lo que se quiere aquí y lo
que se busca allá.
Y todo porque en más de 30
años de neoliberalismo los gobernantes dejaron de aplicar el principio
constitucional que establece como obligación de los mexicanos contribuir a los
gastos públicos según su capacidad económica, es decir, que pague más el que
más tiene, menos el que menos tiene y que nada pague el que nada tiene.
En abierta y descarada
violación a ese mandato constitucional, según datos de la Auditoría Superior de
la Federación, Calderón devolvió impuestos a grandes contribuyentes por el
equivalente al 13.8% de la recaudación total en 2011. Entre ellos el IVA que los
consumidores pagamos al adquirir productos y se los regalaron a los
empresarios.
El inicio de este sexenio
está marcado por la aprobación de la contrarreforma laboral. Simplemente el
pago del trabajo por horas ha creado desesperanza, sobre todo en los jóvenes
que, de esa manera, serán prácticamente expulsados del país en busca de otras
alternativas para vivir, o enviados directamente a los brazos de los
narcotraficantes. Los efectos de la contrarreforma laboral en este aspecto van
a ser devastadores, como devastador sigue siendo el elevado número de muertos
atribuidos al crimen organizado, sin que el gobierno aplique medidas que
detengan la inseguridad pública.
Los “espectaculares” anuncios
de los primeros meses de gobierno no han cambiado la realidad que vivimos los
mexicanos. El gobierno priista es una
prolongación, con nuevos funcionarios, de los gobiernos panistas que, a su vez,
fueron continuación de los gobiernos priistas a partir del año 2000. Cobijados
con el neoliberalismo destruyeron conquistas importantes de los mexicanos, y
ahora se busca concluir esa ingrata tarea.
De manera descarada el
dirigente del PRI en la Cámara Federal de Diputados informó, hace pocos días, que preparaba una
iniciativa de ley para legalizar las violaciones y delitos cometidos contra la
Constitución mexicana que prohíbe a los extranjeros, en el artículo 27, tener propiedad en una faja de 50 kilómetros
en las playas, territorio del que se ha despojado a México por las maniobras
burdas y la corrupción de funcionarios federales, estatales y municipales.
Lo que quiere desaparecer de
la Constitución el diputado del PRI, Beltrones, es el siguiente párrafo del
artículo 27 constitucional: “En una faja de cien kilómetros a lo largo de las
fronteras y de cincuenta en las playas, por ningún motivo podrán los
extranjeros adquirir el dominio directo sobre tierras y aguas”.
Al suprimir esta disposición
constitucional, lo que quiere el nuevo PRI es enajenar, sin prohibiciones, el
territorio nacional y permitir que unos cuantos hagan grandes negocios.
Para los neoliberales, para el nuevo PRI,
muchas de las disposiciones y mandatos constitucionales son un tabú del que hay
que deshacerse. Les avergüenza y les estorba la obra patriótica y
revolucionaria del Constituyente de Querétaro. Que no finjan.
En cambio, para el pueblo
urge restablecer la vigencia plena de la Constitución mexicana para rescatar a
México de las garras del neoliberalismo, para rescatar la educación pública del
desastre en que la han sumido, para restablecer la justicia social destruida
por las profundas desigualdades que han provocado, para rescatar la soberanía
nacional enajenada vergonzosamente como una mercancía.
Por ello urge colocar como
una de las principales prioridades el rescate de la soberanía nacional,
garantizando a los mexicanos el pleno disfrute de sus recursos energéticos
nacionalizados por la Revolución Mexicana, asegurando la soberanía energética y
alimentaria, estableciendo la soberanía tecnológica.
Volver a nacionalizar el
petróleo mexicano y rescatar a Pemex de la corrupción y el saqueo descarado a
que ha sido sometido. Volverlo a colocar en el centro del desarrollo económico
y social de los mexicanos.
Porque México no aguanta más
neoliberalismo.
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