Los términos izquierda y
derecha son una herencia directa de la gran Revolución Francesa. Como expresión
de posiciones políticas nacieron, como lo recuerda Jean Defrasne, el 11 de septiembre de 1789
cuando se discutía la Constitución. Los partidarios del poder absoluto del Rey
estaban colocados a la derecha, en relación a la posición de presidente de la
Asamblea nacional; en tanto que los partidarios del Parlamento, emanado de la
soberanía popular, se encontraban ubicados a la izquierda del presidente.
A partir de esa fecha los
términos izquierda y derecha se utilizan para identificar a dos posiciones
enfrentadas, con principios, programas, estrategias y objetivos no sólo
diferentes, sino antagónicos e irreconciliables.
Me ha parecido necesario
recordar estos datos históricos, porque la influencia de la Revolución
francesa, en lo relativo a la distinción de izquierda y derecha, se proyectó, con mayor o menor intensidad,
durante los siglos XIX y XX, y cubre lo que va del siglo XXI.
Toda lucha política
democrática, avanzada, progresista, revolucionaria, partidaria de la soberanía
popular, contra el orden establecido, defensora de la libertad, la igualdad, la
justicia social, se identificó como una posición de izquierda, indisolublemente
ligada a los intereses populares y de las clases trabajadoras.
El surgimiento del
marxismo (si se quiere ubicar con la publicación de Manifiesto Comunista en
1848, considerado el documento político más importante y trascendente de los
últimos 170 años) enriqueció a la izquierda al dotarla de una teoría y una
práctica ricas (la concepción y la lucha de clases, entre lo más importante)
para transformar al régimen capitalista, y señalarle el objetivo de luchar por
el advenimiento de un régimen superior de la vida social: el socialismo. Fue,
como se entiende, un enriquecimiento cualitativo.
A partir de entonces la
izquierda fue identificada (no sólo con sus características, rasgos y objetivos
iniciales) con las fuerzas sociales que se propusieron la instauración de
socialismo. La lucha por el socialismo y, consecuentemente, la lucha
anticapitalista y antimperialista fueron (y son) banderas de la izquierda;
banderas que aun donde se encuentra con problemas de organización se mantienen
en alto; que no se han abatido, porque el capitalismo alcanzó con la
globalización y su terrible engendro, el neoliberalismo, niveles de
explotación, saqueo, despojo, miseria y muerte que tienen postrados a pueblos
enteros y a la misma humanidad que -hoy como nunca en su brillante trayecto- se
acerca peligrosamente a la antesala de su desaparición si no logra en un tiempo
histórico breve instaurar un régimen humano (que necesariamente implica la
destrucción del capitalismo).
Hoy por hoy ser de
izquierda, en México y el resto del mundo, es ser, consecuentemente
anticapitalista, consecuentemente antineoliberal, consecuentemente
antimperialista. Por lo tanto, ser de izquierda significa, en el siglo XXI, ser
enemigo de la globalización capitalista, que es un producto del imperialismo
capitalista, y que los imperialistas y sus voceros interesada falsamente ubican
como producto natural del desarrollo de la humanidad.
Hoy en día la izquierda es
inseparable de la lucha de los trabajadores por su emancipación como clase social,
es inseparable de la lucha de los pueblos por su verdadera independencia, es
inseparable de las luchas nacionales por la auténtica soberanía.
En México la
izquierda se nutre, por lo tanto, de las
luchas por la emancipación del pueblo y por la emancipación de la nación. La
izquierda consecuente destaca, como
fuente que explica su existencia y su combate, la extraordinaria riqueza de la
historia de nuestro país, de las gestas heroicas de pasadas generaciones contra
el coloniaje español; rinde homenaje permanente a los hombres y mujeres que,
renunciando a la comodidad, a la familia y a la vida misma, lucharon por la
independencia nacional y por la destrucción del régimen colonial; que
enfrentaron, en condiciones desventajosas, la invasión yanqui en 1847 y el despojo
del vasto territorio robado a México; que acompañaron a la brillante generación
liberal encabezada por Benito Juárez para transformar la estructura económica y
social heredada de 300 años de dominio español; que resistieron, combatieron y
derrotaron la invasión francesa, la farsa del segundo imperio y la oprobiosa
dictadura porfirista.
La izquierda, en México,
se identifica con los postulados avanzados de la Constitución de 1917,
expresión jurídica de los grandes objetivos de justicia, libertad, soberanía y
emancipación del movimiento revolucionarios de 1910.
Y la izquierda contribuyó
a los grandes logros económicos y sociales alcanzados en las seis décadas, que
van de los años veinte a inicios de los ochenta. Su postura claramente
antimperialista le ganó el reconocimiento de amplios sectores populares y de
las corrientes nacionalistas que se identificaban con otras organizaciones
políticas.
Un amplio sector
democrático y progresista coincidió, en México, con la lucha y los objetivos de
la izquierda.
En la práctica existió un
Frente amplio, nacional, democrático y antimperialista que impulsó el
desarrollo nacional. Ese frente amplio explica los alcances y logros de la
Revolución mexicana y la transformación de México de un país agrario atrasado,
en un país agrario industrial y, hacia la última cuarta parte del siglo XX, en
un país industrial agrario, estructura existente cuando el grupo de mafiosos
neoliberales asaltaron el poder en 1982.
Dos fuerzas políticas
fundamentales que, con una táctica y estrategia propias, desempeñaron un papel
relevante de la izquierda fueron, cronológicamente, el Partido Comunista
Mexicano y el Partido Popular Socialista (ambos marxistas); y estos dos
partidos fueron, consecuentemente, los
más firmes defensores de los intereses de la nación mexicana y de la clase
trabajadora.
Y ambos partidos fueron
liquidados, desde el interior, por intereses contrarios a la izquierda.
Particularmente el PCM fue capturado por un sector de la pequeña burguesía que,
finalmente, lo liquidó formalmente al surgir el PRD, integrado inicialmente (y
en su gran mayoría) por la corriente nacionalista que se desprendió del PRI con
Cuauhtémoc Cárdenas.
El Partido Popular
Socialista, prácticamente aislado, fue el blanco de una campaña desde dentro y
desde fuera hasta desintegrarlo a fines del siglo XX.
Con la desaparición de PCM
y del PPS la izquierda perdió a sus más consecuentes luchadores, prevaleciendo
en el país un vació que hasta la fecha existe, y que no pudo cubrir la
corriente nacionalista que se integró, inicialmente, en el PRD.
Si nos atenemos a los
hechos, tal como ocurrieron, el PRD no nació como un partido de izquierda. Otra
cosa es que a su formación concurrieran y en él militaran personas
identificadas con la izquierda.
En estricto sentido el PRD
formó parte de la gran corriente progresista de México y así se mantuvo hasta
que fue capturado por los neoliberales del PRI que lo sometieron y lo utilizaron
para sus fines contrarios a los del pueblo y de la nación. Esto explica la
separación de ese partido de varias de las personas que concurrieron a su
formación y que mantienen una posición nacionalista frente a los excesos
criminales de los neoliberales en el poder.
El gran mérito de López
Obrador es haber rescatado a esa corriente nacionalista de las filas del PRD.
Las posiciones políticas,
avanzadas, progresistas y nacionalistas de López Obrador y el Movimiento de
Regeneración Nacional (Morena, que él dirige y encabeza) son, actualmente, la
fuerza más consistente contra la política facciosa, corrupta, antipopular,
antinacional y entreguista de los gobiernos neoliberales.
Creo que esa es la razón
de que muchas personas y analistas políticos consideren, de buena fe, a MORENA y a su dirigente como de izquierda.
Y que otros de mala fe y
ocultando sus verdadero carácter de voceros neoliberales hayan considerado y
sigan considerando al PRD como un partido de izquierda, cuando los hechos
demuestran y confirman, cada día, que es un partido de derecha, al servicio de
los neoliberales del PRI y del PAN.