jueves, 5 de marzo de 2015

EL NEOLIBERALISMO TIENE CONVULSIONADO A MÉXICO

En varios  artículos publicados en este blog, he señalado que desde 1982 llegó al poder la contrarrevolución, encarnada en los neoliberales que desmontaron paulatinamente al Estado surgido de la Revolución Mexicana.

En México se estableció una estrecha alianza entre el sector privilegiado, es decir, adinerado del Partido Revolucionario Institucional, o sea su sector derechista y la ultraderecha representada por el Partido (de) Acción Nacional, el reaccionario partido Verde Ecologista, Nueva Alianza y los empresarios que, al final del siglo pasado, estaban sujetos y dependían del capital extranjero. Como en todo proceso contrarrevolucionario a esa alianza se adhirió el clero político.

En esencia, como bien se ha señalado, todas esas fuerzas se han colocado claramente en posiciones de ultraderecha.

Dicha alianza provocó la transformación de la burguesía parasitaria en oligarquía: la relación estrecha del poder económico y el poder político que recurrió a lo largo de 3 décadas, como se ha repetido con insistencia, a vulgares fraudes electorales y, en consecuencia, a la alteración de la voluntad popular.

Al tiempo que despojaron al pueblo de su patrimonio, empezaron a desmontar las instituciones jurídicas y políticas que se formaron en el curso de 60 años. De manera soterrada o abierta, durante ese tiempo se dio una lucha clara entre la soberanía popular y la oligarquía.
La lucha de clases en su expresión más clara. Esta lucha se ha acentuado en lo que va del siglo XXI.

En los últimos dos años el modelo neoliberal de desarrollo entró en una fase rápida de descomposición. Sin duda el gobierno de Peña Nieto representa el neoliberalismo putrefacto, es decir, el capitalismo en descomposición.
  
En esas condiciones Peña no tuvo, no tiene y no puede tener un proyecto de nación que  merezca ese nombre. Lo suyo, su programa de gobierno, lo que el llama presuntuosamente “proyecto de nación” es simple y llanamente el programa de la oligarquía, estrechamente ligada al capital transnacional.
 
La oligarquía nativa  intenta salvarse del repudio popular  recurriendo al apoyo del capital extranjero. Eso explica la entrega de la riqueza energética de México, un despojo descarado del patrimonio de los mexicanos.

La nación mexicana hoy no tiene un Estado como entidad jurídica que la represente. Roto el pacto que se estableció entre las fuerzas políticas al triunfo de la Revolución Mexicana, a la vista de los intereses populares y de la nación, el actual gobierno neoliberal carece de legitimidad para continuar en el poder. Y esa es, también, la razón del amplio repudio popular del actual gobierno priísta.

Ningún Presidente de la República desde el chacal Victoriano Huerta hasta la fecha había sido tan repudiado como Peña.

"Juntemos al traidor Antonio López de Santa Anna, a Porfirio Díaz y a Victoriano Huerta y tendremos a Peña Nieto" comentaba recientemente un historiador frente a la aprobación de su auditorio”. “Peña representa al neoliberalismo en su máxima rapacidad. Su verdadero proyecto, en el poder, es vender a la nación" concluía el conferencista.

Todos los mexicanos hemos presenciado, en el último semestre, las intensas movilizaciones sociales en todo el país. La irritación social comprende a grandes sectores de la población. La juventud mexicana está desempeñando un papel de primer orden.

Pero la lucha ya no es, no puede ser por restablecer lo que era México antes de 1982. El pueblo ha sido agraviado en muchos sentidos. Los objetivos a conseguir tienen como fundamente la reconstrucción de la nación mexicana.

Además, aunque exista un hilo conductor entre 1968, 1982 y las movilizaciones de 2014 y lo que va de 2015, parecen claras las diferencias.

Sólo para referirse al movimiento estudiantil de 1968 -cuyo principal escenario y casi único fue el Distrito Federal- el repudio a Díaz Ordaz se queda corto frente al repudio popular a Peña.
 
En 1968 estaba el país en pleno "Milagro mexicano" con un promedio de crecimiento del PIB entre 6% y 7%, con un mercado interno en crecimiento y con un proceso de industrialización que atraía la mano de obra proveniente del agro mexicano. Se había terminado el proceso de nacionalizaciones con el gobierno de López Mateos, al concluir la nacionalización de la industria eléctrica.

 El sector estatal de la economía le permitía al Estado mexicano un amplio margen de maniobra, tanto a nivel nacional como internacional. Fue la intervención del Estado en la economía, el poder económico estatal, lo que permitía a los gobiernos emanados de la Revolución mexicana, planear el desarrollo económico del país y realizar una política internacional con alto grado de independencia frente al gobierno yanqui. Eso le dio a México un buen prestigio en el escenario internacional.

Hoy el Estado mexicano es un Estado débil. Prácticamente sólo queda el cascarón de lo que fue el Estado alcanzado en la fase constructiva de la Revolución mexicana.

Desde 1982 los neoliberales se pliegan sin chistar, como siervos, a la política que conviene a los gobernantes yanquis. Actualmente basta un botón de muestra: a la Alianza del Pacífico promovida por Estados Unidos de Norteamérica en contra de la integración latinoamericana, se presta de buen grado el gobierno de Peña, jugando el vergonzoso papel de cabús del tren imperialista.

Está claro que hoy en México se conjugan la incapacidad de la clase gobernante y la amplia inconformidad de la inmensa mayoría de los mexicanos. Se va configurando lentamente una etapa prerrevolucionaria. Los estallidos sociales ya se han manifestado en múltiples ocasiones y diversos lugares del país.

Con un grado mínimo de organización de las fuerzas sociales que  se oponen al neoliberalismo y se proponen reconstruir la nación, el pueblo recuperará su soberanía.

Doscientos años después del inicio de la Revolución de Independencia y a cien años de la Revolución Mexicana, los neoliberales han convulsionado al país. De esta intensa lucha de clases saldrá vencedor el pueblo mexicano.