“El Estado moderno
no es más que la junta
que administra los
negocios
comunes de toda la clase burguesa”
Marx y Engels.
Los neoliberales han transitado
durante tres décadas por la vía de la destrucción del Estado surgido de la
Revolución Mexicana, orientado, éste, a superar los enormes rezagos heredados
de los trescientos años de coloniaje español y de cien más de inestabilidad que
culminaron con la dictadura porfirista.
La Revolución de 1910,
mediante una amplia alianza de fuerzas, se propuso como objetivos fundamentales
destruir las relaciones feudales y semifeudales imperantes en el campo
mexicano, iniciar la construcción de un régimen democrático, rescatar el
patrimonio nacional en manos de corporaciones transnacionales y elevar,
permanentemente, las condiciones de vida de los mexicanos.
El cuerpo jurídico en el
que se expresaron esas aspiraciones fue la Constitución de 1917,
fundamentalmente sus artículos 3º. 24, 27, 123 y 130 que contenían los derechos esenciales de los
mexicanos, es decir, las garantías sociales que colocaron a la Carta Magna como
una de las más avanzadas del mundo desde su promulgación y buena parte de su
vigencia.
La destrucción de la
hacienda porfiriana y la consecuente entrega de la tierra a los campesinos
liberados mediante la reforma agraria, única en América Latina en el siglo XX;
la precisión y aplicación de los derechos laborales mediante las leyes
reglamentarias de las disposiciones constitucionales; la aplicación consecuente
del mandato constitucional de la propiedad originaria de la nación del suelo y
subsuelo, sustento y base de la nacionalización del petróleo y la electricidad,
y el impulso a la educación en manos del Estado, entre otras medidas,
encaminaron a la nación mexicana en la ruta para lograr los objetivos del
primer movimiento social del siglo pasado.
No fue la Revolución
mexicana un movimiento lineal, pues tuvo que enfrentar poderosos intereses
reaccionarios, como siempre, alimentados desde el exterior, sobre todo por las
presiones del imperialismo yanqui que emergió poderoso de las cenizas de la
primera conflagración mundial y se consolidó sobre millones de muertos y
lisiados, y la inaudita destrucción material de la Segunda Guerra Mundial.
Con altas y bajas, con
avances y retrocesos, se mantuvo nuestro país bajo el rumbo general marcado por
la Revolución Mexicana, y México se transformó, en sesenta años, de país
agrario atrasado de 1910, en un país agrario-industrial y de ahí en un país
industrial, con la aparición de una fuerte burguesía que tuvo tradicionalmente
en la cúspide del poder judicial a un aliado seguro.
La Revolución de 1910 no
fue una revolución anticapitalista y, por lo tanto, no fue una revolución
socialista. Sus objetivos se mantuvieron, siempre, dentro del sistema
capitalista de producción, con una fuerte y fundamental intervención del Estado
en la economía, factor que explica las transformaciones económicas, sociales y
políticas que se alcanzaron en seis
décadas, desde 1917, fecha de expedición de la Constitución producto de la revolución,
hasta 1982, año en que los neoliberales asaltaron el poder y empezaron el
desmantelamiento del Estado mexicano surgido de ese movimiento social.
Desde la invocación del
Estado obeso de Miguel de la Madrid a la desnacionalización energética de Peña
Nieto, los neoliberales han transitado como verdaderos energúmenos por la vía
de la cancelación de las legítimas aspiraciones de soberanía, independencia,
libertad, democracia y justicia social del pueblo mexicano contenidas, repito,
en la Constitución Mexicana.
Los neoliberales no sólo
han desnacionalizado renglones fundamentales de la vida económica nacional,
entregándolos a la voracidad del capital privado, doméstico y extranjero; no
sólo han lesionado gravemente la soberanía nacional, convirtiendo a México en
un país más dependiente, sino que han cancelado la vía democrática que, aún con
dificultades, abrió el movimiento revolucionario de 1910, y han amamantado y
procreado una oligarquía insaciable –en cuyo nombre e intereses gobiernan- y
que considera llegado el momento de fortalecer sus lazos con el poder
transnacional para seguir saqueando y empobreciendo a nuestro pueblo.
Los resultados del modelo
contrarrevolucionario aplicado por los neoliberales, descritos y repetidos en
los materiales de este blog, se expresan con toda claridad en muchos hechos, y
sólo con el propósito de recordarlos, señalo los siguientes:
Remate del patrimonio
nacional para fortalecer a la oligarquía y a los intereses transnacionales,
mediante el proceso privatizador y desnacionalizador; destrucción de las
cadenas de producción que tenían su base en la empresas estatales, lo que
explica el estancamiento de la economía y el nulo crecimiento en más de tres
décadas; el incremento de la corrupción y el saqueo de las riquezas nacionales
a niveles sólo alcanzados en el periodo colonial; abandono intencional del
campo y una actitud enfermiza con la pretensión de destruir la producción
agropecuaria, sobre todo la que proviene del ejido mexicano.
Concentración criminal de
la riqueza del país en unos cuantos potentados que cada día acumulan más,
frente a la pobreza de más de la mitad de la población y la miseria en que se
debaten millones de compatriotas. Las
cifras en materia de distribución injusta de la riqueza son verdaderamente
escandalosas.
Impulso desde el poder
público a la delincuencia que azota, hoy, a todo el territorio nacional y
afecta la seguridad de los mexicanos; destrucción permanente de las conquistas
sociales de la Revolución mexicana.
Ataque sistemático a las
garantías individuales de los mexicanos y prácticamente la cancelación de los
derechos políticos derivados del movimiento revolucionario de 1910.
Militarización de amplias
regiones del país a pretexto de combatir a las bandas de criminales, sin que la
ocupación militar o policiaca haya disminuido la inseguridad, porque el
verdadero propósito de los neoliberales es generar miedo en los sectores
sociales del pueblo, criminalizar la protesta social, pero no combatir la
delincuencia que ellos propiciaron. El movimiento paramilitar creado por el
gobierno recientemente se inscribe en este objetivo gubernamental.
Los neoliberales han
tenido siempre una actitud de lacayos frente a los intereses yanquis a los que
se someten sin chistar. Y ahora ante las
graves agresiones a la soberanía nacional, como el espionaje descarado del
gobierno de Obama, Peña Nieto se conduce como si México fuera un protectorado
yanqui.
Todo lo anterior y mucho
más se completa con una vulgar demagogia de los gobernantes en todos los
órdenes.
Así las cosas, resulta
claro que a la luz de nuestra Revolución de Independencia de 1810, de la
Revolución de Reforma de mediados del siglo XIX y de la Revolución Mexicana de
1910, y a la luz de las aspiraciones legítimas del pueblo mexicano, México ha
vivido un proceso contrarrevolucionario que dura un poco más de tres décadas.
Hoy, en el siglo XXI, el Estado
mexicano, de manera abierta, “no es más que la junta que administra los
negocios comunes de toda la clase burguesa”.
Las fuerzas democráticas
de México deben tener claro el carácter y la naturaleza del Estado mexicano
para elaborar correctamente la táctica y la estrategia que conduzca a la
transformación revolucionaria de nuestro país.
Todo indica que se
encaminan correctamente las acciones recientes de distintas organizaciones
sociales para combatir, no sólo la contrarreforma energética sino el criminal
modelo neoliberal que tiene postrada a la nación mexicana, tema que se abordará
en otra ocasión.