La política externa es,
siempre, un reflejo de la política interna. No puede ser de otra manera.
El gobierno neoliberal de
Peña Nieto ha sido un desastre para los mexicanos, y ese desastre ha tenido su expresión
en la política exterior.
Quienes votaron por el PRI,
con la esperanza de un cambio respecto a los doce años de mal gobierno panista,
se equivocaron rotundamente. El pueblo mexicano sigue sufriendo la continuidad
de un modelo de desarrollo rapaz y criminal, que el gobierno del PRI trata de
profundizar, entregando el patrimonio nacional a las fuerzas del capitalismo
salvaje.
Con la llamada reforma
energética los neoliberales (conservadores les denominan desde el exterior)
pretenden cometer un despojo violento contra la nación mexicana.
Las medidas políticas,
económicas, sociales, y de política exterior del gobierno priista se inscriben
claramente dentro del modelo neoliberal. El neoliberalismo es una fábrica eficaz
para crear pobres, destruir las instituciones políticas, cancelar los derechos
sociales de millones de personas, aniquilar el desarrollo económico autónomo y
lesionar la soberanía nacional. Esto está probado y comprobado en México y en
otras partes del mundo.
Los neoliberales repiten una
y otra vez, hasta el hostigamiento y el cansancio, una retahíla de mentiras
para justificar la aplicación de su política antipopular y antinacional.
La realidad ha demostrado que
ni defienden el interés nacional, ni combaten la pobreza que sus políticas generan;
ni luchan contra las profundas desigualdades sociales creadas por ellos, ni
crean empleos, ni desarrollan la ciencia y la tecnología, ni respetan los
derechos humanos (en México hablamos de garantías sociales e individuales
otorgadas por nuestra Constitución), ni diversifican las relaciones económicas
del país, ni garantizan los derechos de
nadie, menos de los niños, de los jóvenes, de las mujeres, de los adultos
mayores, ya no se diga de los que sufren alguna discapacidad.
El resultado visible, palpable
de la política neoliberal está a la vista de todos: en el interior, 60 millones
de mexicanos en la pobreza de un lado y un grupo de multimillonarios que se
cuentan con los dedos de las manos, en el otro.
Y hacia el exterior, total
sumisión a las políticas de los yanquis. Es más: hay abierta complicidad del
gobierno de Peña Nieto con el intervencionismo del gobierno de Obama. Veamos
sólo dos aspectos:
1.- El gobierno de Peña Nieto
está jugando el sucio papel de esquirol frente a la decisión de la mayoría de los
países hermanos de Latinoamérica de caminar hacia su integración. Ya ni
formalmente su gobierno se pronuncia por la integración latinoamericana. Está
entregado a los brazos de los yanquis.
Por ahí se encuentran las
declaraciones demagógicas e incoherentes de los voceros del actual gobierno para
“rescatar” el liderazgo de México en América Latina. ¿Cuál liderazgo? ¿El que
le imprimió la Revolución Mexicana? ¿El que le dio la política nacionalista del
general Lázaro Cárdenas? ¿El que logró el gobierno de López Mateos por su
actitud frente a la Revolución Cubana?
¿O el que logró México cuando
sus gobiernos aplicaron, en su política exterior, los principios de
autodeterminación, de no intervención, de solución pacífica de las
controversias, de proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las
relaciones internacionales, de la igualdad jurídica de los Estados, de la
cooperación internacional para el desarrollo, y la seguridad internacional?
Es seguro que estos
principios, que señala la fracción X del artículo 89 constitucional y que deben
presidir la política internacional del gobierno, ni siquiera los conocen ya no
digamos los funcionarios, ni siquiera los responsables del área.
Este gobierno neoliberal –en
una actitud de “gran potencia”- asiste a las reuniones de las verdaderas
potencias económicas a ofrecerles nuestras riquezas, como un mandadero de los
empresarios y nunca como mandatario del pueblo. La riqueza y diversidad de las
relaciones culturales, científicas, académicas, etc. han sido marginadas para seguir
ofreciendo lo que nos queda del patrimonio nacional.
Se quiera o no, al
integrar la Alianza Pacífico, los
gobiernos de México, Colombia, Chile y Perú se convierten en voceros de los
intereses yanquis. Promueven el libre comercio, pero sobre todo tratan de
obstaculizar la unidad e integración latinoamericana, que se expresa a través
de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y otros
organismos latinoamericanos. Conscientemente
la Alianza Pacífico -y de manera destacada el gobierno mexicano- les
hace el trabajo sucio a los yanquis para dividir a América Latina.
La mayor parte de los países
latinoamericanos están dedicados a lograr y consolidar su segunda y definitiva
independencia. Hoy es la región más progresista del mundo, que en bloque rechaza la conducta
intervencionista de los yanquis, y que han tenido una actitud digna frente a
las agresiones del gobierno norteamericano contra Evo Morales, el espionaje
contra Dilma Roussef y, recientemente, las agresiones contra el presidente
venezolano Nicolás Maduro.
El aislamiento de México del
resto de América Latina es consecuencia directa de esa política proyanqui del
actual gobierno federal. Jugar el papel de esquirol, como lo hace Peña Nieto, le ha generado un enorme
desprestigio a nivel mundial, porque la corriente liberadora que recorre gran
parte de América Latina y varias regiones del mundo no pasa ni pasará por
Estados Unidos de Norteamérica, ni se logrará sometiéndose al dictado de los
yanquis.
2.- Peña Nieto y su gobierno
se muestran sumisos y condescendientes con la política injerencista de los
yanquis en cuestiones que sólo competen a nuestro pueblo.
En días recientes se denunció
el espionaje de los norteamericanos contra la presidenta de Brasil y contra el
propio Peña Nieto, cuando era candidato y ya en el ejercicio del gobierno.
Entre la respuesta del
gobierno brasileño y la del gobierno mexicano se abrió un abismo, donde la
dignidad de la mandataria de Brasil marcó una enorme distancia con la
indignidad de Peña Nieto, que faltó, así, a sus responsabilidades
constitucionales, pues no se trata de su persona, sino de la soberanía nacional
agredida por el gobierno de Obama.
El discurso que pronunció
Dilma Roussef en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas,
al denunciar el espionaje yanqui coloca, sin duda, al gobierno de Peña Nieto en
el pasado y, lo peor y más grave, en la más abyecta sumisión ante la potencia
norteamericana.
Dijo la presidenta de Brasil:
"Las intromisiones en los asuntos de otros
países violan las leyes internacionales y son una afrenta a los principios que
deben guiar las relaciones entre ellos, especialmente entre las naciones
amigas. Una nación soberana jamás puede afirmarse en detrimento de otra
soberanía".
Y agregó: constituye
una grave violación a los derechos humanos y las libertades civiles, la
invasión y captura de información confidencial relacionada con actividades
empresariales y, sobre todo, de un irrespeto a la soberanía nacional.
Así, o más
claro.
Hoy Peña Nieto provoca vergüenza a millones de mexicanos que
le exigen someter su actuación, en
materia de relaciones internacionales, al mandato de la Constitución nacional.
No es que quiera o no hacerlo. Su obligación es ajustarse a los principios que
deben presidir la política exterior del gobierno.
La dirigente brasileña y su gobierno se ganaron el respeto
y el más amplio reconocimiento a nivel latinoamericano y mundial. Han asumido
el papel de defensores de los pueblos agredidos y violentados por el
imperialismo yanqui. En cambio, el gobierno de Peña Nieto queda como cómplice
del intervencionismo norteamericano contra su propio pueblo.