sábado, 24 de julio de 2010

FIDEL CASTRO


Resulta muy difícil intentar escribir sobre una personalidad tan grande como lo es Fidel Castro, y más difícil es hacerlo en un espacio pequeño. Muchos que han descrito la vida y la obra de este héroe latinoamericano, lo han hecho a través de obras voluminosas y han quedado vacíos tremendos.

Pero para manifestar el profundo respeto y la admiración que se siente por un ser humano como Fidel Castro no se necesitan grandes volúmenes, y quizá el mejor ejemplo de eso lo encontremos en el brevísimo artículo de Gabriel García Márquez, bajo el título de “El Fidel que yo conozco”. Nadie con cierta sensibilidad social, podría no emocionarse al leer los pocos renglones que escribe el Gabo sobre Fidel, de los que emerge el ser humano deslumbrante, el experimentado dirigente, el lector voraz, el incansable conversador, el orador que seduce, por horas, el educador, el hombre que ha soñado durante toda su vida con una humanidad feliz, que ha luchado para que hombres y mujeres encuentren su plena realización como seres humanos en el socialismo, que es hasta hoy –se quiera o no- el sistema de la vida social más elevado que el ser humano ha concebido en su larga y difícil lucha por vivir en mejores condiciones.

A través de la lucha revolucionaria, Fidel Castro rescató para el pueblo cubano su dignidad. El cubano es un pueblo preparado, culto y digno, que siente un inmenso orgullo por su Revolución, que quiere y respeta a sus dirigentes políticos. Es el pueblo latinoamericano que elevó su moral a grado tal, que no sólo ha sabido resistir la agresión permanente de los gobernantes yanquis, sino que en la vida real los ha derrotado. Sin esa moral tan elevada –que no se califica o cuantifica en pesos y centavos- no habría sido posible convertir a Cuba en la potencia científica, deportiva y cultural que hoy es.

Nada de lo que ha edificado la Revolución cubana podría lograrse, en ninguna parte del mundo, ni en ningún tiempo, en medio del hambre que le endilgan sus detractores al movimiento social más avanzado políticamente no sólo de América Latina, sino del mundo.

Cuba es –dice García Márquez- “una isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal”, pero su grandeza como pueblo no está a discusión. Y esa grandeza es producto de la revolución encabezada por Fidel Castro, el brillante estratega, el hombre que escogió a México como su segunda patria, desde la que inició el movimiento que liberaría a Cuba de la opresión yanqui, el joven revolucionario que impulsó, desde el Estado de México, la organización de las fuerzas que derrotarían al sátrapa Fulgencio Batista, y haría de Cuba una nación auténticamente independiente, soberana y digna.

Cuando Fidel dijo en Cancún, frente a José López Portillo que él no necesitaba besar la tierra mexicana porque la llevaba entrañablemente en su corazón, estaba manifestando su gran cariño y agradecimiento a esta tierra que lo vio crecer como libertador de su pueblo.

Si se medita en la trascendencia histórica de la vida y la obra de Fidel Castro, no puede uno dejar de pensar que a partir del descubrimiento de América por los europeos, la historia unió estrechamente los destinos de Cuba y México. A Cuba llegaron primero los feroces y sanguinarios conquistadores españoles; de territorio cubano partirían los tres intentos de colonizar a México. En México nació y de ahí se extendió al resto de América Latina, y de manera directa a Cuba, la lucha por independizarse del coloniaje español. México y Cuba sufrieron, a partir de entonces, la agresión yanqui. Aquí nos invadieron y nos robaron más de la mitad más rica del territorio nacional, allá pretendieron perpetuar su dominio colonial mediante la Enmienda Plat. En México se preparó y de nuestro territorio partió el grupo de jóvenes intrépidos que liberó a Cuba. Por todo esto, no es exagerado afirmar que no hay en todo el Continente Americano dos pueblos tan cercanos y tan fraternos como el mexicano y el cubano, y no hay otro dirigente –que no sea mexicano- tan entrañable para nuestro pueblo como Fidel Castro.

Así como Benito Juárez, Pancho Villa o Lázaro Cárdenas son tan admirados, queridos y respetados por los cubanos, José Martí y Fidel Castro lo son para los mexicanos. Bien se puede decir que los pueblos se hermanan profundamente a través de sus héroes.
¿REFUNDACION ÉTICA DEL CAPITALISMO?


Esto es ni más ni menos una contradicción insalvable, pues no sería posible colocar sobre carriles éticos toda la estructura de un sistema cuya naturaleza y razón de ser son las ganancias a toda costa, sin importar la vida y la salud de las personas, ni su bienestar, ni el equilibrio ecológico del globo terrestre y su permanencia para garantizar la continuidad de la humanidad.

Pero el simple planteamiento de refundar el capitalismo es la confesión más clara de la dimensión no conocida de su crisis actual, de su profundidad y extensión nunca vistas en el siglo XIX y en el XX. Es la aceptación de que no se trata sólo de una crisis financiera, aunque ésta haya sido el principal detonante. La crisis lo abarca todo y abarca a todos. Del centro del capitalismo mundial partió el incendio hacia todas partes, como no se había visto nunca, golpea a los pares y destroza a los débiles. No hay región del mundo, no hay economía que no esté sufriendo los estragos de la crisis. La crisis es global y por serlo, es total. Tampoco habrá soluciones aisladas duraderas; serán globales y deben tocar el núcleo del sistema.

Las crisis del capitalismo -apenas vio la luz la burguesía- habían sido todas casi sin excepción, de sobreproducción, y para mantener las ganancias los capitalistas no dudaron en abrir a punta de bayoneta y bombas los nuevos mercados. La primera y segunda guerras mundiales representan la expresión más brutal del interés por capturar nuevos territorios para colocar su producción. Si la tercera conflagración mundial no se dio fue gracias al campo socialista, que hizo de la lucha por la paz en el mundo una cuestión de principios.

Esta crisis, profunda y general, tiene una peculiaridad: se manifestó en el marco de una desenfrenada especulación financiera, propia del sistema capitalista para acrecentar, a niveles estratosféricos, las sacrosantas ganancias. El principio que anima al capitalismo es: producir, para ganar; especular para ganar.

Fue Carlos Marx, el científico social más brillante que ha producido la humanidad, el que desentrañó la naturaleza del sistema capitalista. Su obra El Capital representa un estudio rigurosamente científico y, por lo tanto minucioso, muy detallado del capitalismo.

En el Manifiesto Comunista de 1848, Marx. reconoció el papel revolucionario de la burguesía: la destrucción de las relaciones feudales, la ruptura de los vínculos del feudalismo, y el establecimiento del frío interés, del cruel pago al contado, del cálculo egoísta, convirtiendo la dignidad personal en un simple valor de cambio, el establecimiento de la única y desalmada libertad de comercio. La burguesía convirtió a todas los profesionistas en servidores asalariados, sometió al campo al dominio de la ciudad; creó urbes inmensas, aglomerando la población, centralizando los medios de producción y concentrando la propiedad en pocas manos y, como consecuencia obligada, estableció la centralización política, según sus palabras.


Marx afirma: “espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes”

Develó lo que muchos ocultaban y siguen ocultando: “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”

Ahora bien, los capitalistas de hoy ¿Sobre qué bases pretenden refundar el capitalismo? ¿Lo van a actualizar? ¿Lo van a modernizar? ¿Qué es lo que quieren hacer con este sistema que ya representa una camisa de fuerza para la humanidad? En realidad, cuando dicen refundar, están hablando de reestructurar, de recomponer para que no desaparezca, lo que no representa ningún cambio favorable para la humanidad.

Hoy se sabe que los desajustes económicos mundiales son resultado del capitalismo. La pobreza, que abarca a miles de millones de seres humanos en todo el mundo, es producto del capitalismo; las enormes y brutales desigualdades entre naciones y dentro de las naciones las ha producido el capitalismo. El peligro que corre toda la humanidad, como consecuencia del calentamiento global, lo provocó el capitalismo y se niega a corregir nada.

La humanidad para sobrevivir, como tal, necesita organizarse de otra manera; superar el actual sistema dominante. Así como en su momento la humanidad superó cada uno de los modos de producción anteriores al capitalismo, tendrá que hacerlo con el actual sistema. No hay de otra.

FEDERICO ENGELS, MAESTRO DEL PROLETARIADO

Ahora que está de moda, para algunos, renegar de los principios revolucionarios, particularmente del Socialismo Científico y cuando muchos claudican frente a los enemigos de los trabajadores, es útil recordar, aunque sea de manera muy breve, a uno de los grandes hombres que ha dado la humanidad, un hombre de ciencia y, por lo tanto, de accción como lo fue, sin duda, Federico Engels.

Engels fue un gran pensador y un verdadero sabio, a pesar de su modestia al considerarse como “segundo violín” frente a Carlos Marx. Dice Engels, refiriendose a la ciencia que ayudó a fundar: “lo que yo aporté -si se exceptúa, todo lo más, dos o tres ramas especiales- pudo haberlo aportado también Marx aún sin mi. En cambio, yo no hubiera conseguido jamás lo que Marx alcanzó. Marx tenía más talla, veía más lejos, atalayaba más y con mayor rapidez que todos nosotros juntos. Marx era un genio; los demás, a lo sumo, hombres de talento...” Sin embargo Marx no se explica sin Engels.

La obra de Marx y de Engels es una sola. Su vida y su obra están profundamente ligadas. No hay obra o trabajo de algunos de ellos en que no haya participado el otro. Todo su trabajo, el teórico y el práctico, tuvo como base una gran amistad, ejemplo y orgullo para los revolucionarios de siempre. Aún separados mantuvieron un intercambio por escrito que supera las 1500 cartas, muchas de ellas verdaderos tratados sobre diversos temas.

El Materialismo Dialéctico, esa basta síntesis del conocimiento humano, es obra común de Marx y Engels.

En todas las obras de Marx, desde las de su juventud, hasta El Capital, su obra cumbre, nadie puede regatear a Engels su brillante y extraordinaria aportación. Y, desde luego, nadie puede negar el intenso trabajo teórico y práctico que desarrolló Engels después de 1883, año en que murió Marx. Particularmente sobre Engels recayó todo el peso del trabajo teórico, desarrollando temas discutidos a fondo por ambos, o en los cuales Marx había dejado apuntes rápidos y reflexiones por escrito.

Sin duda, tanto en vida de Marx como después, la clase obrera y el movimiento revolucionario mundial deben mucho a Engels, pues a él le corresponde una parte muy importante en la elaboración y desarrollo del socialismo científico.

A Engels le corresponden grandes méritos en la generalización filosófica de las ciencia naturales, en el desarrollo y aplicación del Materialismo Histórico, en la elaboración de la teoría militar proletaria, en la aclaración de cuestiones fundamentales de la Lingüística y de la Estética.

Causa verdadero asombro la forma y profundidad con que Engels, aún no cumplidos los 25 años de edad, estudió las condiciones de la clase obrera inglesa. Su obra “La situación de la clase obrera en Inglaterra” desentraña, con profundidad, la esencia del sistema capitalista de producción y lo caracteriza en sus rasgos generales. Este trabajo de Engels es, sin exageración, el primer documento del socialismo científico, como afirman algunos investigadores marxistas, lo que no resta ningún mérito histórico a Marx, que en ese momento había profundizado en la elaboración de la nueva ciencia y se la expuso a Engels casi en términos completos, tal como la había concebido.

Dice Henri Lefebvre, en su interesante trabajo “El Marxismo”, que “la contribución al marxismo de Federico Engels no puede ser pasada en silencio o ser colocada en segundo plano. En particular fue Engels quien llamaría la atención de Carlos Marx sobre la importancia de los hechos económicos, sobre la situación del proletariado, etc.”.
Los aportes de Engels serían invaluables años más tarde, cuando Marx y él escribieron el Manifiesto Comunista, extraordinaria obra que vale por tomos enteros, como dijo Lenin.

Singular maestro del proletariado mundial en vida de Marx y después de él, Engels, al que Lenin no llegó a conocer personalmente, también señaló, casi hasta precisar con exactitud, una norma fundamental del funcionamiento del partido obrero, cuando dijo: “Debemos permitir la discusión para no convertirnos en una secta, pero el punto de vista común debe ser conservado”.

En fín, Engels combatió las manifestaciones de oportunismo, ahora tan frecuentes en el movimiento obrero. Textualmente señaló algo que tiene plena vigencia: “renunciar al futuro del movimiento en aras del presente del movimiento, es oportunismo hoy y siempre”.

Muy dificil sería, por la brevedad del espacio, apuntar siquiera las distintas facetas de la vida y obra de Engels, pero vayan estas breves líneas en homenaje a su talento, a su grandeza, y en reconocimiento y gratitud por las armas, teóricas y prácticas, que heredó, junto con Marx, a la clase trabajadora para su plena y total liberación.